martes, 28 de julio de 2015

¿Límites? Pocos y con amor



¿Has pensado en cuántas veces al día escucha un niño la palabra NO? 

En muchos casos, el niño se pasa el día siguiendo ordenes: lo que puede o no puede hacer, lo que se tiene que poner, cuándo, cuánto y qué comer, a qué hora bañarse, a qué hora dormir, a qué hora despertar, e incluso a quien saludar. Sumado a todos los "no hagas..." por cosas que a veces de verdad el único que las nota eres tú. Y después nos preguntamos por qué explotan. Cualquier adulto sometido a esa presión explotaría al final del día. 

Los niños están descubriendo el mundo, no entienden las reglas, no conocen las rutinas familiares, no saben lo que es socialmente aceptado o no. Nosotros somos sus guías, y como tales debemos elegir lo que es más importante para comenzar a enseñar, teniendo claro que es imposible que un niño lo aprenda todo de golpe. Nuestro deber como padres los primeros años es principalmente evitar que se hagan daño o hagan daño a otros. Por eso los primeros años hay que poner POCAS reglas pero firmes, como he leído por ahí: "elegir tus batallas". 
Hay cosas que siempre son SI, y cosas que siempre son NO. Esas actitudes que a veces, según el ánimo de los padres, o según el momento del día son SI o NO, son las que más tardarán en comprender, porque no hay coherencia. 

No podemos tratar de que se comporten como pequeños adultos, porque no lo son. Ya habrá tiempo para ir enseñando eso de las "buenas costumbres" (que pueden ser muy distintas en una cultura que en otra, en incluso en tu casa o la del vecino). Y en esa etapa también deberemos acompañarlos y guiarlos con amabilidad y respeto, y sobre todo con el ejemplo, pues sabemos que como mejor aprenden es por imitación. 

Recordemos que no es lo mismo gritar "no subas los pies a la mesa" que decirle amablemente "cariño, los pies no se ponen sobre la mesa porque están sucios y acá ponemos la comida". ¿Aprenderá a la primera? No! Deberemos repetirlo muchas veces hasta que lo asimile, pero podemos repetirlo siempre con la misma amabilidad (la amabilidad no quita la firmeza). Yo tampoco aprendí a conducir el primer día que me subí a un coche, y sin embargo el instructor se mantuvo amable todo el tiempo que me demoré en aprender. 

Las cosas se aprenden de a poco, y sobre todo, se aprenden con el ejemplo.


miércoles, 8 de julio de 2015

La obsesión por el peso

En el mundo hay gente de todas las tallas, y cualquier mañana, mientras vamos a comprar el pan, nos cruzaremos con personas que pesan 50 kg y con otras que pesan 100. ¿De verdad cree que esas personas pesaban lo mismo cuando tenían tres meses? ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar las diferencias en el peso de los hijos?

Qué es y para qué sirve una gráfica de peso

Esto es una gráfica de peso. Totalmente inventada; ¡no busque en ella a sus hijos! Simplemente, lo hemos puesto para explicar lo que significan las líneas. Existen muchos gráficos de peso distintos: los americanos y los de otros países que han querido tener gráficas propias para no ser menos: franceses, ingleses, españoles...
Por cierto, no coinciden, y si nos lee algún pediatra o enfermera podrá pasar entretenidas tardes de domingo comparando unos con otros. Los números que hay a la derecha se llaman "percentiles". El percentil 75 significa que de 100 niños sanos 75 están por debajo de esa raya y 25 por encima. En algunas gráficas, las rayas de los extremos no son el 97 y el 3, sino el 95 y el 5. Otras gráficas no usan los percentiles, sino la media y las desviaciones típicas. Dichas tablas tienen, de abajo a arriba, cinco líneas que corresponden a -2, -1, media, +1 y +2 desviaciones típicas (o "estándar"). Los pediatras hablamos de estas rayas con gran confianza, como si fueran de la familia, y decimos cosas tales como "la talla está en la -1, pero el peso está en la .2". A título orientativo, por debajo de la -1 vienen a estar el 16 por ciento de los niños SANOS; y por debajo de la -2 algo más del 2 por ciento.
Hemos puesto en nuestra gráfica los pesos de tres niñas imaginarias de la misma edad. Adela tiene un peso totalmente normal, pero apenas habrá un 6 por ciento de niñas de su edad que pesen más. Ester, aunque pesa kilo y medio menos, también tiene un peso totalmente normal, pero el 85 por ciento de las niñas de su edad pesan más que ella. Bajo ningún concepto se puede decir que Ester vaya "mal", "escasa" o "justa" de peso. Es un error muy frecuente pretender que los niños vayan por encima de la media; la mitad de los niños, por definición, están por debajo del percentil 50.
¿Y Laura? Está por debajo de la última raya, y muchas veces esto se interpreta como que "va mal de peso". Pero ojo, la última raya es el percentil 3; el 3 por ciento de los niños sanos están por debajo. Esa raya no es una frontera que separa a los sanos de los enfermos, sino un aviso que le dice al pediatra "cuidado, mírese a Laura bien mirada porque probablemente no le pasa nada, pero también podría ser que estuviera enferma". ¿Cómo distinguirá el pediatra a ese 3 por ciento de niños sanos que están por debajo de la raya de los que están faltos de peso por alguna enfermedad? Pues para eso ha estudiado. Hemos insistido varias veces en que el 25 por ciento de los niños sanos están por debajo del percentil 25. Porque las gráficas se hacen pesando a varios cientos o miles de niños sanos. Naturalmente, si un niño nace prematuro, o tiene el síndrome de Down, o una enfermedad grave del corazón, o le ingresan durante semanas por unas diarreas tremendas, su peso ya no se usa para calcular la media de las gráficas de peso normal. Y, por el mismo motivo, si su hijo ha tenido alguno de esos problemas u otros similares, su peso, probablemente, no seguirá las curvas normales. El que un niño con una enfermedad crónica (o que ha pasado recientemente una enfermedad aguda importante) esté "bajo de peso" no es consecuencia de no comer, sino de su enfermedad. Forzarle a comer no ayudaría a curar su enfermedad; sólo a hacerle sufrir y vomitar.

