Todos
los padres se enojan con sus hijos a veces.
No
nos ayuda el que siempre haya interminables presiones de la vida:
citas para las que estamos atrasados, cosas que hemos olvidado hasta
el último momento, preocupaciones de salud, financieras - la lista
es interminable. En medio de ese estrés entra nuestro hijo, que ha
perdido su zapatilla, o de repente recordó que necesitaba un nuevo
cuaderno para hoy en la escuela, o se burla de su hermano pequeño...
y explotamos.
Sabemos
que podemos manejar cualquier desafío de crianza mucho mejor cuando
estamos tranquilos. Pero en la tormenta del enojo, nos sentimos con
el justo derecho a dejar salir nuestra furia. ¿Cómo puede este niño
ser tan irresponsable, desconsiderado, desagradecido o incluso malo?
No
importa lo grave que encontremos el comportamiento de nuestro
hijo, la verdad es que ese comportamiento no causó nuestra furia.
Vemos la conducta de nuestro hijo ("Él la golpeó de nuevo!"),
y llegamos a una conclusión ("¡Va a ser un psicópata!"),
que desencadena otras conclusiones ("¡He fallado como madre!").
Esa cascada de pensamientos activa un chorro de emociones - en este
caso el miedo, la consternación, la culpa. No podemos soportar esos
sentimientos, y la mejor defensa es una buena ofensiva, así que
atacamos a nuestro hijo con rabia. Todo el proceso toma todos sólo
dos segundos.
Nuestro
hijo nos ha estado provocando, pero él no es la causa de nuestra
respuesta. Cualquier problema que nos haga sentir como azotados,
tiene raíces en nuestros propios primeros años. Lo sabemos porque
perdemos nuestra capacidad de pensar con claridad en esos momentos, y
empezamos a actuar como niños nosotros mismos, lanzando nuestros
propios berrinches.
No
te preocupes. Eso es normal. Todos comenzamos la crianza de nuestros
hijos heridos de alguna manera por nuestra infancia, y nuestros hijos
hacen aflorar todas esas heridas. Es esperable que a veces sus
acciones nos lancen hacia el acantilado. Por eso, nuestra
responsabilidad como adulto es mantenernos lejos de ese acantilado.
¿Por
qué nos enojamos tanto con nuestros hijos?
Padres
e hijos tienen la capacidad de activarse unos a otros como nadie más
puede. Incluso como adultos, a menudo actuamos irracionalmente con
nuestros propios padres. (¿Quién tiene mayor poder para molestarte
y hacerte actuar infantilmente que tu propia madre o padre?)
Del
mismo modo, nuestros hijos presionan nuestros botones precisamente
porque son nuestros hijos. Los psicólogos llaman a este fenómeno
“fantasmas en la guardería”, refiriéndose a que nuestros hijos
estimulan sentimientos intensos de nuestra propia infancia, y a
menudo respondemos inconscientemente, recreando el pasado que está
grabado como jeroglíficos olvidados profundamente en nuestra mente.
Los temores y la rabia de la infancia son poderosos y pueden
abrumarnos incluso como adultos. Puede ser tremendamente difícil
mandar a dormir a estos fantasmas.
El
saber todo esto ayuda cuando estamos luchando para hacer frente a la
rabia. Pero también es importante saber que la rabia de los padres
puede ser perjudicial para los niños pequeños, lo cual nos da un
incentivo para controlarnos a nosotros mismos.
¿Qué
le pasa a tu hijo cuando le gritas o lo golpeas?
Imagina
que tu esposo o esposa pierde el control y te grita. Ahora imagina
que es tres veces más grande que tú, imponente. Imagínate que
dependes completamente de esa persona para tu alimento, refugio,
seguridad, protección. Imagínate que es tu fuente primaria de amor
y confianza en tí mismo y de información sobre el mundo, que no
tienes ningún otro lugar a donde ir. Ahora multiplica por 1000 lo
que hayas sentido. Algo como eso es lo que siente tu hijo cuando te
enojas con él.
