sábado, 15 de agosto de 2015

Casi Des-tete y Re-tete... Y ni yo me creo que ya son 30 meses

Confiezo que antes de ser madre no sabía practicamente nada de lactancia, y las experiencias familiares que me había tocado ver eran de teta con horarios, con cronómetro por lado, y el "se me acabó la leche" a los 3 o 4 meses. Yo misma no tomé más que eso según mi madre (a quien también "se le acabó" a esa edad), y lo veía como lo normal. Aunque si había un par de historias de lactancias más extendidas en la familia. Mi propio padre tomó hasta los 2 años, y su hermano hasta los 5. Pero como crecieron en Yugoslavia en una época de post guerra, se contaba como una "anécdota" familiar, quizás hasta con la excusa de "es que no había otra cosa". Y cuando él contaba orgulloso que gracias a eso eran tan sanos, yo pensaba para mi misma "gracias a eso no se murieron". ¿2 años, 5 años? No, nunca me imaginé amamantando a un niño que ya caminara o hablara de corrido.

Pero un día de febrero llegó mi duendito a cambiarlo todo. Aunque no nació como queríamos, y se fue con su papi mientras a mi me cosían la herida de una cesárea (que podría haberse evitado con más información), una hora después nos encontrábamos juntos al fin, comenzando, entre otras cosas, esta lactancia que ha ido mucho más allá de lo que alguna vez imaginé. 

Me habían advertido de lo doloroso que era amamantar, de las grietas en el pezón. Incluso me habían regalado crema de lanolina y pezoneras de silicona para cuando el dolor fuera mucho. También me habían contado que al comienzo cuesta que se "enganchen" y que quizás necesitaría "relleno". Nunca me ha gustado esa palabra para hablar de la leche de fórmula, me suena como al relleno de manzana que le ponen al pavo de navidad, como si en vez de un bebé se tratara de un recipiente que hay que llenar a toda costa. Como si importara más tenerlo gordo que bien nutrido.

Pero mi duende me buscó enseguida, y sabía lo que tenía que hacer, como si lo hubiera hecho miles de veces antes. Nos pusimos panza con panza, se acomodó él solito para no tener que girar la cabeza, y abrió su boca muy grande para agarrar todo lo posible, comenzando a mamar sin que yo sintiera ningún tipo de dolor. La crema de lanolina la dejé para los labios partidos en invierno, y las pezoneras siguen en su envase original. 

"15 minutos por lado" me dijo la pediatra, porque después supuestamente ya no salían nutrientes, sólo grasa. Mientras lo veía mamar pensaba en el por qué de los 15 minutos. ¿Es que todos los bebés maman a la misma velocidad, o es un promedio? ¿Y esa "sólo grasa" no la necesita? Si la naturaleza la puso ahí por algo será ¿o no? La formación científica siempre me hace dudar de números redondos. Y llegaron los 15 minutos, y los 20, y él se veía tan tranquilo y feliz mamando que mi instinto me decía que lo dejara. Si él ya me había mostrado que sabía lo que tenía que hacer, seguramente también sabía cuándo parar. Y finalmente soltó, cuando se quedó dormido. Sentí un poco de culpa, como si hubiera hecho trampa en un examen, y vinieron las dudas... ¿Y ahora? ¿No se suponía que tenía que darle de los dos lados? ¿Se me va a hinchar un pecho? ¿Se va a quedar con hambre? 
Por suerte entró una matrona a ver como andaba todo, y volvió a mencionar los minutos por lado, pero para decirnos todo lo contrario. Nos dijo que era absurdo ponerle tiempo (ya me parecía), que la leche cambiaba su composición durante la toma, siendo más grasosa y calórica hacia el final, y que cada niño debía decidir cuánto rato tomaba, y cada cuánto. La grasa del final era necesaria para ganar peso, pero también para las conexiones cerebrales. Lactancia "a demanda y sin cronómetros", nos dijo. Ese mismo día decidí que tenía que informarme. Ya no me parecía tan confiable lo que me dijera un médico, si entre ellos mismos se contradecían. Sentí que ante la duda, debía confiar siempre en las señales de mi hijo. 
 
Llegando a casa me puse a leer. Carlos González con "Un regalo para toda la vida" fue nuestra luz. Entendí la lógica detrás de la libre demanda y lo importante que era dejar que el niño decida. Me confirmó lo sabia que es la naturaleza, y al leer sobre las crisis o brotes de crecimiento entendí por qué a muchas mujeres "se les acaba" la leche a los 3 o 4 meses. Culpa precisamente de no dar a demanda, y de creer que una botella de fórmula no va a afectar.
Los brotes de crecimiento llegaron uno tras otro, pero estaba preparada. Aunque fueron días agotadores, no me preocupaba pasar con mi duende encima todo el día por 4 o 5 días, porque sabía que era su forma de decirle a mi cuerpo que ahora necesitaba que produjera más. Tampoco me molestaban los comentarios de familiares del tipo "¿otra vez? Si tomó hace media hora". Cuando les explicaba lo que estaba sucediendo parecían quedarse tranquilos, sobre todo al ver que el tiempo pasaba y las tomas se volvían a regular. 