Ahora hemos anotado en nuestra gráfica imaginaria el peso de otras dos niñas imaginarias. La de arriba es Támara; su peso, como pueden ver, se mantiene siempre entre el percentil 90 y el 97. Algunos dicen que "va siguiendo su caminito". La línea inferior indica el peso de Marta. Vemos que en algún momento llega a estar por encima del percentil 50, pero más adelante está cerca del percentil 10. ¿Qué le pasa a Marta? Probablemente nada. Desde luego, si el desnivel de la curva de peso fuera muy rápido o muy pronunciado, su pediatra haría bien en mirarla con cariño para asegurarse de que no tiene ningún problema. Pero lo más probable es que no le encuentre nada de nada. Sencillamente, las gráficas de peso no son "caminitos", sino representaciones matemáticas de funciones estadísticas complejas. Las líneas de los percentiles no se corresponden al peso de ningún niño individual, y el peso de los niños individuales no tiene por qué coincidir con ninguna de las líneas. Esto se entenderá mejor con la siguiente gráfica.

Hemos comenzado pesando a dos niñas a lo largo del primer año, y hemos obtenido las dos líneas gruesas. Hemos calculado la media de estas dos niñas, y hemos obtenido la línea más delgada que hay en medio. Una de las niñas estaba por encima de la media, y luego bajó; la otra estaba por debajo, y luego subió. Ninguna de las dos coincide con la media. ¿Podemos decir que las dos niñas tienen problemas de nutrición, porque no "siguen su caminito"? Claro que no. Es la media la que no sigue el "caminito" de las niñas. Naturalmente, las gráficas de verdad no se han calculado pesando a dos niñas, sino a varios cientos. ¿Se imagina cómo se va complicando la cosa?

El crecimiento de los niños de pecho
La evolución del peso de Marta, que hemos visto en la segunda figura es bastante típica de los niños que toman el pecho. Las gráficas de peso son de hace bastantes años, cuando muchos niños tomaban el biberón, y los que tomaban el pecho lo hacían sólo durante unas semanas. Hoy en día, cuando cada vez más niños toman el pecho durante meses, se observa que no siguen aquellas gráficas. Diversos estudios en Estados Unidos, Canadá y Europa han demostrado que los niños de pecho suelen engordar "mucho" en relación con las antiguas gráficas durante el primer mes, pero luego van bajando de percentil; hacia los seis meses han perdido toda la ventaja que habían acumulado en el primer mes, y luego mantienen hasta el año un peso "bajo" en relación con las antiguas gráficas.
La OMS y el UNICEF tienen nuevas gráficas de peso, basadas en niños que toman el pecho, pero no todos los pediatras las han actualizado. Mientras no lo hagan, muchas madres se llevarán grandes sustos, pues les dirán a los dos o tres meses que su hijo "está bajando", o a los ocho o nueve meses que su hijo "está bajo de peso". No es cierto, su hijo está perfectamente.
¿Por qué no coincide el crecimiento de los niños que toman el pecho con el de los que toman el biberón? No se sabe muy bien, pero en todo caso no es por falta de alimento. Durante el primer mes, cuando sólo toman leche, los niños de pecho pesan lo mismo o más. Entre los seis y los doce meses, cuando toman papillas además de la leche, los niños de pecho pesan un poco menos. Si fuera verdad que "el pecho ya no les alimenta" (lo que es una solemne tontería, pues el pecho siempre alimenta más que el biberón, y también más que las papillas), entonces el niño se quedaría con hambre y comería más papilla, con lo que podría engordar lo mismo que los de biberón. Pero es que tampoco quieren más papilla. La diferencia es más profunda; de alguna manera, la lactancia artificial produce un ritmo de crecimiento que no coincide con el de los niños de pecho. "No sabemos qué consecuencias puede tener este crecimiento excesivo", decía en la primera edición de este libro. Ahora sí que lo sabemos. Porque varios estudios han encontrado que los niños que han mamado menos de seis meses sufren más sobrepeso y obesidad a los cuatro o seis años.