Por
supuesto, todos nos enojamos con nuestros hijos, incluso, a veces,
estamos enfurecidos. El desafío es invocar nuestra madurez para
controlar la expresión de esa furia y por lo tanto minimizar su
impacto negativo.
La
rabia ya es lo suficientemente aterradora. Ponerles etiquetas
ofensivas (“llorón”, “flojo”, “malo”) u otro abuso
verbal, en el cual un padre habla irrespetuosamente a su hijo, tiene
un costo personal más alto, ya que el niño depende de los padre
para formarse su propia imágen de sí mismo. Se ha demostrado
también que los niños que sufren violencia física, incluyendo los
palmazos o nalgadas, exhiben efectos negativos duraderos que llegan a
cada rincón de su vida adulta, desde un coeficiente intelectual
reducido, a relaciones más tempestuosas y una mayor probabilidad de
abuso de sustancias.
Si
tu hijo pequeño no parece tener miedo a tu rabia, es una indicación
de que él o ella te ha visto así demasiadas veces y ha desarrollado
un sistema de defensa, contra tu rabia y también contra ti. El
resultado, lamentablemente, es un niño que estará menos dispuesto a
comportarse para complacerte, y estará más abierto a las
influencias de su grupo de pares. Eso significa que tienes un trabajo
de reparación que hacer. Ya sea que lo demuestren o no, nuestra
rabia es aterradora para nuestros hijos, y cuanto más nos enfademos,
más defensas dessarrollarán y, por lo tanto, menos probable será
que lo demuestren.
¿Cómo
puedes manejar tu propia rabia?
Por
el simple hecho de ser humano, a veces te encontrarás en modo
"pelear o huir", y tu hijo parecerá el enemigo. Cuando
estamos arrasados por la rabia, estamos físicamente preparados para
pelear. Las hormonas y los neurotransmisores están inundando nuestro
cuerpo. Ellos hacen que tus músculos se tensen, que tu pulso
aumente, que tu respiración se acelere. Es imposible mantener la
calma en esos momentos, pero todos sabemos que golpear a nuestros
niños - aunque podría aliviarnos por un instante - no es realmente
lo que queremos hacer.
Lo
más importante que tenemos que recordar sobre la rabia es NO actuar
mientras estás enojado. Sentirás una necesidad urgente de actuar,
de enseñarle una lección a tu hijo. Pero esa es tu rabia hablando.
Ella piensa que es una emergencia. Sin embargo, casi nunca lo es.
Puedes enseñarle a tu hijo después, y esa será una lección que si
quieres enseñarle. Tu hijo no se va a ninguna parte. Tu sabes donde
vive.
Así
que comprométete ahora a No golpear. No maldecir. No poner a tu hijo
feas etiquetas (“tonto”, “flojo”, “llorón”...). No
imponer ningún castigo mientras estás enojado. ¿Qué hay de
gritar? Nunca a tus hijos, eso sería una rabieta tuya. Si realmente
necesitas gritar, entra en tu coche con las ventanas cerradas y grita
donde nadie te puede oír. Y no uses palabras, porque te harán
enojar más. Sólo grita.
Tus
hijos también se enojan, así que será un regalo doble para ellos
si logras encontrar maneras constructivas de lidiar con tu rabia: no
sólo no los lastimarás, sino que además les darás un ejemplo de
comportamiento. Tus hijos de seguro te verán enojado de vez en
cuando, y el ver cómo manejas esa situación les enseñará
muchísimo.
¿Le
enseñarás a tus hijos la ley del más fuerte? ¿Que los padres
también tienen rabietas? ¿Que gritando es como los adultos
resuelven los conflictos? Si lo haces, ellos adoptarán esos
comportamientos como un modelo del comportamiento de los adultos.
¿O
le enseñarás a tus hijos que el enojo es parte de ser humano, y que
aprender a manejar el enojo de forma responsable es parte de madurar?
Acá te explicamos cómo.
1.
Pon los límites ANTES de enojarte.