Eso de tomar de ambos pechos tampoco fue algo que mi duendito quisiera hacer hasta más o menos el año, cuando el calor del verano hizo que me pidiera muy seguido para hidratarse, y claro, tomando intercalado de ambos pechos obtenía más líquido. "¿Otra vez?" escuchábamos de vez en cuando. "Claro, si tenía sed!"  respondía amablemente. ¿A alguien se le ocurriría negarle el líquido? 
Yo que en un comienzo pensaba que amamantaría unos meses, había llegado a la famosa "meta" de 6 meses en exclusiva, y seguimos sin pensarlo demasiado, a pesar de la inevitable vuelta al trabajo. De eso ya les hablé en otra ocación y lo pueden leer aquí si les interesa. Sí, fue sacrificado andar con el extractor para todos lados durante un año, pero creo que si volviera atrás lo volvería a hacer igual.
La introducción a la comida la hicimos en trozos, después de leer todo sobre el baby led weaning. Y a medida que fue comiendo más, fueron disminuyendo las tomas, pero de forma muuuy esporádica. Y como era de esperarse, cada vez que había alguna enfermedad rondando la casa, la leche volvía a ser su alimento principal. 

Y así llegamos al año, y comenzaron las preguntas incómodas de amigos y familiares ¿Todavía? ¿Y te sale? ¿Hasta cuándo? Pero a esas alturas ya no pensábamos en tiempos. Después de haber leído miles de beneficios y no haber encontrado nada en contra de amamantar todo el tiempo que quisiéramos, dejé de justificarnos con las recomendaciones de la OMS y comencé a dar la respuesta más simple: "Ambos lo disfrutamos".


Pero un día, semanas antes de cumplir los 2 años, probó la teta, la soltó y dijo: "hemana". ¿Cómo? "teta, hemana". ¿Me estaba diciendo que la teta ahora era para su hermana? Nos habíamos puesto en "campaña" para buscar hermanit@ apenas un par de semanas antes, ni siquiera tenía retraso. Probé una gotita de leche y la noté distinta. Más salada. Y entonces mi pareja y yo supimos que estaba embarazada, aunque la confirmación vino recién una semana después, con el atraso y el test.

Duendito fue tomando cada día menos. Pedía, pero tomaba un par de minutos y ya soltaba. Por primera vez en 2 años me dolieron los pezones, sentía un ardor cuando mamaba, y la crema de lanolina que quedaba fue usada finalmente para lo que se suponía que era. Esta vez también estaba preparada porque había leído mucho sobre lactancia en el embarazo y en tandem. Sabía que era normal, que era la sensibilidad de los pezones durante el embarazo. Sin embargo, aunque esperaba un destete natural y me imaginaba dando a ambos, el dolor me hizo dejar de ofrecerle. Ya no estaba tan segura de llegar al destete natural, pero al menos quería hacer un destete respetuoso siguiendo el ya conocido "no ofrecer, no negar". Él parecía entender que me dolía, incluso me ayudaba a ponerme crema (que luego yo tenía que esparcir bien), y al mes ya sólo me pedía para dormirse (siempre se ha dormido tomando su tetita mientras leemos un cuento). En los despertares nocturnos se enganchaba a tomar sólo por un minuto, o a veces directamente me pedía agua y se dormía sin necesitar su lechita. El destete se veía muy cerca y yo tenía sentimientos encontrados. En parte estaba feliz de que hubiera sido tan "fácil", sin llantos, y mucho más rápido que en otras experiencias que conocía. Pero por otra parte me daba nostalgia saber que ya no tendríamos esos momentos. Quizás había sido un poco abrupto para mí, que esperaba un proceso de meses.