No todos los niños crecen al mismo ritmo
"Tengo una niña que tiene ocho meses, y desde hace cuatro meses no ha cogido peso, su peso ha sido durante cuatro meses de 7,45 kg, y su talla ha aumentado poco a poco hasta los 71 cm que tiene ahora. Su pediatra me ha comentado que como no aumente de peso en este mes le mandará unos análisis de sangre para ver si tiene carencia de algo; si no es que es inapetente y ya está... Comer, come muy poco. Además, la cuchara la rechaza, cuando la he obligado con cuchara me lo ha vomitado todo. Sigo dándole con biberón todo, fruta, purés y la papilla de cereales."
Ciertamente, no es "normal" (en el sentido de "frecuente") que una niña no aumente nada de peso entre los cuatro y los ocho meses. Para saber si además de infrecuente es patológico, hay que tener en cuenta otros datos, entre ellos los análisis que prudentemente ha decidido pedir su pediatra para asegurarse de que no esté enferma. Pero si no se detecta ninguna enfermedad, lo mejor es esperar tranquilamente: ”Es inapetente, y ya está”. Porque lo que tampoco es muy frecuente es pesar eso a los cuatro meses: prácticamente en el percentil 95. La talla a los ocho meses es alta, bastante por encima de la media. Todos los análisis fueron normales, y a los trece meses esta niña pesaba 8 kg, y seguía sin querer comer. Parece como si, en lugar de engordar con un ritmo lento pero mantenido, esta niña hubiera engordado rápidamente en los primeros cuatro meses, para luego frenar.
Hay un ritmo de crecimiento especial que suele traer de cabeza a los padres. Se llama "retraso constitucional del crecimiento", y no es una enfermedad, sino una variación de la normalidad. Son niños que no crecen siguiendo las gráficas, sino que van por libre. Nacen con un peso normal, y crecen normalmente durante unos meses. Pero en algún momento hacia los tres o seis meses echan el freno, y empiezan a crecer muy despacito, tanto de peso como de talla. Suelen "salirse de la gráfica", colocándose por debajo del percentil 3 de peso y talla. El peso, eso sí, es adecuado para su talla. Si el pediatra les hace pruebas, salen totalmente normales. Se mantienen en el límite o fuera de las gráficas un par de años, pero entre los dos y tres años empiezan a crecer a mayor velocidad, de modo que alcanzan una altura final completamente normal, y son adultos de estatura media. Es una característica hereditaria, y resulta muy tranquilizador que las abuelas expliquen que uno o ambos padres, o algún tío, "también era muy canijo de chico, y el médico del pueblo siempre le andaba dando vitaminas", pero que al final creció. Veamos lo que parece un caso típico:
"Tengo una niña de dieciocho meses a la que afortunadamente le sigo dando el pecho a pesar de los comentarios en contra del 99 por ciento de la gente. El problema es que desde los cuatro meses, cuando volví a trabajar, no ha comido bien hasta ahora. Empezó a bajar de peso y ahora mismo mide 73,2 cm y pesa 8,690 kg. Le hicieron análisis y le salió todo normal."
A los dieciocho meses, el percentil 5 (según las gráficas americanas antiguas) es de 8,92 kg y de 76 cm. Pero, para una niña de 73 cm, el peso está por encima del percentil 25. A esta niña la ha visitado un endocrino, y la hormona de crecimiento es una de las pruebas que tiene normales. Así que sólo queda esperar unos años.
Lógicamente, un niño que crece tan despacio come aún menos que los demás.

"Desde que tuvo aquel virus no ha vuelto a comer..."
En general, el apetito va disminuyendo de forma paulatina; pero no pocas veces un hecho externo (una enfermedad, el comienzo de la guardería, el nacimiento de un hermanito...) desencadena el proceso.
Lo mismo que los adultos, los niños pierden el apetito cuando están enfermos. ¿Quién no ha tenido una gripe tal que pierde el gusto por los alimentos, tanto dolor de cabeza que prefiere irse a la cama sin cenar, un dolor de barriga tan fuerte que todo le cae mal...? Esta inapetencia es pasajera; dura sólo unos días, mientras dura el virus, y luego desaparece. Si el niño ha perdido peso, puede que salga de la enfermedad con "hambre atrasada" y durante unos días coma más de lo habitual, hasta recuperar lo perdido.
Por supuesto, si la enfermedad es más grave, puede que la inapetencia dure semanas y que el niño no recupere el apetito hasta que reciba un tratamiento adecuado.
Cuando se intenta obligar a comer a un niño enfermo, lo más probable es que vomite. Y que se despierte en él un miedo a la comida y a la cuchara, que mantendrá incluso cuando esté curado. Por supuesto, si el niño tiene de verdad mucha hambre, ni siquiera obligándole se conseguirá quitarle el apetito. Pero si estaba cerca del año, la edad en la que (casi) todos los niños pierden el apetito, es probable que la enfermedad y el consiguiente forzamiento desencadenen la inevitable catástrofe. El niño hubiera "dejado de comer" de todos modos, pero el conflicto se adelanta unas semanas. Y, lo que es peor, la madre atribuye la inapetencia a la enfermedad; mientras el niño no coma, mantendrá la creencia, a veces casi subconsciente, de que aquel virus, diarrea, otitis o anginas "nunca se le ha curado del todo". Con frecuencia, ello lleva a la madre a insistir más todavía en la comida, pues tiene la idea de que su hijo "necesita comer para curarse".