Muchas
veces, cuando nos enojamos con nuestros hijos, es porque no hemos
puesto un límite a tiempo y algo nos está molestando. El minuto en
que comienzas a enojarte es una señal de que tienes que hacer algo.
No, no gritar. Intervenir de forma positiva para prevenir que ese
comportamiento que te irrita continúe.
Si
la irritación proviente de ti mismo -- digamos que acabas de tener
un mal día o te duele la cabeza, y te estás alterando por algo que
normalmente no te molestaría -- puede ayudarte el explicarle esto a
tu hijo y pedirle que sea considerado y deje de hacer eso que te
molesta, al menos por ahora.
Si
los niños están haciendo algo que es cada vez más molesto -- como
jugar un juego en el que alguien podría lastimarse, o pelear
mientras estás hablando por teléfono - puede que tengas que
interrumpir lo que está haciendo y redirigirlos, para mantener la
situación, y tu rabia, bajo control.
2.
Cálmate ANTES de actuar.
Cuando
sientes rabia, necesitas una forma de calmarte. Ser consciente de
esto siempre te ayudará a practicar tu autocontrol y cambiar tu
fisiología: Para, deja tu agenda (sólo por un minuto), y respira.
Esa respiración profunda es tu botón de pausa. Te da una opción.
¿Realmente quieres ser secuestrado por esas emociones?
Ahora
recuérdate a ti mismo que no es una emergencia. Sacude la tensión
fuera de tus manos. Haz 10 respiraciones profundas más.
Puedes
tratar de encontrar una manera de reir, lo que descarga la tensión y
cambia el estado de ánimo. Incluso forzándote a ti mismo a sonreir,
le mandas un mensaje a tu sistema nervioso de que no es una
emergencia, y comienzas a calmarte. Si necesitas puedes hacer algún
ruido (ommmm). Poner música y bailar puede ayudarte a descargar la
rabia físicamente.
Si
puedes encontrar 15 minutos al día para practicar mindfulness
mientras los niños están en la escuela o durmiendo, podrás
construir la capacidad neurológica que hará que sea más fácil
calmarte en esos momentos de enojo. Pero también, la vida diaria con
niños debería darte muchas oportunidades para practicar. Cada vez
que te resistas a actuar durante la rabia, estarás reconectando tu
cerebro para tener cada vez más autocontrol.
Algunas
personas todavía siguen el antiguo consejo de golpear una almohada.
Si vas a hacer esto es mejor hacerlo en privado, porque verte
golpeando una almohada puede asustar a tus hijos (y si son muy
pequeños podrán imitarte, sin distinguir todavía entre golpear la
almohada o a otra persona). Tu hijo sabe perfectamente bien que la
almohada es un soporte para su cabeza y la imágen de una mamá loca
golpeándola quedará grabada en su memoria. De todos modos, esta
estrategia es cuestionable, porque la investigación sugiere que
golpear algo - cualquier cosa - le confirma a tu cuerpo que estás en
una emergencia y te mantiene en el modo "pelear o huir".
Por lo que puede servir para descargar energía, pero no logra calmar
la rabia, y en realidad puede hacer que te enojes más.
En
cambio, si logras respirar profundamente y tolerar los sentimientos
de enojo, probablemente notarás que justo bajo esa rabia hay miedo,
tristeza, desilución. Permítete sentir esas emociones notando la
sensación que producen en tu cuerpo. No los refuerces pensando en
por qué te enojaste; sólo respira concentrándote en la tensión de
tu cuerpo y mira como cambia y desaparece. La rabia se desvanecerá.
3.
Tómate unos minutos
Reconoce
que la rabia es un pésimo estado para comenzar a intervenir en
cualquier situación. Tómate un tiempo fuera y vuelve cuando estés
calmado.
Aléjate
físicamente de tu hijo para que no sientas la tentación de
golpearlo o tironearlo. Sólo di, con la mayor calma posible: “Estoy
demasiado enojado ahora para hablar de esto. Voy a tomarme un tiempo
a solas para calmarme.”
Al
salir, tu hijo no va a sentir que ganó, sino que le da una idea de
cuán serio fue lo que pasó, y un modelo para el autocontrol.