Con 8 semanas y media, fuimos ilusionados en familia a hacer la primera ecografía. Pero duendito se puso mal, estaba angustiado, y se puso a gritar por su "hemana". Fue tanto, que el papá lo tuvo que sacar de la sala de eco, mientras el doctor me explicaba que no había latidos. Nuestr@ porotit@ había dejado de crecer unos días antes. Y otra vez, mi duende lo sabía antes que nosotros. Aunque te expliquen lo común que es, te hablen de una falla cromosómica o te digan que ya vas a poder volver a intentarlo, creo que el dolor que sentimos en esos días sólo lo puede entender quien lo ha vivido. Y los niños, que en los primeros años tienen una gran conexión con los padres, también lo sufren, aunque no lo entiendan. Duendito andaba sensible y a la vez muy regalón. Decidimos esperar, confiar en la naturaleza y dejar que las cosas siguieran su curso, que mi cuerpo se diera cuenta. En parte para sanar, y en parte porque queríamos enterrar a esa personita que estuvo con nosotros aunque haya sido tan poquito tiempo. Pero mi cuerpo no supo de la pérdida. El embarazo siguió su curso, la placenta siguió creciendo, y la leche se cortó, no sé si por el embarazo mismo o por la falta de succión. Duendito pedía cada noche, pero sólo cuando ya el cuento se estaba terminando, cuando ya se estaban cerrando sus ojitos. Alcanzaba a tomar medio minuto y se dormía. Era lo único que nos quedaba de la lactancia, el contacto. Aunque no saliera nada, no podía (ni quería) negarle esa seguridad que le daba el dormirse así. Mi cuerpo seguía embarazado, había vivido todos los malestares de los primeros meses, e incluso me había salido panza. Y entonces, con 16 semanas, el ginecólogo dijo que ya no era seguro seguir esperando, porque el cuerpo no reaccionaba y tenía mucho líquido. Si esperábamos a que fuera natural, o inducido con pastillas pero en casa, podía sufrir una hemorragia muy fuerte. Entonces decidimos operar. Aunque no era el cierre que esperábamos, tampoco podíamos arriesgar mi salud. Duendito necesitaba tener a su mami sana. Fue una operación rápida, con anestesia general, y en la sala de recuperación agradecí a la vida por haber decidido esperar esos meses. No me podía imaginar lo que hubiera sido estar ahí sola cuando recién supimos la noticia. El tiempo de espera nos había dado paz para aceptarlo y sanarlo. Y sentí todo el tiempo que mi angelita (porque si le creo a mi duende que era niña, como nosotros también lo sentíamos) me estuvo acompañando. Tuve que pasar esa noche en la clínica, y nuestro duende se durmió casi como cada noche, con su cuento, pero abrazado sobre el pecho de papá en vez de mamá, sin lágrimas. ¿Cuántas veces escuché decir que era dependiente de la teta para dormirse, que nunca la iba a dejar? Yo misma tenía miedo de cómo se iba a dormir sin mi esa noche, nuestra primera noche separados. Pero él me había mostrado que no era una dependencia, simplemente le gustaba tomar para dormirse, y si mamá no estaba, pues se acomodaba. En el primer despertar nocturno, como a las 2 AM, si lloró. Estaba desorientado, y con el sueño no se acordaba dónde estaba mamá. Pero con paseos y mimos se volvió a dormir a los 10 minutos. La siguiente despertada simplemente estiró la mano, tocó la barba de su papi, y siguió durmiendo. 

Al día siguiente me fueron a buscar todos juntos a la clínica. Duendito estaba preocupado por la intravenosa que me tenían en el brazo. Me abrazó mientras me la sacaban, y me daba besitos. Esa noche volvimos a acostarnos juntos los 3, leímos un cuento, se agarró a la teta y me miró con sus ojos grandes diciendo: "si sale", con una mezcla de emoción y sorpresa. Cuando se durmió me apreté un poco el pezón para ver. Sí, salía, aunque eran sólo unas gotitas, y era más bien aguada y pegajosa. ¿calostro? No lo sé, pero algo salía. 
Al par de días ya no eran gotitas aguadas sino leche a chorros, otra vez, y mi duendito volvía a hacer una toma larga mientras me decía "sale taaanto" con una sonrisa pícara. La sensibilidad de los pezones se había ido, y ya no me dolía que pasara más tiempo agarrado, y seguro que él se dio cuenta porque comenzó a aumentar los tiempos. 

Por poco más de un mes siguió pidiendo sólo para dormir. Hasta que llegó el primer resfrío de invierno y me empezó a pedir más. Y aunque el resfrío se fue hace 2 meses, parece que se acordó de cuánto le gustaba, y hemos tenido un aumento de las tomas. Es que con el frío que está haciendo por estos lados, nada más rico que pasar un rato abrazaditos mientras toma su lechita recién hecha. Desayuno, alguna que otra en la tarde, para dormir, y para re-dormir cuando despierta en las noches. Aunque algunos días, cuando está más entretenido, ni se acuerda y sólo pide para dormir. Y no me ha vuelto a pedir en público.

¿Destete? No, ya no lo veo cerca. Lo que nosotros tuvimos fue  algo así como un "Re-tete".

Hoy cumplimos 30 meses. 2 años y medio! Me imagino los comentarios que me haría mi padre si pudiera hablarme. Donde quiera que esté, estoy segura de que se está riendo con orgullo al vernos. 

Los estudios antropológicos muestran que la edad de destete natural va de los dos años y medio a los 7 años. No se si lleguemos a los 7, pero quien sabe. Por ahora nos encanta, y él decidirá hasta cuando.



"Eres un recién llegado, y yo ya soy tu aprendiz"
(Ismael Serrano)

martes, 4 de agosto de 2015

SMLM 2015: Nuestra historia de Lactancia y Trabajo

Hace poco se alargó el postnatal en Chile a 24 semanas. Muchos hablan de 6 meses, pero en verdad son 5 y medio. Y sabemos que se hace bastante difícil mantener la lactancia exclusiva hasta los 6 meses cuando tienes que volver antes a trabajar, especialmente porque ya no puedes seguir la recomendación de "a demanda".
Además, a los 6 meses los bebés "pueden" comenzar a comer otras cosas, pero no todos los niños están listos, ni todos los niños lo aceptan.
 
En nuestro caso, sumando postnatal y vacaciones, además de un jefe al que le agradezco haberme dado bastante libertad (en parte porque su hijo había sido amamantado hasta los 3 años y él era fan de la lactancia), volví a trabajar dos semanas después de cumplir los 6 meses. Dos semanas antes mi hijo había comenzado a “comer” un poco, pero como usamos baby led weaning, básicamente jugueteaba un poco con la comida y probaba sabores. La leche seguía siendo algo así como el 98% de su alimentación.
 
En mi trabajo, como en la mayoría, no tenía un lugar privado y limpio para extraerme leche. Comparto oficina con 4 hombres, y el baño no me parecía una opción higiénica. Por suerte la secretaria, que si tenía oficina sola, se ofreció para que yo “me encerrara” con ella mientras me extraía. Mis compañeros de trabajo (90% hombres) solidarizaron, comprometiéndose a golpear la puerta siempre que necesitaran algo de la secretaria, y nunca nadie reclamó porque estuviera cerrado con llave. 

Cada 3 horas, yo me encerraba media hora a extraerme. Y con eso dejaba la leche que mi duendito se tomaba al día siguiente. El tiempo que estábamos juntos, desde que yo llegaba en la tarde hasta que me iba después del desayuno, e incluyendo toda la noche ya que dormimos juntos, era “bar abierto”. Totalmente a libre demanda. Cuando a veces necesitaba leer algo en casa, la siesta agarrado a la teta era el momento ideal (como en la foto jeje).
 
Así pasamos un año, hasta que las cosas se complicaron. Llegó más gente al trabajo por una expansión del departamento, y ya ni siquiera la secretaria tenía oficina sola. Además, duendito nunca quería leche de varios días, ni menos congelada, así que cada día había que cumplir la meta de lo que se tomaba. Con la tensión de andar buscando oficina libre, y muchas veces teniendo que cambiar de oficina en medio de la extracción, me salía cada vez menos leche (con el sacaleches, porque cuando él tomaba seguía saliendo como siempre). El fin de semana tenía que mandarlo a pasear con el papá mientras yo me sacaba la leche para el lunes. Con año y medio, ya él comenzaba a pedir que mamá también los acompañara en el paseo. Y yo también tenía ganas de acompañarlos, cuando llegaban contándome sus “aventuras” en un bosque cercano a la casa.
Así que decidimos que ya era tiempo de despedirse del sacaleches. Yo no quería perderme esos momentos de fin de semana por un sólo biberón de mi leche que tomaba al día, sabiendo que todo el tiempo que estábamos juntos podía "ponerse al día" y tomar lo que le faltaba. Además, ahora que ya comía de todo, muchas veces ni siquiera se tomaba toda la leche que me sacaba, y como ya la habíamos calentado, se terminaba botando (cuando no alcanzaba a convertirla en flan de vainilla con agar agar).

Desde el año y medio pasamos a lactancia mixta. Mientras yo no estoy come sus comidas, y una leche de fórmula a media tarde (la que a veces se toma y a veces no. Nadie lo obliga porque sabemos que con mi leche tiene suficiente). Apenas llego a casa se abre nuevamente la libre demanda hasta la mañana siguiente. 

Así ha pasado otro año. Épocas de tomar mucho, épocas de tomar poco. Y ya en unos días cumple 2 y medio. Las tomas se han ido reduciendo paulatinamente, y cada vez despierta menos para pedir lechita (actualmente 1 o 2 veces por noche). Y la única que no perdona nunca es la toma para dormirse. 

Esperamos llegar a un destete natural, cuando él lo decida. Por ahora, disfrutamos de esos momentos, bien abrazaditos, y de esos ojitos que me miran con un brillo especial mientras toma.

Amamantar y trabajar. Si, es posible!