De grandes cenas están las sepulturas llenas
¿Qué le ocurriría a un niño que, de verdad, no comiese? Adelgazaría. Un recién nacido, como todas las madres saben, puede perder fácilmente 200 g en los dos o tres primeros días, y recuperarlos después. Supongamos una pérdida mucho más moderada, un niño que pierde cada día 10 g. Por 365 días del año, salen 3,650 kg; redondeando, tres kilos y medio. ¿Qué queda de un recién nacido si le quitamos tres kilos y medio? Poco más que un pañal vacío. Un niño mayorcito, digamos de 10 kg, desaparecería ante nuestros ojos en menos de tres años.
¿Qué ocurriría si el niño se tragase todo lo que le quieren dar? Imaginemos que el niño ya ha comido todo lo que necesita y que, tras arduos esfuerzos, consiguen que coma algo más; digamos, lo suficiente para engordar 10 g (además de lo que ya habría engordado normalmente). En un año, 3,500 kg. Si su hijo engordase cada día 10 g de más, engordaría tres kilos y medio extras al año. A los dos años, en vez de 12 kg, pesaría 19. A los diez años, en vez de 30 kg, 65. A los veinte años, en vez de 60 kg, Pesaría 135. ¿No le parece que su hijo estaría monstruosamente obeso? Pero eso es con sólo 10 g al día. ¿Cuánto hay que comer de más para engordar 10 g? Se calcula que, para acumular un gramo de grasa corporal, hay que ingerir unas 10,8 calorías. Eso hace 108 kcal para engordar 10 g; casi exactamente las que lleva un yogur de sabor a fresa, o medio donut de chocolate, o un "potito" de comida para bebé de los pequeños, o 250 ml de un zumo de frutas comercial.
¿Se conformaría usted con que su hijo comiera un yogur más cada día? Probablemente no. Muchas madres preparan un plato entero de papilla, y su hijo sólo toma un par de cucharadas. ¿Cuánto engordaría de más si se acabase todo el plato? ¿Veinte o treinta gramos al día? ¿Se imagina a su hijo de diez años pesando 100 o 135 kg?
El metabolismo humano permite notables adaptaciones, y, en la práctica, el comer un par de cucharadas más o menos puede que no afecte a nuestro peso. Pero todo tiene un límite. Muchas madres esperan que su hijo coma más del doble de lo que come habitualmente. Nadie puede comer cada día el doble de lo que necesita y seguir sano.

Las tres defensas del niño
Por tanto, los niños tienen que defenderse. Si se comieran todo lo que les intentan hacer comer, enfermarían gravemente. Por fortuna, disponen de todo un plan estratégico de defensa contra el exceso de comida, que se pone en marcha automáticamente.
- La primera línea de defensa consiste en cerrar la boca y girar la cabeza. Una madre prudente no intentaría darle ni media cucharada más.
- Si se sigue insistiendo, el niño se retira a la segunda línea de defensa: abre la boca y deja que le metan lo que sea, pero no se lo traga. Los líquidos y purés gotean espectacularmente por las comisuras de su boca. La carne se convierte en un amasijo duro y fibroso, mil veces masticado, que acaba por escupir cuando ya no le cabe. Se dice entonces que el niño "hace la bola".
- Si se insiste más todavía, el niño puede llegar a tragar algo. Se ve reducido entonces a su última trinchera: vomitar.


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Autor: Carlos González
Extracto del libro "Mi niño no me come"

miércoles, 1 de julio de 2015

Nos quedamos en la edad en la que nos hizo falta amor

Cada etapa tiene sus necesidades, es decir, la forma en que requerimos del cuidado y amor de los padres cambia año tras año.

En la etapa temprana de la niñez se forma la confianza, por eso en este punto de la vida el amor se expresa con los cuidados de la madre y su atención a las necesidades del niño. Si durante esta fase el cariño de la madre es poco constante o ella rechaza a su hijo, eso puede causar en él desconfianza y temor excesivo por su bienestar.
En la vida adulta es difícil establecer contacto con este tipo de personas; cuando entablan una relación de pareja es común que sientan la necesidad de probar a la otra persona, sometiéndola a situaciones que la hagan demostrar su fidelidad. Cuando se trata de relaciones interpersonales especialmente cercanas, pueden sentirse vulnerables e indefensos.

Un par de años mas tarde, a los 2 o 3 años de edad, el niño aprende a ser autónomo y desarolla el autocontrol. Si los padres dificultan el desarrollo de estas áreas, por ejemplo haciendo ellos lo que el niño puede hacer por si mismo sin dificultad, o por el contrario esperan que haga cosas que le serían imposibles, entonces se crea la sensación de vergüenza. Por otro lado, si los padres corrigen en exceso a su hijo sin tener en cuenta las necesidades reales y naturales de su edad, es de esperar que el niño tenga problemas para controlar el mundo que lo rodea, y controlarse a sí mismo. 
Ya siendo adultos, en vez de ser seguros de sí mismos, este tipo de personas sienten que los demás los analizan detalladamente y los tratan con desconfianza y/o desaprobación. También es posible que presenten síntomas de trastornos obsesivo-compulsivos y delirio de persecusión.

A la edad de 3 a 6 años el amor se demuestra incentivando la independencia, apoyando la iniciativa, la curiosidad y la creatividad. Si los padres no permiten que el niño actúe de manera autónoma en esta fase, y responden con castigos desmesurados al comportamiento del pequeño, se desarrollará en él el sentimiento de culpa.
La vida adulta de una persona con este tipo de carencias se caracteriza por la falta de enfoque y resolución para trazarse metas reales y alcanzarlas. Además, el constante sentimiento de culpa puede ser la causa de pasividad, impotencia o frigidez, y también de comportamiento psicopático.

En la edad escolar se desarrollan la diligencia y el amor al trabajo. Si en este periodo se duda de las capacidades del niño o de su estatus con relación a otros de la misma edad, eso puede quebrantar el deseo de seguir estudiando, y tambien puede dar paso al sentimiento de inferioridad que en el futuro acabará con su propia seguridad en su capacidad de ser un miembro activo y productivo de la sociedad.
Si los niños perciben los logros escolares y el trabajo como el unico criterio que determina su éxito, entonces en la vida adulta ellos seguramente se convertirar en la así llamada “masa trabajadora“ en la jerarquía de roles de la sociedad establecida.