Usa
ese tiempo para calmarte, no para pensar en cuántos motivos tienes
para estar enojado.
Si
tu hijo tiene edad suficiente para quedarse solo un momento, puedes
ir al baño, mojarte la cara y hacer algunos ejercicios de
respiración. Pero si tu hijo es muy pequeño, y se siente abandonado
cuando te vas, te seguirá gritando. Si no puedes dejar a tu hijo
solo sin que su molestia aumente, camina hacia el fregadero del baño
o la cocina y pon tus manos bajo el agua. Luego, siéntate en el
sillón cerca de tu hijo por algunos minutos, respirando
profundamente y diciendo un pequeño mantra que devuelva tu calma,
como estos:
“Esto
no es una emergencia.”
“Los
niños necesitan más amor cuando menos parecen merecerlo.”
“Está
actuando así porque necesita mi ayuda con sus intensos
sentimientos.”
“Sólo
amor hoy.”
Está
bien decir tu mantra en voz alta. Es un buen ejemplo para tus hijos
de cómo se manejan las emociones de forma responsable. No te
sorprendas si en un tiempo tu hijo copia tu mantra y comienza a usarlo cuando está
enojado.
4.
Escucha tu rabia, en lugar de actuar con ella.
La
rabia, al igual que otras emociones, son como nuestros brazos o
piernas. De lo que somos responsables es de lo que elegimos hacer con
ella. La rabia generalmente tiene una valiosa lección para nosotros,
pero actuar mientras estamos enojados no es constructivo (excepto en
raras situaciones en que es necesario defendernos) ya que podemos
tomar decisiones que nunca tomaríamos en un estado racional. La
manera constructiva de manejar la rabia es limitar nuestra expresión
de ella, y cuando estemos en calma, usarla como diagnóstico: ¿qué
está tan mal en nuestra vida que nos sentimos tan furiosos, y qué
necesitamos para cambiar esta situación?
Algunas
veces la respuesta está claramente relacionada con nuestra
paternidad: necesitamos poner reglas antes de que las cosas se nos
vayan de las manos, comenzar a acostar a los niños media hora antes,
o hacer algún trabajo de reparación en la relación con nuestros
hijos para que dejen de tratarnos de manera irrespetuosa. Algunas
veces nos sorprenderemos al darnos cuenta de que nuestra rabia es en
verdad con nuestra pareja, que no está actuando como un verdadero
compañero en la crianza, o incluso con nuestro jefe. Y otras veces
la respuesta es que estamos acarreando una rabia que no entendemos y
que se derrama sobre nuestros hijos, y tenemos que buscar ayuda a
través de asesoramiento o un grupo de apoyo para padres.
5.
Recuerda que "expresar" tu rabia a otra persona puede
reforzarla y aumentarla.
A
pesar de la idea popular de que necesitamos "expresar"
nuestra rabia para que no nos coma, no hay nada constructivo en
expresar la rabia "en" otra persona. Las investigaciones
muestra que expresar la rabia mientras estamos enojados en realidad
nos hace enojar más. Esto, a su vez, hace que la otra persona se
sienta herida y asustada, por lo que se enoja más o se pone a la
defensiva. No es de extrañar que en lugar de resolver las cosas,
esto profundice la brecha en la relación con nuestros hijos.
Es
más, expresar la rabia no es ser verdaderamente honesto. La rabia es
un ataque hacia la otra persona, porque tú te sientes muy molesto.
Ser verdaderamente honesto sería expresar el dolor o el miedo que
está generando esa rabia - lo cual harías con tu pareja. Pero con
los niños, nuestro trabajo es manejar nuestras propias emociones, no
ponerlas sobre nuestros hiijos, así que necesitamos controlarnos
más.
La
respuesta siempre es calmarte tú primero. Luego considera cuál es
el mensaje profundo que la rabia te está revelando, antes de tomar
decisiones sobre lo que dirás o harás.
6.