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Autor: Irina Parfénova — Psicóloga
Fuente: http://genial.guru/psicologia/nos-quedamos-en-la-edad-en-la-que-nos-hizo-falta-amor-271

jueves, 9 de abril de 2015

¿Cómo termina normalmente la lactancia?

 En una encuesta (en España), la mayoría de las madres entrevistadas dijeron que les gustaría haber dado el pecho más tiempo. Se que­daron sin leche a su pesar. ¿Cómo es posible?

 Una madre está dando el pecho tan tranquila. De pronto, por el motivo que sea, se le mete (le meten) en la cabeza que su hijo se queda con ham­bre. Porque no aguanta tres horas. Porque llora. Porque se despierta. Porque se chupa los puñitos. Porque no hace caca. Porque mama mucho. Por­que mama poco. El motivo es indiferente, el caso es que llega el día fatídi­co en que le dan al niño el primer biberón. Muchos, sobre todo si tienen más de dos o tres meses, no se lo querrán tomar, porque no tienen hambre. Pero los más pequeños, pobrecitos, a veces se dejan engañar. Y a veces, la madre insiste una y otra vez, o incluso le recomiendan no dar el pecho para que así el niño tenga hambre y se tome el biberón.

 Si el niño se toma el biberón, que en realidad no necesitaba para nada, habrá quedado lleno de leche. Cada día tomaba 500 mili­litros de leche, y hoy se ha tomado 50 o 100 más. No estamos hablando de tomar un poquito más de lo habitual, sino de un 10 o 20% más. ¿Le que­dan a usted muchas ganas de moverse, después de la comida de Navidad? Si el niño se despertaba, no se volverá a despertar en varias horas; si llora­ba, no llorará; si se chupaba los puñitos, no se los chupará. "¿Ves cómo tenía hambre? Ha sido darle un biberón, y por fin ha podido descansar, pobrecito." ¡Sí, descansar! Lo que está el pobre niño es empachado.

 Las Navidades en España son un desafío para nuestra digestión. Hay como mínimo dos grandes atracones familiares seguidos (en algunas zonas, Noche­buena y Navidad; en otras, Navidad y San Esteban). ¿Qué hace al día siguien­te? Comer fruta. Nadie puede hacer tres comidas de Navidad seguidas. Lo mismo le pasa a nuestro bebé: si un día se ha dejado engañar y se ha empa­chado, no lo volverá a repetir. Al día siguiente piensa: "Si me van a dar 100 mililitros de biberón, más vale que sólo tome 400 de pecho, o voy a reven­tar". Puede que la madre lo note, o puede que no; pero, aunque haya mama­do el mismo número de veces y durante el mismo rato, habrá tomado menos leche, porque tiene que dejar sitio para el biberón. Así que el biberón, que el primer día fue mano de santo, al tercer día ya no hace efecto: si lloraba, vuelve a llorar; si se despertaba, se vuelve a despertar; si se chupaba el puñito, se lo vuelve a chupar. La madre piensa: "Se me está yendo la leche, le tendré que dar otro biberón"; y en parte acierta, porque la leche se le está yendo, pero lo que ella no sabe es que la causa es precisamente el biberón, y que la solución no es añadir otro, sino suprimir el primero. Así que ahí va el segundo biberón, y luego el tercero, y luego el cuarto... Lo hemos visto cientos de veces: cuando se empieza con biberones, el pecho suele irse a hacer puñetas en un par de semanas. El biberón, decía no sé qué médico famoso hace cosa de un siglo, es la tumba del pecho.

 Así que el niño que mamaba 500, luego mama 400, 300, 200... Si la madre siguiera fabricando 500, ¿dónde iría a parar la leche sobrante? En dos sema­nas, la madre acudiría desesperada a urgencias, con pechos inflamados de varios kilos de peso, maldiciendo su destino: "Empecé hace quince días a darle biberones, y claro, como no me vacía, mire cómo me he puesto". Pero eso no ocurre jamás; todo lo contrario: "Empecé a darle biberones, y ahora ya no quiere el pecho y me he quedado sin leche".

 Cuando un niño mama cada vez menos, sale cada vez menos leche. El FIL (siglas en inglés para "inhibidor retroactivo de la lactancia") no falla. No vemos jamás mujeres con los pechos a punto de explotar, cargados con uno, tres o cinco litros de leche sobrante. Pues bien, el FIL es como un ascensor: o funciona, o no funciona. Si puede bajar, es que tam­bién funciona para subir. Si le da a su hijo cada vez menos biberón, mama­rá cada vez más y usted tendrá cada vez más leche. En unos pocos días podrá tirar todos los biberones a la basura.

Extracto del libro de Carlos González "Un Regalo para toda la Vida"

jueves, 2 de abril de 2015

¿Trozos o papillas?

Carlos González, en su charla "alimentación infantil libre de papillas", explica:

 El niño que coge un guisante y se lo lleva a la boca está aprendiendo. Aprende a coger con la mano, aprende a llevárselo a la boca, aprende a notar los diferentes sabores y texturas de los distintos alimentos, aprende a tomar decisiones, aprende a masticar (aunque no tengan dientes), aprende a deglutir sólidos y aprende sobre todo que comer es algo agradable.
En cambio, el niño al que le meten l
a papilla enorme de triturado de verduras en la boca haciendo el avión o engañándole con el chupete... ese niño que se come una papilla entera, no ha aprendido ni a coger con la mano, ni a llevárselo a la boca, ni a masticar, ni a tragar, ni a tomar decisiones (que se lo van a meter tanto si quiere como si no), ni a deglutir, ni absolutamente a nada. Y encima, como ha tomado una cantidad enorme, estará peor alimentado. Porque esa papilla de verduras no lleva proteínas, no lleva grasas, apenas lleva vitaminas.
En cambio el otro niño que apenas se va a comer un par de guisantes, un trocito de pollo y dos fideos, como después tomará mucha leche, estará mucho mejor alimentado...
"

Quisiéramos aclarar que no todos los padres están preparados para darle trozos a sus hijos. Si se ponen ansioso o les asusta que se atoren, es mejor no hacerlo, porque transmite la ansiedad y puede generar miedo a la comida en los niños. En esos casos, es perfectamente posible alimentar a los niños de manera respetuosa con papillas, sin obligarlos a comer cuando muestran signos de no querer más, y sin intentar engañarlos con el avioncito, el chupete, o distrayéndolos con la tele (la tele nunca es buena opción a la hora de comer, porque la idea es que la comida sea un momento de descubrimiento, y necesita todos sus sentidos alerta para conocerla). 
Los niños que comen papilla pueden estar perfectamente nutridos si se les ofrece la leche ANTES de comer el primer año, recordando que la alimentación complementaria "complementa" la lactancia, y que hasta el año NADA los nutre mejor que la leche (sea leche materna o de fórmula). Antes del año, la comida se les da para que la vayan conociendo, para que aprendan de a poco a comer, pero no con fines nutritivos, y ellos podrán aprovechar de mejor manera la experiencia si no están con la ansiedad que les provoca el hambre. 
También pueden aprender a diferenciar sabores si no les mezclamos todos los ingredientes en la papilla sino que los molemos por separado. De esta forma el niño va aprendiendo qué le gusta y qué no, y su paladar se acostumbra a distintos sabores (algo que nos hará la vida bastante más fácil cuando cerca de los 2 años empiecen a rechazar sabores desconocidos). 
Se les puede estimular, en parte, la motricidad con papillas si le pasas una cuchara para que intente comer por si mismo (al principio probablamente no logrará achuntarle a la boca y por eso es buena idea que tú también tengas una cuchara para que coma algo). 
Y se les puede (y debería) dar de comer a la misma hora que los adultos (una cucharada para ti, una para mi...) para que participen del acto social de comer.
 
Si no te atreves con el baby led weaning (BLW), puedes hacer de la comida en papillas una buena experiencia.

Para leer más sobre BLW pueden leer ESTA nota

viernes, 5 de diciembre de 2014

La importancia de no bañar al recién nacido

En la mayoría de los países, es práctica común de los hospitales bañar o limpiar exhaustivamente a los recién nacidos. Sin embargo, los últimos estudios muestran que esta práctica no sería conveniente.

La mayoría de los bebés nacen cubiertos de una sustancia blanca y grasosa, llamada vérnix caseoso (del latín: "barniz de queso"). Consiste en una mezcla de secreciones grasas procedentes de las glándulas sebáceas fetales y de células epidérmicas muertas. Su composición es: 80% agua, 10% grasa, y 10% proteínas. Se produce durante el tercer trimestre del embarazo (al rededor de la semana 26 o 27), coincidiendo con la etapa en que se comienza a formar la capa más superficial de la piel. Proporciona una barrera temporal contra el ambiente acuoso del útero, para mantener la piel hidratada.

El vérnix es beneficioso antes, durante y después del parto.

Durante el tercer trimestre de embarazo:
- Facilita la formación de la capa definitiva de la piel dentro del útero (esta capa necesita de un ambiente seco para formarse, y el vérnix provee esa barrera).
- Protege la piel contra el agua (es altamente impermeable).
- Protege al feto contra infecciones intrauterinas.

Durante el parto, el vérnix actúa como un lubricante y ayuda a descender a través del canal de parto, reduciendo la fricción del cuerpo del bebé.

Después del nacimiento: 
- Tiene propiedades hidratantes y aumenta la plasticidad de la piel del bebé (dado su alto contenido en agua).
- Tiene propiedades antioxidantes (ya que contiene vitamina E).
- Ayuda a regular la temperatura.
- Contiene proteínas que se adhieren a las bacterias, virus y hongos, bloqueando su adhesión a los tejidos.
- Contiene melanina, que protege frente a las radiaciones ultravioletas de la luz solar.
- Limpia naturalmente la piel.
- Actúa como regenerador en caso de que se produzcan lesiones (ya que aumenta el metabolismo de la piel).

Puesto que no tenemos control sobre el vérnix durante el embarazo y el parto, es importante discutir su importancia postnatal, donde si tenemos control. Habiendo demostrado tener tan grandes beneficios tras el nacimiento, hay que replantearse por qué en algunos hospitales pareciera haber tanto apuro en dar los recién nacidos su primer baño, eliminando el vérnix como si fuera algo sucio.

La ciencia moderna y la medicina occidental reconocen sus beneficios. Un estudio publicado en la revista Americana de Obstetricia y Ginecología titulado "Las propiedades antimicrobianas del líquido amniótico y vérnix caseoso son similares a las encontradas en la leche materna", reveló que una serie de sustancias inmunes estaban presentes tanto en el líquido amniótico como en el vérnix. Demostraron que estas sustancias eran eficaces para evitar el crecimiento de patógenos perinatales comunes:  B. Streptococcus, K. pneumoniae, L. monocytogenes, C. albicans y E. coli. El retraso en el baño y mantener al recién nacido junto con su madre hasta que se establezca la lactancia materna puede prevenir algunos casos de infecciones devastadoras causadas por estas bacterias

La cantidad de vérnix con que nace un bebé disminuye con el paso de las semanas. Un bebé prematuro, de 32-33 semanas de gestación, nace completamente cubierto. Por el contrario, un bebé que nace a las 41 o 42 semanas, lo ha perdido casi por completo, y nacen con su piel más arrugada, al haber tenido un contacto más directo con el líquido amniótico. Esto sugiere que los bebés que nacen a término completo no necesitarían tanta protección como un bebé que nace prematuro o a término temprano, y que los bebés prematuros, que estén estables y sanos, obtienen mayor beneficio al no ser lavados y permanecer con sus madres durante el período neonatal inmediato. 

Finalmente, el estudio ilustra cómo la fisiología normal del embarazo y el desarrollo fetal es parte de un continuo, que se extiende más allá del nacimiento: Las similitudes inmunológicas entre el líquido amniótico, el vérnix caseoso, y la leche materna proporcionan una prueba más de que el inicio exitoso de la lactancia materna es una parte crítica del proceso de parto normal.

Según Marty Visscher, director ejecutivo del Instituto de Ciencias de la Piel del Hospital de Niños de Cincinatti (Ohio), el vernix que las matronas tratan de lavar apenas nace el niño, vale oro. Es la mejor crema para la piel que nunca más el niño va a tener. No sólo la protege del contacto con el agua, sino que mantiene la piel hidratada, con un pH balanceado, al mismo tiempo que la protege de infecciones y daños hasta el momento del parto. (New Scientist, Enero 17, pág. 40, 2004).

Estos estudios han puesto en tela de juicio las prácticas comúnmente utilizadas en el tratamiento de los recién nacidos, y sugieren que el primer baño del bebé se retrasase hasta, por lo menos, 24 horas después del nacimiento, para permitir que el vérnix sea absorbido por la piel. En vez de limpiarlo, sería más recomendable extenderlo suavemente por toda la piel del bebé, que lo absorberá de forma natural.

La Asociación Mundial de la Salud ha establecido un protocolo para los recién nacidos, en cuya sección relativa al exhaustivo secado inmediato del bebé (0-3 minutos después del nacimiento) dice: "NO limpiar el vérnix" y "NO bañar al recién nacido."

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Fuentes:
http://es.wikipedia.org/wiki/vérnix_caseoso
http://eco18.com/dont-wash-newborn/
http://community.babycenter.com/post/a22969357/vernix
http://www.creces.cl/new/index.asp?imat=%20%20%3E%20%2072&tc=3&nc=5&art=1630
https://www.crianzanatural.com/art/art132.html
http://www.tylerdoula.com/2013/06/vernix.html
http://wonderfullymadebelliesandbabies.blogspot.com/2013/08/did-you-know_15.html
http://tmcforchildren.com/2014/07/22/the-power-of-vernix-why-baby-isnt-getting-a-bath-straight-away/

lunes, 24 de noviembre de 2014

Interferencias en el proceso natural (de sueño): Los métodos de adiestramiento



Seguimos revisando el libro de Rosa Jové "La crianza feliz", y esta vez les copio un extracto que habla sobre los métodos que dejan llorar al bebé para que “aprenda” a dormir, como el conocido "duermete niño" (también llamado método Estivill o de Ferber en inglés).


“Siempre que el niño tiene miedo, los sistemas de alarma se activan, y aunque nosotros pensemos que son tonterías, ellos no lo saben. Cuando dejamos al bebé llorando solo en su habitación, pasa miedo. Los estudios realizados midiendo el cortisol en estos niños así lo demuestran.
 A partir de ese momento se ponen en marcha los sistemas más antiguos de respuesta a la alarma: el sistema HHA (hipotálamo-hipofisario-adrenal), el sistema adrenérgico y las catecolaminas. Esto se denomina «estar activado».
 Todo este flujo químico y hormonal inunda violentamente el cerebro, apuntando directamente a la amígdala, que queda colapsada. Los niños que lloran y no son atendidos prontamente pueden llorar desesperadamente hasta que la amígdala se colapsa. Como la naturaleza es sabia y sabe que el cuerpo no resistiría mucho tiempo en una situación como ésta, suele compensarlo con la secreción de opiáceos, endorfinas y serotonina, que provocan una bajada de todo este sistema de alarma en el sujeto. Los psicólogos que nos dedicamos a las catástrofes sabemos por experiencia que, cuando un sujeto presenta una activación importante tras un impacto, es cuestión de tiempo que descienda esta activación primera.
 Por lo tanto, si tenemos en cuenta que para su hijo ya era la hora de dormir, que encima se ha pasado un tiempo llorando (con el consiguiente cansancio) y que acaba de recibir una inyección brutal de opiáceos, endorfinas, serotonina, etcétera, lo normal es que caiga rendido y se duerma. Eso es la esencia de los métodos para dormir. Pero no se engañe, no ha aprendido a dormir; tan sólo está «autodrogado». 