ESPERA antes de disciplinar
Para
establecer tu punto NUNCA hay que actuar mientras estás enojado. No
es necesario dictar sentencia sobre la marcha. Simplemente di algo
como:
"No
puedo creer que le pegaste a tu hermano después de que conversamos
que pegar duele. Tengo que pensar en esto, y hablaremos de ello esta
tarde. Hasta entonces, espero que te comportes mejor. "
Tómate
un tiempo, diez minutos para calmarte. No repases la situación en tu
mente - eso siempre te hará aumentar tu enojo. En su lugar, utiliza
las técnicas anteriores para calmarte. Pero si ya has tomado un
tiempo de espera de diez minutos y aún no te sientes lo
suficientemente tranquilo como para relacionarte constructivamente,
no dudes en dejar la discusión para después:
"Quiero
pensar en lo que acaba de pasar y hablaremos de ello más tarde.
Mientras tanto, necesito hacer la cena y tú necesitas terminar tu
tarea, por favor.” (mientras más calmado lo digas, más probable
es que obtengas una respuesta comprensiva).
Después
de la cena, siéntate con tu hijo y, si es necesario, establece
límites firmes. Estarás más dispuesto a escuchar su explicación y
a responder a su comportamiento con límites razonables, aplicables y
respetuosos.
7.
Evita usar la fuerza física, no importa qué pase.
85%
de los adolescentes en dicen que han sido abofeteados o golpeados por
sus padres (Revista de Psicopatología, 2007). Y sin embargo, estudio
tras estudio se ha demostrado que los palmazos y cualquier otro
castigo físico tiene un impacto negativo en el desarrollo de los
niños, que dura toda la vida. La Academia Americana de Pediatría
recomienda firmemente que no se usen.
Personalmente
me pregunto si la epidemia de ansiedad y depresión entre los adultos
en nuestra cultura es causada, en parte, por las consecuencias de
haber crecido con adultos que nos lastimaron. Muchos padres minimizan
la violencia física que sufrieron de niños, porque el dolor
emocional es demasiado grande como para reconocerlo. Pero reprimir el
dolor sufrido en la infancia sólo nos hace más propensos a golpear
a nuestros propios hijos.
Darle
a tu hijo una nalgada puede hacer que te sientas mejor temporalmente,
porque descarga tu rabia, pero es malo para tu hijo y, en última
instancia, sabotea todo lo positivo que haces como padre. Las
palmadas, e incluso las bofetadas, suelen ir en escalada. Hay
evidencia de que las nalgadas son adictivas para los padres, ya que
les dan una manera de descargar ese malestar y sentirse mejor. Pero
hay mejores maneras para que tu te sientas mejor, que a la vez no
lastiman a tus hijos.
Haz
lo que necesites hacer para controlarte, incluyendo salir de la
habitación. Si no puedes controlarte y acabas recurriendo a la
fuerza física, pide disculpas a tu hijo, dile que golpear nunca está
bien, y busca ayuda.
8.
Evita las amenazas
Las
amenazas hechas mientras estás enojado siempre serán excesivas o
poco razonables. Dado que las amenazas sólo son eficaces si estás
dispuesto a cumplirlas, amenazar mientras estás enojado disminuye tu
autoridad y hace menos probable que tus hijos sigan las reglas la
próxima vez. En vez de amenazar, dile a tu hijo que necesitas pensar
en una respuesta apropiada a esta infracción de las reglas. El
suspenso será peor que escuchar una serie de amenazas que sabe que
no vas a cumplir.
9.
Cuida tu tono y tu elección de palabras.
Las
investigaciones muestran que cuanto más calmadamente hablamos, más
calmados nos sentimos y más tranquilamente nos responden otros. Del
mismo modo, el maldecir o usar palabras muy cargadas hace que
nosotros y nuestro oyente nos molestemos más, y la situación se
agrava. Tenemos el poder de calmar o molestar, tanto a nosotros
mismos como a la persona con la que estamos hablando, con nuestro
propio tono de voz y elección de palabras. (Recuerda, tú eres el
modelo a seguir).
10.