 Por ello, estos sistemas funcionan mejor con niños pequeños: a menor edad más se asusta. ¿Usted cree que si le aplica a un adolescente este método le va a funcionar? Pues no, porque es difícil que se asuste tanto como para provocar este shock. Seguramente, se quedará tan tranquilo leyendo. Por eso, no se cansarán de repetirle que si no lo soluciona antes de los 5 años, luego va a ser imposible.
 Con sucesivas «experiencias» como ésta el niño va a aprender, por un lado, que nadie va a hacerle caso, que sus necesidades no son merecedoras de atención (ello provoca una baja autoestima), y por eso muchos de ellos dejan de protestar. Por otra parte, se cree que el hecho de repetir oleadas de estas sustancias químicas en el cerebro es la causa de la reducción de la producción normal de serotonina y de la insensibilización de la amígdala. Sepan que las alteraciones de los niveles de serotonina se relacionan con las depresiones y que la amígdala es el centro del cerebro emocional por excelencia, que de esta forma puede quedar alterado, perdiendo oportunidades de desarrollar la confianza, la autoestima y la empatía. Además, un bajo nivel de serotonina es el indicador más importante de violencia en animales y humanos, y se ha relacionado con tasas altas de homicidios, suicidios, piromanías, desórdenes antisociales, automutilaciones y otros comportamientos agresivos.
 Todo ello «favorecerá» que a la larga el niño se acueste sin decir nada y se duerma. Pero ni por un momento piense que ha aprendido a dormir, sino tan sólo a doblegarse y autodrogarse. 

 En 1996, el profesor Rauch, de la Universidad de Harvard, sacó imágenes de las zonas del cerebro que se activan en sujetos traumatizados cuando revivían las escenas traumáticas al escuchar el relato de los peores momentos de su vivencia. Aparte de demostrar que la zona que se colapsa es el sistema límbico en general y la amígdala en particular, también apreció una «anestesia» del área del lenguaje, sobre todo lo expresivo. Por lo tanto, si usted tiene a un bebé colapsado por las hormonas (muy acelerado en una primera fase o muy atontado después), con afección de la amígdala (que altera nuestra memoria inmediata), llorando con varios decibelios de volumen y con parte del área del lenguaje alterada… ¿piensan que ese niño va a entender: «Tranquilo, cariño, papá y mamá te están enseñando a domir»? Pues no.

 De este modo cualquier método milagroso que proponga un cambio sustancial en los patrones de sueño, puede resultar muy peligroso para el correcto desarrollo del sueño. Puede que, debido a estos métodos, algunos niños duerman más horas o se despierten menos. Pero… ¿es natural que lo hagan? ¿Qué problemas le puede acarrear de mayores un patrón de sueño artificial? 
 En principio, se empiezan a diagnosticar en las consultas los primeros casos de Síndrome de Estrés Postraumático en niños a los cuales les han aplicado métodos de adiestramiento. J. E. Le Doux (profesor de neurociencia y psicología en la Universidad de Nueva York) ha demostrado que el miedo (¿creen que un bebé, al que se le aplica un método de éstos, no pasa miedo como mínimo?), mejor dicho, la huella del miedo en nuestro cerebro emocional, no desaparece jamás. Podemos llegar a comportarnos como si no tuviéramos miedo, pero esas cicatrices emocionales del sistema límbico estarán siempre dispuestas a aparecer en nuestras vidas cuando flaquee nuestro cerebro cognitivo y su capacidad de control. 
 También se relaciona, entre otros, con un incremento de la ansiedad infantil, la depresión y con la indefensión aprendida. Shelley E. Taylor (profesora de psicología de la Universidad de California) demuestra en su libro “Lazos vitales” alteraciones parecidas. En la página 83 afirmalos niños que crecen en familias duras pueden sufrir alteraciones en las pautas de actividad de serotonina, lo que puede provocar depresión irritable y otros problemas de carácter."
Para finalizar, como Eduardo Punset dice en su libro “El viaje al amor”: ¿Es mejor dejar llorar a un niño por la noche un buen rato […] o, por el contrario, lo correcto es precipitarse para acunarlo con vistas a interrumpir el estrés del miedo de la separación? […] La mayoría de las respuestas a esas preguntas pueden rastrearse en dos descubrimientos básicos de la neurociencia moderna. En primer lugar, el cerebro de un niño no está dotado todavía para afrontar por sí solo la consecución del equilibrio y el bienestar. En segundo lugar, las resonancias magnéticas de cerebros infantiles sometidos a periodos prolongados de estrés revelan una disminución del volumen del hipocampo, que aumenta su vulnerabilidad a la depresión, la ansiedad y el consumo de droga o alcohol en su etapa adulta. 

 Recuerden: los métodos milagrosos no funcionan en todos los niños, pero seguro que, de una manera u otra, a todos les afectan. 

 Muchas veces me han pedido que demuestre con argumentos científicos por qué no se debe dejar llorar a un niño, y así lo he hecho hasta ahora (al igual que la mayor parte de la comunidad científica). Pero creo que el mejor argumento es el ético: ¿se puede dejar llorar a un niño?, ¿se puede dejar sufrir a un niño sólo para que aprenda algo que por sí solo aprenderá? La repulsa a estas formas de trato infantil no viene únicamente determinada por las consecuencias que provocan en los niños, sino por cuanto atentan a la dignidad del menor como persona que es. El fin no justifica los medios.”


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