¿Todavía enojado?
No
te quedes pegado a tu rabia. Una vez que la hayas escuchado y hecho
los cambios apropiados, déjala ir. Si eso no funciona, recuerda que
la rabia siempre es una defensa. Nos protege de sentirnos
vulnerables.
Para
deshacerte de la rabia, mira el dolor o el miedo que se esconden bajo
esa rabia. Tal vez las rabietas de tu hijo te asustan, o tu hija está
tan obsesionada con sus amigos que es despectiva con la familia, lo
cual te duele. Una vez que aceptes esas emociones subyacentes y te
permites sentirlas, tu rabia se disipará. Y serás más capaz de
intervenir de manera constructiva con tus hijos para resolver lo que
parecía un problema insuperable.
11.
Crea y pega una lista de maneras aceptables de manejar la rabia.
En
algún momento, cuando las cosas en tu casa estén tranquilas, habla
con tus hijos sobre maneras aceptables de lidiar con la rabia. ¿Está
bien golpear a alguien? ¿Está bien tirar cosas? ¿Está bien
gritar? Recuerda que ya que tú eres el modelo a seguir, las reglas
que se aplican a tus hijos también se aplican a ti.
A
continuación, haz una lista de maneras aceptables de manejar la
rabia, y ponla en el refrigerador o donde todos en la familia puedan
leerla regularmente. Deja que tus hijos vean que tu mismo la lees
cuando empiezas a enojarte.
-
"Dile a la otra persona lo que quieres sin atacarlos."
-
"Pon música y baila tus enojos.”
-
"Cuando quieras golpear, aplaude con tus manos alrededor de tu
propio cuerpo y contrólate."
12.
Elije tus batallas.
Cada
interacción negativa con nuestros hijos va gastando nuestra
relación. Concéntrate en lo que importa, como la manera en que tu
hijo trata a otros seres humanos. En una mirada global. Su chaqueta
en el suelo puede volverte loco, pero no vale la pena arriesgar la
relación por eso. Recuerda que cuanto más positiva y conectada sea
la relación con tu hijo, más probable es que siga tus direcciones.
13.
Considera que tú eres parte del problema.
Si
estás abierto a crecer emocionalmente, tus hijos siempre te
mostrarán qué es lo que tienes que trabajar de ti mismo. Si no lo
estás, es difícil ser un padre pacífico, porque cualquier cosa
gatillará que aflore lo peor de ti. En cada interacción con
nuestros hijos, tenemos el poder para calmar o empeorar la situación.
Tu hijo puede estar actuando de maneras que la empeoren, pero tú no
eres una víctima indefensa. Hazte responsable de manejar tus propias
emociones primero. Es posible que tu hijo no se convierta en un
angelito de la noche a la mañana, pero te sorprenderá ver cuánto
menos enfadado actúa tu hijo una vez que tú aprendes a mantener la
calma frente a su rabia.
14.
Sigue buscando formas efectivas de disciplina que fomenten un
mejor comportamiento.
Hay
formas mucho más eficaces de disciplinar que con rabia, y, de hecho,
las investigaciones muestran que la disciplina con rabia establece un
ciclo que fomenta la mala conducta.
Algunos
padres se sorprenden al saber que hay familias donde los niños nunca
son castigados, ni siquiera con consecuencias o tiempos fuera, y los
gritos de los padres son infrecuentes. Los límites se establecen,
por supuesto, y hay expectativas para el comportamiento, pero éstos
se hacen cumplir a través de la conexión padre-niño y ayudando a
los niños con sus necesidades y con las molestias que conducen a su
“mal” comportamiento. Las investigaciones son claras al mostrar
que de estas familias resultan niños con una mayor inteligencia
emocional y por lo tanto más capaces de manejar su comportamiento.
15.
Si frecuentemente luchas contra tu rabia, busca ayuda
No hay que sentir vergüenza por pedir ayuda. Vergüenza es renegar
de tu responsabilidad como padre al dañar a tu hijo, física o
psicológicamente.
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Artículo
original de ahaparenting: