martes, 19 de enero de 2016

Rabietas, según Rosa Jové (Parte 2)

En la primera parte de esta nota (AQUI) vimos lo que son las rabietas y por qué son importantes en el desarrollo del niño. En esta segunda parte, les dejamos las recomendaciones que nos hace la psicóloga infantojuvenil Rosa Jové en su libro "Ni rabietas ni conflictos" para prevenirlas (dentro de lo posible) y para saber cómo actuar cuando se producen

¿Cómo prevenirlas?
En primer lugar, comprendiendo que el niño tiene sus razones, aunque no las entendamos.
En segundo lugar, permitiendo que pueda hacer de cuando en cuando lo que quiere si no es nocivo para la salud.
En tercer lugar, distrayendo al menor con otra cosa. 
No obstante, hay unos puntos que también sirven y hay que matizar más:
- La evitación: La mejor guerra es la que no se da. Si usted tiene un niño que cada día al ir al colegio pasa por delante de un quiosco y le pide que le compre algo y coge una rabieta ante su negativa, ¿no cree que es mejor cambiar la ruta para ir al cole? Si ir al supermercado es un motivo de conflicto, ¿no puede turnarse con su pareja para que vaya uno y el otro se quede con el niño? Dicen que ante el chocolate toda resistencia es inútil y los niños lo corroboran con todos los dulces, galletas y chucherías de los supermercados que quieren llevarse a casa. Por cierto, ¿se imagina por qué ponen las chucherías en las líneas de caja? Porque saben que por la caja pasa todo el mundo (niños incluidos) y que algo pedirán mientras esperan a que cobren a su madre. Los expertos en marketing lo tienen todo calculado.
- Paciencia y flexibilidad: Si usted está convencido de que las rabietas son un problema pasajero, que se pasa con la edad, eso le ayudará en este periodo. En cambio, si usted es de los que cree que si no las soluciona a base de mano dura el niño será un malcriado toda la vida, lo va tener muy difícil. Para ayudarle a cambiar, por si fuera de este último grupo de padres, hay una pregunta que puede ayudarle mucho: ¿en cinco años esto importará? Y es que las cosas tienen una importancia relativa y, a veces, castigamos muy duramente a nuestros hijos por algo de lo que, al cabo de los años, nos reímos por lo exagerados que fuimos. ¿Cuántos niños en un despiste de sus padres han cogido unas tijeras y se han cortado el pelo, las coletas o el flequillo de su hermano? Con el tiempo nos reímos al ver las fotos: no pasó nada, tan sólo un leve perjuicio estético. Eso no se merece un castigo (bueno, a los padres sí, por dejar una tijera a mano de los niños; si lo hubiera hecho la profesora, seguro que habrían ido a quejarse); en lugar de un castigo o quitarle las tijeras bruscamente, o decirle lo condenable que es aquello, es mejor distraerlo de las tijeras con suavidad y darle una explicación al niño: "Hasta que no aprendas a hacerlo correctamente, el pelo mejor lo corta la peluquera o los papas". Con lo primero (decirle lo mal que está o quitarle la tijera bruscamente) es probable que ganemos una rabieta, mientras que con lo segundo seguramente la evitaremos y el niño aprenderá quién debe cortar el pelo.
- Las expectativas cumplidas: Los niños no se conocen a sí mismos, no saben cómo son, si son buenos o malos: lo saben por lo que les decimos, y como nos creen, porque ya se sabe que "mi papá lo sabe todo", acaban pensando que son así y comportándose así. Es lo que se llama expectativas cumplidas. Nosotros terminamos siendo su espejo: si lo que ellos ven allí es bueno, crecerán con una autoestima alta, y si lo que ven es reprobación hacia su forma de ser, crecerán con una autoestima baja. Laura Gutman lo explica muy bien: Los niños creen en los padres. Cuando les decimos una y otra vez que son encantadores, que son los príncipes o princesas de la casa, que son guapos, listos, inteligentes y divertidos, se convierten en eso que nosotros decimos que son. Por el contrario, cuando les decimos que son tontos, mentirosos, malos, egoístas o distraídos, obviamente responden a los mandatos y actúan como tales. Aquello que los padres -o quienes nos ocupamos de criar- decimos se constituye en lo más sólido de la identidad del niño. Podemos no estar de acuerdo con lo que ha hecho nuestro hijo, pero nunca le censuraremos a él, sino a su conducta. Errar es humano y más en unas edades en las que no pueden razonar coherentemente, pero eso no implica ser mala persona. Dígale a su hijo lo maravilloso que es aunque el niño se equivoque en lo que haga o piense.

Y cuando no pudimos evitarla, y la rabieta ya estalló
¿Cómo se solucionan?
Hay dos formas dependiendo de si el niño tiene lenguaje o no. Los niños rayando los 18 meses es difícil que lo tengan, mientras que a los 4 años casi todos lo tienen. 

Para niños que hablan o entienden bastante, hablando con el niño y siguiendo los tres pasos:

PASO 1: Comprensión. La primera palabra que debería salir de la boca de unos padres es de comprensión hacia su hijo. Es una de las partes más importantes, porque cuando un niño se siente atacado, o es presa de un enfado, en ese momento no puede escuchar a nadie, así que por mucho que le quiera educar cerrará sus oídos. Incluso algunos se los tapan para no escuchar. Intente comprender sus sentimientos. Vea: 
  • Niño: "¡No quiero recoger la habitación!"
  • Madre: "Pues eres un desordenado, y debemos aprender a recoger porque, si no, no podremos volver a jugar. ¿Es que no te das cuenta de que lahabitación está muy mal? Y que..."
A estas alturas seguramente ya se habrá tapado los oídos o intentará escapar. Si lo hacemos con comprensión, el diálogo podría ser:
  • Niño: "¡No quiero recoger la habitación!"
  • Madre: "Es verdad, es un trabajo pesado. A mí me pasa igual."
¿Usted cree que el niño se tapará las orejas o seguirá escuchando lo que tiene que decirle? Seguramente continuará escuchando.

PASO 2: Educación. Lo segundo es educarle, pues esa es una tarea que nos compete, y por tanto le explicaremos qué se espera de él o lo que debe hacer. Pero recuerde que deben ser frases cortas, porque en cuanto el niño vea que hay un sermón seguramente sus oídos volverán a cerrarse a sus palabras. Los niños tienen una gran facilidad para desconectar. Veamos:
  • Niño:"¡No quiero recoger la habitación!"
  • Madre: "Es verdad, es un trabajo pesado. A mí me pasa igual [paso 1: comprensión]. Pero hemos de aprender a recoger para que el día de mañana seamos ordenados. ¿A que no te gustaría tenerlo todo desordenado? Además, si no ordenamos la habitación se pierden los juguetes y luego no los encontramos y no podemos barrer ni limpiar y encima...".
¡Pare! Su hijo ya ha desconectado desde la segunda frase. Él ya ha intuido que es un sermón y sabe el final. Si quiere que su mensaje educativo llegue, a estas edades es mejor usar pocas palabras, así que priorice una enseñanza de todas las que hemos nombrado antes. Si su hijo a partir de entonces lo hace siempre bien, enhorabuena, pero si no lo consigue, ya tendrá otras oportunidades de cambiar la frase y darle más razones de por qué debe ordenar su habitación. Así que un buen ejemplo sería: 
  • Niño: "¡No quiero recoger la habitación!"
  • Madre: "Es verdad, es un trabajo pesado. A mí me pasa igual [paso 1: comprensión]. Pero hemos de recoger para mañana encontrar los juguetes [paso 2: educación]".

PASO 3: Elección. Queremos adultos que sepan elegir, que sepan tomar sus propias decisiones, y nunca enseñamos a los pequeños a hacerlo. Los niños aprenden a tomar buenas decisiones si antes pueden elegir por sí mismos. Nunca lo harán si sólo siguen órdenes. En este sentido la historia podría desarrollarse así:
  • Niño: "¡No quiero recoger la habitación!"
  • Madre: "Es verdad, es un trabajo pesado. A mí me pasa igual [paso 1: comprensión], Pero hemos de recoger para mañana encontrar los juguetes [paso 2: educación]. ¿Cómo lo arreglamos? ¿Te digo dónde van las cosas y tú las vas metiendo? ¿O lo hacemos los dos a medias, un trocito de la habitación cada uno? [paso 3: elección]".
Su objetivo es que su hijo aprenda con el tiempo a ordenar, no que desde el primer día lo haga solo y bien, así que dele un par de opciones, y problema resuelto. Es posible que su hijo le dé una nueva opción: 
  • "Miras mamá, mejor mitad para cada uno y de mi parte me dices dónde van las cosas."
¿Hay que aceptar esta nueva opción? Pues si no atenta contra la integridad física de nadie, se puede aceptar. Al fin y al cabo, el niño acaba recogiendo, usted le enseña y se han ahorrado una rabieta. Y por si fuera poco ha aprendido a tener ideas propias.

Veamos otro ejemplo:
  • Madre: "Nil, ¡es la hora del baño!"
  • Nil: "¡No quiero!"
  • Madre: "¡No me extraña, Nil, que no quieras venir a bañarte! ¡Con lo bien qué estás jugando! [paso 1: comprensión]. Pero tú sabes que cada día antes de cenar nos bañamos, porque llegamos sucios del cole, ¿verdad? [paso 2: educación]. ¿Qué te parece? ¿Te ayudo a bañarte, y así vamos más rápidos y puedes jugar después, o te dejo cinco minutos más y te vas a bañar solo? [paso 3: elección]."
El objetivo principal es que el niño se bañe, y lo hemos conseguido. ¡No importa que sea cinco minutos antes o después de la hora! 

Siguiendo estos pasos, no sólo conseguimos que nos haga caso, sino que además le estamos educando mucho más que si le obligamos sin más. Y encima aprende a tomar decisiones. Tan sólo debe tener en cuenta dos cosas:
1. Que el niño le escuche (intente ponerse a su altura, o compruebe que le escucha aunque haga otra cosa), y si está ya muy ofuscado, tranquilícele primero diciendo que todo tiene solución si lo hablan, pero que para hablar hay que estar algo más calmados. Permanezca a su lado hasta que el niño ya haya dejado de llorar.
2. Que le siga escuchando, para lo cual es importante el paso 1 (comprensión) porque si el niño ve que le va a llevarla contraria cerrará sus oídos. No siga con esta técnica si primero no ha dejado bien clara la parte de la comprensión.
En todo comportamiento del niño hay una razón, aunque no sea aceptable: dígale que entiende su razón aunque no la comparta.

¿Qué hago si mi hijo no cumple lo que han pactado? ¿Entonces debo castigarle?
Si su hijo no cumple puede rectificar su actitud mostrando el camino, prestando su ayuda o preguntando el motivo de su actitud. Vea el siguiente caso:
  • Madre: "Después de bañarte debes dejar la ropa en el cesto."
  • Niño: "¡No quiero!"
  • Madre: "No me extraña que no quieras; es mucho mejor ir a jugar que poner la ropa en el cesto [paso 1: comprensión]. Pero como es ropa sucia la tenemos que lavar y si no está en el cesto nadie sabe que debeponerse a la lavadora [paso 2: educación]. ¿Cómo lo solucionamos? ¿La pones tu a partir de ahora que ya lo sabes o quieres que lo hagamos un día cada uno hasta que sea tu cumpleaños? [paso 3: elección]". 
Imagine que al día siguiente le toca al niño poner la ropa en el cesto y no lo hace. En primer lugar, le mostramos el camino: "Cariño, acuérdate de que debes poner la ropa en el cesto". 
Si sigue sin hacerlo, le prestamos nuestra ayuda (al fin y al cabo, se trata de educarle; debemos ayudarle siempre que lo necesite): "Veo que sigues sin poner la ropa en el cesto, ¿necesitas ayuda? ¿Te pasa algo?".
Y si sigue sin ponerla, se puede acercar a él (lo anterior puede decírselo aunque esté en otra habitación, siempre que esté segura de que la oye) y en plan reunión familiar decirle: "Ayer te comprometiste a poner la ropa en el cesto. ¿Lo entendiste? ¿Por qué no lo has hecho?".
A lo mejor se piensa que hoy también le tocaba a usted, o se ha despistado de día. Sea como sea, con estos avisos la gran mayoría de los niños suelen tener suficiente.

Cuando el niño no habla (ni entiende): 
Para los más pequeñitos, para aquellos que apenas llegan a los 2 años, es muy difícil utilizar la técnica de los tres pasos. Cuando el niño es pequeño, ni habla ni entiende. Por eso a la más mínima que se ofusque porque le hayamos cambiado una cosa de lugar o le hayamos prohibido algo que él cree que debería hacer, va a estallar en una rabieta. El problema es la falta de comunicación: los padres no saben lo que pasa por su cabeza porque él no se hace entender, y el niño no entiende las razones de sus padres. Lo único que podemos hacer es permanecer a su lado y decirle frases cortas que reflejen lo siguiente: 
  • "Lo que nos pasa es porque no te entiendo y tú no me entiendes a mí, pero mamá (o papá) va a quedarse a tu lado hasta que estés mejor y veamos cómo solucionarlo". 

Un niño de 2 años no entenderá exactamente las palabras, pero llegará un día en que sí y entonces entenderá que siempre que tuvo una rabieta su madre estuvo a su lado preocupada por cómo podrían solucionarlo, y eso hará que en el futuro se enfade menos y se vaya reconfortando por la presencia y contacto de su madre.

Muchos niños, cuando están ofuscados, no admiten el contacto porque patalean o empujan. Si es así, manténgase a una distancia prudencial y vaya acercándose conforme su hijo le deje. Mientras, siga diciéndole que si eso sucede es porque no se entienden, pero que usted permanecerá a su lado hasta que esté mejor

En este video, Chile Crece Contigo también nos explica en forma gráfica cómo tratar una pataleta, siguiendo la misma línea respetuosa


Rabietas, según Rosa Jové (Parte 1)

Muchas de las consultas que nos llegan, especialmente de padres de niños alrededor de los 2 o 3 años, tienen que ver con cómo manejar de una forma respetuosa las rabietas (también llamadas pataletas o berrinches). Otros nos preguntan cómo evitar que sucedan, o cómo hacer que el niño deje de gritar. No hay recetas mágicas, y hay que entender que las rabietas son algo normal en el desarrollo de un niño sano. Podemos evitar muchas de ellas (ya veremos cómo) pero no todas. Y una vez que el niño ya ha explotado, NO DEBE SER NUESTRA PRIORIDAD QUE DEJE DE GRITAR, porque nos da vergüenza lo que piense el vecino por ejemplo, o porque estamos demasiado cansados para soportar gritos y pataleos. Si esa es la prioridad, muchas veces caeremos en prácticas dañinas: amenazas, gritos o el aislamiento (time-out) por un lado, o el darle en el gusto con lo que quiera (incluso si es dañino para su salud) en el otro extremo  
La prioridad durante una rabieta, para un sano desarrollo emocional del niño, es que nosotros mantengamos la calma (recordando que somos su ejemplo) y le brindemos la contención necesaria para que sepa que lo amamos y que puede contar con nosotros en las buenas y también en las malas (lo que a futuro se traducirá en un niño que confía en sus padres cuando tiene un problema). Debemos mostrar empatía, agachándonos a su altura y validando sus sentimientos (no puedo darte lo que pides, pero ENTIENDO que te enfades), lo cual hará que se muestren más abiertos a escuchar. 

En su libro "Diario Clínico", el doctor en psicología Sebastián León escribe:
¿Cómo pueden los hijos estar seguros del amor de sus padres? 
Hay un momento especialmente importante: cuando se dan cuenta que ellos los pueden calmar y contener cuando se sienten tristes, enojados, asustados o simplemente aburridos. En efecto, no hay mejor manera de que los niños vivencien nuestro paciente amor que conteniéndolos durante una pataleta. Así, al experimentar nuestra propia calma, ellos podrán hacer de manera gradual el maravilloso aprendizaje de la autorregulación emocional. 
Ciertamente, a veces estaremos cansados o fastidiados, y fallaremos. Pero si esto último es más la excepción que la regla, no hay demasiado problema: los padres somos seres humanos y falibles. 
Las pataletas, entonces, son una oportunidad privilegiada para que nuestros hijos incorporen de nosotros, sus propios padres, las bases de la inteligencia emocional. En definitiva, el problema no es la pataleta: depende de nosotros estar a la altura y ser maestros suficientemente buenos.

La psicóloga infantojuvenil Rosa Jové, en su libro "Ni rabietas, ni conflictos" nos explica lo que son las rabietas, y por qué son una etapa necesaria en el camino a la independencia.

¿Qué son las rabietas?
En el momento en que empiezan el lenguaje y el razonamiento (hacia los 2 años) el niño empieza a tener ideas propias, a saber que es un sujeto diferente del resto (ya empieza a utilizar su nombre o la palabra "yo" parareferirse a él) y empieza a querer independizarse (lo que no quiere decir que lo consiga tan pequeño). El resultado de todo esto es un niño que quiere meter una pieza cuadrada en una redonda porque tiene ideas propias de cómo se debe hacer el puzle. Que pinta las paredes porque cree que van a quedar más bonitas o que tiene un sentido propio de dónde deben ponerse los guisantes antes de comerlos. Y cuando le llevemos la contraria, eso va a provocar rabietas.
Porque una rabieta no es nada más que un deseo del niño enfrentado al deseo de los padres. Es una idea propia de un niño enfrentada a la idea que tiene el padre sobre cómo hay que hacer aquello. Y el niño, como no entiende lo que pasa, se ofusca y estalla emocionalmente.
Yo no digo que la idea buena sea la del niño; normalmente lo aconsejable suele ser lo que dicen los padres, pero en su rudimentaria forma de empezar a razonar el niño tiene unas razones que son muy importantes para él y las va a defender a capa y espada hasta que no entienda que las nuestras son mejores. 

Las rabietas como camino a la independencia y a la defensa de las propias ideas:
Es un periodo duro para los padres, puesto que los niños lo cuestionan todo y se oponen a todo lo que no entienden. Pero eso es bueno porque hará que de mayores sepan cuestionarse adecuadamente las cosas. Usted no quiere un hijo que no se plantee los porqués y obedezca ciegamente; usted quiere un hijo que tenga ideas propias y quiera defenderlas mientras no le demuestren que las hay mejores. Por eso siempre digo que la etapa de las rabietas es buena y pobre del niño que no la pase, porque eso quiere decir que no tiene ideas propias o que le han machacado tanto que ya ha dejado de defenderlas. Lo que no es bueno ni deseable es que provoquemos que el niño se ofusque y arme un escándalo en medio del súper. Eso se puede evitar, y después explicaremos cómo, pero el hecho de que tenga ideas diferentes a sus padres es una cosa buena que permite el debate sobre un tema y el aprendizaje de lo que es más correcto. 
Cuantas más rabietas tenga el niño (o estas sean de mucha intensidad), mayor es su grito pidiendo ser aprobado, mayor es su necesidad de amor y aceptación; lo que pasa es que con este comportamiento consigue lo contrario: que le rechacemos más, con lo que el problema se cronifíca.
En muchos de mis escritos suelo incluir una frase que explica este hecho muy bien: "Quiéreme cuando menos me lo merezca porque será cuando más lo necesite". Porque estos comportamientos necesitan más cariño que censura, más explicaciones que obediencia ciega, más compañía que ignorancia. Puede que los niños estén equivocados, pero ignorar o censurar su comportamiento no hará que aprendan el adecuado.

Las rabietas como aprendizaje de la transgresión:
Esta etapa de las rabietas es buena para el niño, como ya hemos dicho, pero también para toda la familia. De todos es sabido que la sociedad y la familia cambian, quizás ahora más rápido que nunca.
Según la psicóloga Judy Dunn, el aprendizaje que los niños y niñas desarrollan para diferenciar las normas sociales que son realmente importantes de las que no lo son se hace con un mecanismo que se llama transgresión. Desde los 2 años de edad, saltarse las normas parece el procedimiento adecuado para explorar la realidad normativa de la familia, ya que al hacerlo y observar la reacción de las personas adultas, los niños son capaces de establecer qué normas son importantes, cuáles no lo son y cuáles sólo lo son a veces. Es por eso que, aunque parezca que el niño quiera llevarle la contraria, lo único que está haciendo es comprobar si aquello es tan importante como parece. Esto nos obliga, como padres, a replantearnos cosas: ¿realmente es tan importante que me pelee cada día con mi hija porque no quiere llevar botas sino zapatillas de deporte? ¿No es mejor que cada uno elija cómo quiere ir vestido? ¿No es mejor cambiar la norma de casa según la cual yo, como madre, tengo que elegir la ropa de todos? Y así se cambian las dinámicas familiares. Aquellos padres que no hayan tenido que modificar en nada sus normas y creencias porque sus hijos les hayan demostrado lo inútiles que eran, es que viven encerrados en un planeta irreal.

Las rabietas tienen fecha de caducidad:
Se haga lo que se haga, las rabietas tienen un final que viene marcado por la edad. Cuando el niño crezca y disponga de un lenguaje que le permita comunicarse mejor o tenga un razonamiento más perfeccionado, entenderá mejor nuestras ideas y sabrá defender las suyas sin ofuscarse tanto. Si le quitas la televisión a un niño de 3 años sin explicarle los motivos, llorará o pataleará, pero si se lo haces a un niño de 10 años te preguntará primero por qué y luego criticará (aunque sea a gritos y con improperios) lo dictatorial de tu decisión. Pero no se tirará al suelo llorando y montando una rabieta.
La rabieta es típica de un niño que no tiene más armas que el llanto y la agresividad para defender lo que piensa frente a un adulto (mucho más equipado), por lo que a veces sólo le queda el derecho al pataleo. Según vaya teniendo más herramientas (nivel de lenguaje, razonamiento, estrategias de negociación...), prescindirá antes de las rabietas, ya que sabrá defender sus ideas de otras formas. Cuanto antes les enseñemos estas estrategias, mucho mejor.

En la segunda parte de esta nota veremos cómo prevenirlas, y cómo actuar cuando de todas formas suceden. Puedes leerla AQUÍ

sábado, 15 de agosto de 2015

Casi Des-tete y Re-tete... Y ni yo me creo que ya son 30 meses

Confiezo que antes de ser madre no sabía practicamente nada de lactancia, y las experiencias familiares que me había tocado ver eran de teta con horarios, con cronómetro por lado, y el "se me acabó la leche" a los 3 o 4 meses. Yo misma no tomé más que eso según mi madre (a quien también "se le acabó" a esa edad), y lo veía como lo normal. Aunque si había un par de historias de lactancias más extendidas en la familia. Mi propio padre tomó hasta los 2 años, y su hermano hasta los 5. Pero como crecieron en Yugoslavia en una época de post guerra, se contaba como una "anécdota" familiar, quizás hasta con la excusa de "es que no había otra cosa". Y cuando él contaba orgulloso que gracias a eso eran tan sanos, yo pensaba para mi misma "gracias a eso no se murieron". ¿2 años, 5 años? No, nunca me imaginé amamantando a un niño que ya caminara o hablara de corrido.

Pero un día de febrero llegó mi duendito a cambiarlo todo. Aunque no nació como queríamos, y se fue con su papi mientras a mi me cosían la herida de una cesárea (que podría haberse evitado con más información), una hora después nos encontrábamos juntos al fin, comenzando, entre otras cosas, esta lactancia que ha ido mucho más allá de lo que alguna vez imaginé. 

Me habían advertido de lo doloroso que era amamantar, de las grietas en el pezón. Incluso me habían regalado crema de lanolina y pezoneras de silicona para cuando el dolor fuera mucho. También me habían contado que al comienzo cuesta que se "enganchen" y que quizás necesitaría "relleno". Nunca me ha gustado esa palabra para hablar de la leche de fórmula, me suena como al relleno de manzana que le ponen al pavo de navidad, como si en vez de un bebé se tratara de un recipiente que hay que llenar a toda costa. Como si importara más tenerlo gordo que bien nutrido.

Pero mi duende me buscó enseguida, y sabía lo que tenía que hacer, como si lo hubiera hecho miles de veces antes. Nos pusimos panza con panza, se acomodó él solito para no tener que girar la cabeza, y abrió su boca muy grande para agarrar todo lo posible, comenzando a mamar sin que yo sintiera ningún tipo de dolor. La crema de lanolina la dejé para los labios partidos en invierno, y las pezoneras siguen en su envase original. 

"15 minutos por lado" me dijo la pediatra, porque después supuestamente ya no salían nutrientes, sólo grasa. Mientras lo veía mamar pensaba en el por qué de los 15 minutos. ¿Es que todos los bebés maman a la misma velocidad, o es un promedio? ¿Y esa "sólo grasa" no la necesita? Si la naturaleza la puso ahí por algo será ¿o no? La formación científica siempre me hace dudar de números redondos. Y llegaron los 15 minutos, y los 20, y él se veía tan tranquilo y feliz mamando que mi instinto me decía que lo dejara. Si él ya me había mostrado que sabía lo que tenía que hacer, seguramente también sabía cuándo parar. Y finalmente soltó, cuando se quedó dormido. Sentí un poco de culpa, como si hubiera hecho trampa en un examen, y vinieron las dudas... ¿Y ahora? ¿No se suponía que tenía que darle de los dos lados? ¿Se me va a hinchar un pecho? ¿Se va a quedar con hambre? 
Por suerte entró una matrona a ver como andaba todo, y volvió a mencionar los minutos por lado, pero para decirnos todo lo contrario. Nos dijo que era absurdo ponerle tiempo (ya me parecía), que la leche cambiaba su composición durante la toma, siendo más grasosa y calórica hacia el final, y que cada niño debía decidir cuánto rato tomaba, y cada cuánto. La grasa del final era necesaria para ganar peso, pero también para las conexiones cerebrales. Lactancia "a demanda y sin cronómetros", nos dijo. Ese mismo día decidí que tenía que informarme. Ya no me parecía tan confiable lo que me dijera un médico, si entre ellos mismos se contradecían. Sentí que ante la duda, debía confiar siempre en las señales de mi hijo. 
 
Llegando a casa me puse a leer. Carlos González con "Un regalo para toda la vida" fue nuestra luz. Entendí la lógica detrás de la libre demanda y lo importante que era dejar que el niño decida. Me confirmó lo sabia que es la naturaleza, y al leer sobre las crisis o brotes de crecimiento entendí por qué a muchas mujeres "se les acaba" la leche a los 3 o 4 meses. Culpa precisamente de no dar a demanda, y de creer que una botella de fórmula no va a afectar.
Los brotes de crecimiento llegaron uno tras otro, pero estaba preparada. Aunque fueron días agotadores, no me preocupaba pasar con mi duende encima todo el día por 4 o 5 días, porque sabía que era su forma de decirle a mi cuerpo que ahora necesitaba que produjera más. Tampoco me molestaban los comentarios de familiares del tipo "¿otra vez? Si tomó hace media hora". Cuando les explicaba lo que estaba sucediendo parecían quedarse tranquilos, sobre todo al ver que el tiempo pasaba y las tomas se volvían a regular. 

Eso de tomar de ambos pechos tampoco fue algo que mi duendito quisiera hacer hasta más o menos el año, cuando el calor del verano hizo que me pidiera muy seguido para hidratarse, y claro, tomando intercalado de ambos pechos obtenía más líquido. "¿Otra vez?" escuchábamos de vez en cuando. "Claro, si tenía sed!"  respondía amablemente. ¿A alguien se le ocurriría negarle el líquido? 
Yo que en un comienzo pensaba que amamantaría unos meses, había llegado a la famosa "meta" de 6 meses en exclusiva, y seguimos sin pensarlo demasiado, a pesar de la inevitable vuelta al trabajo. De eso ya les hablé en otra ocación y lo pueden leer aquí si les interesa. Sí, fue sacrificado andar con el extractor para todos lados durante un año, pero creo que si volviera atrás lo volvería a hacer igual.
La introducción a la comida la hicimos en trozos, después de leer todo sobre el baby led weaning. Y a medida que fue comiendo más, fueron disminuyendo las tomas, pero de forma muuuy esporádica. Y como era de esperarse, cada vez que había alguna enfermedad rondando la casa, la leche volvía a ser su alimento principal. 

Y así llegamos al año, y comenzaron las preguntas incómodas de amigos y familiares ¿Todavía? ¿Y te sale? ¿Hasta cuándo? Pero a esas alturas ya no pensábamos en tiempos. Después de haber leído miles de beneficios y no haber encontrado nada en contra de amamantar todo el tiempo que quisiéramos, dejé de justificarnos con las recomendaciones de la OMS y comencé a dar la respuesta más simple: "Ambos lo disfrutamos".


Pero un día, semanas antes de cumplir los 2 años, probó la teta, la soltó y dijo: "hemana". ¿Cómo? "teta, hemana". ¿Me estaba diciendo que la teta ahora era para su hermana? Nos habíamos puesto en "campaña" para buscar hermanit@ apenas un par de semanas antes, ni siquiera tenía retraso. Probé una gotita de leche y la noté distinta. Más salada. Y entonces mi pareja y yo supimos que estaba embarazada, aunque la confirmación vino recién una semana después, con el atraso y el test.

Duendito fue tomando cada día menos. Pedía, pero tomaba un par de minutos y ya soltaba. Por primera vez en 2 años me dolieron los pezones, sentía un ardor cuando mamaba, y la crema de lanolina que quedaba fue usada finalmente para lo que se suponía que era. Esta vez también estaba preparada porque había leído mucho sobre lactancia en el embarazo y en tandem. Sabía que era normal, que era la sensibilidad de los pezones durante el embarazo. Sin embargo, aunque esperaba un destete natural y me imaginaba dando a ambos, el dolor me hizo dejar de ofrecerle. Ya no estaba tan segura de llegar al destete natural, pero al menos quería hacer un destete respetuoso siguiendo el ya conocido "no ofrecer, no negar". Él parecía entender que me dolía, incluso me ayudaba a ponerme crema (que luego yo tenía que esparcir bien), y al mes ya sólo me pedía para dormirse (siempre se ha dormido tomando su tetita mientras leemos un cuento). En los despertares nocturnos se enganchaba a tomar sólo por un minuto, o a veces directamente me pedía agua y se dormía sin necesitar su lechita. El destete se veía muy cerca y yo tenía sentimientos encontrados. En parte estaba feliz de que hubiera sido tan "fácil", sin llantos, y mucho más rápido que en otras experiencias que conocía. Pero por otra parte me daba nostalgia saber que ya no tendríamos esos momentos. Quizás había sido un poco abrupto para mí, que esperaba un proceso de meses.

Con 8 semanas y media, fuimos ilusionados en familia a hacer la primera ecografía. Pero duendito se puso mal, estaba angustiado, y se puso a gritar por su "hemana". Fue tanto, que el papá lo tuvo que sacar de la sala de eco, mientras el doctor me explicaba que no había latidos. Nuestr@ porotit@ había dejado de crecer unos días antes. Y otra vez, mi duende lo sabía antes que nosotros. Aunque te expliquen lo común que es, te hablen de una falla cromosómica o te digan que ya vas a poder volver a intentarlo, creo que el dolor que sentimos en esos días sólo lo puede entender quien lo ha vivido. Y los niños, que en los primeros años tienen una gran conexión con los padres, también lo sufren, aunque no lo entiendan. Duendito andaba sensible y a la vez muy regalón. Decidimos esperar, confiar en la naturaleza y dejar que las cosas siguieran su curso, que mi cuerpo se diera cuenta. En parte para sanar, y en parte porque queríamos enterrar a esa personita que estuvo con nosotros aunque haya sido tan poquito tiempo. Pero mi cuerpo no supo de la pérdida. El embarazo siguió su curso, la placenta siguió creciendo, y la leche se cortó, no sé si por el embarazo mismo o por la falta de succión. Duendito pedía cada noche, pero sólo cuando ya el cuento se estaba terminando, cuando ya se estaban cerrando sus ojitos. Alcanzaba a tomar medio minuto y se dormía. Era lo único que nos quedaba de la lactancia, el contacto. Aunque no saliera nada, no podía (ni quería) negarle esa seguridad que le daba el dormirse así. Mi cuerpo seguía embarazado, había vivido todos los malestares de los primeros meses, e incluso me había salido panza. Y entonces, con 16 semanas, el ginecólogo dijo que ya no era seguro seguir esperando, porque el cuerpo no reaccionaba y tenía mucho líquido. Si esperábamos a que fuera natural, o inducido con pastillas pero en casa, podía sufrir una hemorragia muy fuerte. Entonces decidimos operar. Aunque no era el cierre que esperábamos, tampoco podíamos arriesgar mi salud. Duendito necesitaba tener a su mami sana. Fue una operación rápida, con anestesia general, y en la sala de recuperación agradecí a la vida por haber decidido esperar esos meses. No me podía imaginar lo que hubiera sido estar ahí sola cuando recién supimos la noticia. El tiempo de espera nos había dado paz para aceptarlo y sanarlo. Y sentí todo el tiempo que mi angelita (porque si le creo a mi duende que era niña, como nosotros también lo sentíamos) me estuvo acompañando. Tuve que pasar esa noche en la clínica, y nuestro duende se durmió casi como cada noche, con su cuento, pero abrazado sobre el pecho de papá en vez de mamá, sin lágrimas. ¿Cuántas veces escuché decir que era dependiente de la teta para dormirse, que nunca la iba a dejar? Yo misma tenía miedo de cómo se iba a dormir sin mi esa noche, nuestra primera noche separados. Pero él me había mostrado que no era una dependencia, simplemente le gustaba tomar para dormirse, y si mamá no estaba, pues se acomodaba. En el primer despertar nocturno, como a las 2 AM, si lloró. Estaba desorientado, y con el sueño no se acordaba dónde estaba mamá. Pero con paseos y mimos se volvió a dormir a los 10 minutos. La siguiente despertada simplemente estiró la mano, tocó la barba de su papi, y siguió durmiendo. 

Al día siguiente me fueron a buscar todos juntos a la clínica. Duendito estaba preocupado por la intravenosa que me tenían en el brazo. Me abrazó mientras me la sacaban, y me daba besitos. Esa noche volvimos a acostarnos juntos los 3, leímos un cuento, se agarró a la teta y me miró con sus ojos grandes diciendo: "si sale", con una mezcla de emoción y sorpresa. Cuando se durmió me apreté un poco el pezón para ver. Sí, salía, aunque eran sólo unas gotitas, y era más bien aguada y pegajosa. ¿calostro? No lo sé, pero algo salía. 
Al par de días ya no eran gotitas aguadas sino leche a chorros, otra vez, y mi duendito volvía a hacer una toma larga mientras me decía "sale taaanto" con una sonrisa pícara. La sensibilidad de los pezones se había ido, y ya no me dolía que pasara más tiempo agarrado, y seguro que él se dio cuenta porque comenzó a aumentar los tiempos. 

Por poco más de un mes siguió pidiendo sólo para dormir. Hasta que llegó el primer resfrío de invierno y me empezó a pedir más. Y aunque el resfrío se fue hace 2 meses, parece que se acordó de cuánto le gustaba, y hemos tenido un aumento de las tomas. Es que con el frío que está haciendo por estos lados, nada más rico que pasar un rato abrazaditos mientras toma su lechita recién hecha. Desayuno, alguna que otra en la tarde, para dormir, y para re-dormir cuando despierta en las noches. Aunque algunos días, cuando está más entretenido, ni se acuerda y sólo pide para dormir. Y no me ha vuelto a pedir en público.

¿Destete? No, ya no lo veo cerca. Lo que nosotros tuvimos fue  algo así como un "Re-tete".

Hoy cumplimos 30 meses. 2 años y medio! Me imagino los comentarios que me haría mi padre si pudiera hablarme. Donde quiera que esté, estoy segura de que se está riendo con orgullo al vernos. 

Los estudios antropológicos muestran que la edad de destete natural va de los dos años y medio a los 7 años. No se si lleguemos a los 7, pero quien sabe. Por ahora nos encanta, y él decidirá hasta cuando.



"Eres un recién llegado, y yo ya soy tu aprendiz"
(Ismael Serrano)

martes, 4 de agosto de 2015

SMLM 2015: Nuestra historia de Lactancia y Trabajo

Hace poco se alargó el postnatal en Chile a 24 semanas. Muchos hablan de 6 meses, pero en verdad son 5 y medio. Y sabemos que se hace bastante difícil mantener la lactancia exclusiva hasta los 6 meses cuando tienes que volver antes a trabajar, especialmente porque ya no puedes seguir la recomendación de "a demanda".
Además, a los 6 meses los bebés "pueden" comenzar a comer otras cosas, pero no todos los niños están listos, ni todos los niños lo aceptan.
 
En nuestro caso, sumando postnatal y vacaciones, además de un jefe al que le agradezco haberme dado bastante libertad (en parte porque su hijo había sido amamantado hasta los 3 años y él era fan de la lactancia), volví a trabajar dos semanas después de cumplir los 6 meses. Dos semanas antes mi hijo había comenzado a “comer” un poco, pero como usamos baby led weaning, básicamente jugueteaba un poco con la comida y probaba sabores. La leche seguía siendo algo así como el 98% de su alimentación.
 
En mi trabajo, como en la mayoría, no tenía un lugar privado y limpio para extraerme leche. Comparto oficina con 4 hombres, y el baño no me parecía una opción higiénica. Por suerte la secretaria, que si tenía oficina sola, se ofreció para que yo “me encerrara” con ella mientras me extraía. Mis compañeros de trabajo (90% hombres) solidarizaron, comprometiéndose a golpear la puerta siempre que necesitaran algo de la secretaria, y nunca nadie reclamó porque estuviera cerrado con llave. 

Cada 3 horas, yo me encerraba media hora a extraerme. Y con eso dejaba la leche que mi duendito se tomaba al día siguiente. El tiempo que estábamos juntos, desde que yo llegaba en la tarde hasta que me iba después del desayuno, e incluyendo toda la noche ya que dormimos juntos, era “bar abierto”. Totalmente a libre demanda. Cuando a veces necesitaba leer algo en casa, la siesta agarrado a la teta era el momento ideal (como en la foto jeje).
 
Así pasamos un año, hasta que las cosas se complicaron. Llegó más gente al trabajo por una expansión del departamento, y ya ni siquiera la secretaria tenía oficina sola. Además, duendito nunca quería leche de varios días, ni menos congelada, así que cada día había que cumplir la meta de lo que se tomaba. Con la tensión de andar buscando oficina libre, y muchas veces teniendo que cambiar de oficina en medio de la extracción, me salía cada vez menos leche (con el sacaleches, porque cuando él tomaba seguía saliendo como siempre). El fin de semana tenía que mandarlo a pasear con el papá mientras yo me sacaba la leche para el lunes. Con año y medio, ya él comenzaba a pedir que mamá también los acompañara en el paseo. Y yo también tenía ganas de acompañarlos, cuando llegaban contándome sus “aventuras” en un bosque cercano a la casa.
Así que decidimos que ya era tiempo de despedirse del sacaleches. Yo no quería perderme esos momentos de fin de semana por un sólo biberón de mi leche que tomaba al día, sabiendo que todo el tiempo que estábamos juntos podía "ponerse al día" y tomar lo que le faltaba. Además, ahora que ya comía de todo, muchas veces ni siquiera se tomaba toda la leche que me sacaba, y como ya la habíamos calentado, se terminaba botando (cuando no alcanzaba a convertirla en flan de vainilla con agar agar).

Desde el año y medio pasamos a lactancia mixta. Mientras yo no estoy come sus comidas, y una leche de fórmula a media tarde (la que a veces se toma y a veces no. Nadie lo obliga porque sabemos que con mi leche tiene suficiente). Apenas llego a casa se abre nuevamente la libre demanda hasta la mañana siguiente. 

Así ha pasado otro año. Épocas de tomar mucho, épocas de tomar poco. Y ya en unos días cumple 2 y medio. Las tomas se han ido reduciendo paulatinamente, y cada vez despierta menos para pedir lechita (actualmente 1 o 2 veces por noche). Y la única que no perdona nunca es la toma para dormirse. 

Esperamos llegar a un destete natural, cuando él lo decida. Por ahora, disfrutamos de esos momentos, bien abrazaditos, y de esos ojitos que me miran con un brillo especial mientras toma.

Amamantar y trabajar. Si, es posible!

martes, 28 de julio de 2015

¿Límites? Pocos y con amor



¿Has pensado en cuántas veces al día escucha un niño la palabra NO? 

En muchos casos, el niño se pasa el día siguiendo ordenes: lo que puede o no puede hacer, lo que se tiene que poner, cuándo, cuánto y qué comer, a qué hora bañarse, a qué hora dormir, a qué hora despertar, e incluso a quien saludar. Sumado a todos los "no hagas..." por cosas que a veces de verdad el único que las nota eres tú. Y después nos preguntamos por qué explotan. Cualquier adulto sometido a esa presión explotaría al final del día. 

Los niños están descubriendo el mundo, no entienden las reglas, no conocen las rutinas familiares, no saben lo que es socialmente aceptado o no. Nosotros somos sus guías, y como tales debemos elegir lo que es más importante para comenzar a enseñar, teniendo claro que es imposible que un niño lo aprenda todo de golpe. Nuestro deber como padres los primeros años es principalmente evitar que se hagan daño o hagan daño a otros. Por eso los primeros años hay que poner POCAS reglas pero firmes, como he leído por ahí: "elegir tus batallas". 
Hay cosas que siempre son SI, y cosas que siempre son NO. Esas actitudes que a veces, según el ánimo de los padres, o según el momento del día son SI o NO, son las que más tardarán en comprender, porque no hay coherencia. 

No podemos tratar de que se comporten como pequeños adultos, porque no lo son. Ya habrá tiempo para ir enseñando eso de las "buenas costumbres" (que pueden ser muy distintas en una cultura que en otra, en incluso en tu casa o la del vecino). Y en esa etapa también deberemos acompañarlos y guiarlos con amabilidad y respeto, y sobre todo con el ejemplo, pues sabemos que como mejor aprenden es por imitación. 

Recordemos que no es lo mismo gritar "no subas los pies a la mesa" que decirle amablemente "cariño, los pies no se ponen sobre la mesa porque están sucios y acá ponemos la comida". ¿Aprenderá a la primera? No! Deberemos repetirlo muchas veces hasta que lo asimile, pero podemos repetirlo siempre con la misma amabilidad (la amabilidad no quita la firmeza). Yo tampoco aprendí a conducir el primer día que me subí a un coche, y sin embargo el instructor se mantuvo amable todo el tiempo que me demoré en aprender. 

Las cosas se aprenden de a poco, y sobre todo, se aprenden con el ejemplo.


miércoles, 8 de julio de 2015

La obsesión por el peso

En el mundo hay gente de todas las tallas, y cualquier mañana, mientras vamos a comprar el pan, nos cruzaremos con personas que pesan 50 kg y con otras que pesan 100. ¿De verdad cree que esas personas pesaban lo mismo cuando tenían tres meses? ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar las diferencias en el peso de los hijos?

Qué es y para qué sirve una gráfica de peso

Esto es una gráfica de peso. Totalmente inventada; ¡no busque en ella a sus hijos! Simplemente, lo hemos puesto para explicar lo que significan las líneas. Existen muchos gráficos de peso distintos: los americanos y los de otros países que han querido tener gráficas propias para no ser menos: franceses, ingleses, españoles...
Por cierto, no coinciden, y si nos lee algún pediatra o enfermera podrá pasar entretenidas tardes de domingo comparando unos con otros. Los números que hay a la derecha se llaman "percentiles". El percentil 75 significa que de 100 niños sanos 75 están por debajo de esa raya y 25 por encima. En algunas gráficas, las rayas de los extremos no son el 97 y el 3, sino el 95 y el 5. Otras gráficas no usan los percentiles, sino la media y las desviaciones típicas. Dichas tablas tienen, de abajo a arriba, cinco líneas que corresponden a -2, -1, media, +1 y +2 desviaciones típicas (o "estándar"). Los pediatras hablamos de estas rayas con gran confianza, como si fueran de la familia, y decimos cosas tales como "la talla está en la -1, pero el peso está en la .2". A título orientativo, por debajo de la -1 vienen a estar el 16 por ciento de los niños SANOS; y por debajo de la -2 algo más del 2 por ciento.
Hemos puesto en nuestra gráfica los pesos de tres niñas imaginarias de la misma edad. Adela tiene un peso totalmente normal, pero apenas habrá un 6 por ciento de niñas de su edad que pesen más. Ester, aunque pesa kilo y medio menos, también tiene un peso totalmente normal, pero el 85 por ciento de las niñas de su edad pesan más que ella. Bajo ningún concepto se puede decir que Ester vaya "mal", "escasa" o "justa" de peso. Es un error muy frecuente pretender que los niños vayan por encima de la media; la mitad de los niños, por definición, están por debajo del percentil 50.
¿Y Laura? Está por debajo de la última raya, y muchas veces esto se interpreta como que "va mal de peso". Pero ojo, la última raya es el percentil 3; el 3 por ciento de los niños sanos están por debajo. Esa raya no es una frontera que separa a los sanos de los enfermos, sino un aviso que le dice al pediatra "cuidado, mírese a Laura bien mirada porque probablemente no le pasa nada, pero también podría ser que estuviera enferma". ¿Cómo distinguirá el pediatra a ese 3 por ciento de niños sanos que están por debajo de la raya de los que están faltos de peso por alguna enfermedad? Pues para eso ha estudiado. Hemos insistido varias veces en que el 25 por ciento de los niños sanos están por debajo del percentil 25. Porque las gráficas se hacen pesando a varios cientos o miles de niños sanos. Naturalmente, si un niño nace prematuro, o tiene el síndrome de Down, o una enfermedad grave del corazón, o le ingresan durante semanas por unas diarreas tremendas, su peso ya no se usa para calcular la media de las gráficas de peso normal. Y, por el mismo motivo, si su hijo ha tenido alguno de esos problemas u otros similares, su peso, probablemente, no seguirá las curvas normales. El que un niño con una enfermedad crónica (o que ha pasado recientemente una enfermedad aguda importante) esté "bajo de peso" no es consecuencia de no comer, sino de su enfermedad. Forzarle a comer no ayudaría a curar su enfermedad; sólo a hacerle sufrir y vomitar.

Ahora hemos anotado en nuestra gráfica imaginaria el peso de otras dos niñas imaginarias. La de arriba es Támara; su peso, como pueden ver, se mantiene siempre entre el percentil 90 y el 97. Algunos dicen que "va siguiendo su caminito". La línea inferior indica el peso de Marta. Vemos que en algún momento llega a estar por encima del percentil 50, pero más adelante está cerca del percentil 10. ¿Qué le pasa a Marta? Probablemente nada. Desde luego, si el desnivel de la curva de peso fuera muy rápido o muy pronunciado, su pediatra haría bien en mirarla con cariño para asegurarse de que no tiene ningún problema. Pero lo más probable es que no le encuentre nada de nada. Sencillamente, las gráficas de peso no son "caminitos", sino representaciones matemáticas de funciones estadísticas complejas. Las líneas de los percentiles no se corresponden al peso de ningún niño individual, y el peso de los niños individuales no tiene por qué coincidir con ninguna de las líneas. Esto se entenderá mejor con la siguiente gráfica.

Hemos comenzado pesando a dos niñas a lo largo del primer año, y hemos obtenido las dos líneas gruesas. Hemos calculado la media de estas dos niñas, y hemos obtenido la línea más delgada que hay en medio. Una de las niñas estaba por encima de la media, y luego bajó; la otra estaba por debajo, y luego subió. Ninguna de las dos coincide con la media. ¿Podemos decir que las dos niñas tienen problemas de nutrición, porque no "siguen su caminito"? Claro que no. Es la media la que no sigue el "caminito" de las niñas. Naturalmente, las gráficas de verdad no se han calculado pesando a dos niñas, sino a varios cientos. ¿Se imagina cómo se va complicando la cosa?

El crecimiento de los niños de pecho
La evolución del peso de Marta, que hemos visto en la segunda figura es bastante típica de los niños que toman el pecho. Las gráficas de peso son de hace bastantes años, cuando muchos niños tomaban el biberón, y los que tomaban el pecho lo hacían sólo durante unas semanas. Hoy en día, cuando cada vez más niños toman el pecho durante meses, se observa que no siguen aquellas gráficas. Diversos estudios en Estados Unidos, Canadá y Europa han demostrado que los niños de pecho suelen engordar "mucho" en relación con las antiguas gráficas durante el primer mes, pero luego van bajando de percentil; hacia los seis meses han perdido toda la ventaja que habían acumulado en el primer mes, y luego mantienen hasta el año un peso "bajo" en relación con las antiguas gráficas.
La OMS y el UNICEF tienen nuevas gráficas de peso, basadas en niños que toman el pecho, pero no todos los pediatras las han actualizado. Mientras no lo hagan, muchas madres se llevarán grandes sustos, pues les dirán a los dos o tres meses que su hijo "está bajando", o a los ocho o nueve meses que su hijo "está bajo de peso". No es cierto, su hijo está perfectamente.
¿Por qué no coincide el crecimiento de los niños que toman el pecho con el de los que toman el biberón? No se sabe muy bien, pero en todo caso no es por falta de alimento. Durante el primer mes, cuando sólo toman leche, los niños de pecho pesan lo mismo o más. Entre los seis y los doce meses, cuando toman papillas además de la leche, los niños de pecho pesan un poco menos. Si fuera verdad que "el pecho ya no les alimenta" (lo que es una solemne tontería, pues el pecho siempre alimenta más que el biberón, y también más que las papillas), entonces el niño se quedaría con hambre y comería más papilla, con lo que podría engordar lo mismo que los de biberón. Pero es que tampoco quieren más papilla. La diferencia es más profunda; de alguna manera, la lactancia artificial produce un ritmo de crecimiento que no coincide con el de los niños de pecho. "No sabemos qué consecuencias puede tener este crecimiento excesivo", decía en la primera edición de este libro. Ahora sí que lo sabemos. Porque varios estudios han encontrado que los niños que han mamado menos de seis meses sufren más sobrepeso y obesidad a los cuatro o seis años.

No todos los niños crecen al mismo ritmo
"Tengo una niña que tiene ocho meses, y desde hace cuatro meses no ha cogido peso, su peso ha sido durante cuatro meses de 7,45 kg, y su talla ha aumentado poco a poco hasta los 71 cm que tiene ahora. Su pediatra me ha comentado que como no aumente de peso en este mes le mandará unos análisis de sangre para ver si tiene carencia de algo; si no es que es inapetente y ya está... Comer, come muy poco. Además, la cuchara la rechaza, cuando la he obligado con cuchara me lo ha vomitado todo. Sigo dándole con biberón todo, fruta, purés y la papilla de cereales."
Ciertamente, no es "normal" (en el sentido de "frecuente") que una niña no aumente nada de peso entre los cuatro y los ocho meses. Para saber si además de infrecuente es patológico, hay que tener en cuenta otros datos, entre ellos los análisis que prudentemente ha decidido pedir su pediatra para asegurarse de que no esté enferma. Pero si no se detecta ninguna enfermedad, lo mejor es esperar tranquilamente: ”Es inapetente, y ya está”. Porque lo que tampoco es muy frecuente es pesar eso a los cuatro meses: prácticamente en el percentil 95. La talla a los ocho meses es alta, bastante por encima de la media. Todos los análisis fueron normales, y a los trece meses esta niña pesaba 8 kg, y seguía sin querer comer. Parece como si, en lugar de engordar con un ritmo lento pero mantenido, esta niña hubiera engordado rápidamente en los primeros cuatro meses, para luego frenar.
Hay un ritmo de crecimiento especial que suele traer de cabeza a los padres. Se llama "retraso constitucional del crecimiento", y no es una enfermedad, sino una variación de la normalidad. Son niños que no crecen siguiendo las gráficas, sino que van por libre. Nacen con un peso normal, y crecen normalmente durante unos meses. Pero en algún momento hacia los tres o seis meses echan el freno, y empiezan a crecer muy despacito, tanto de peso como de talla. Suelen "salirse de la gráfica", colocándose por debajo del percentil 3 de peso y talla. El peso, eso sí, es adecuado para su talla. Si el pediatra les hace pruebas, salen totalmente normales. Se mantienen en el límite o fuera de las gráficas un par de años, pero entre los dos y tres años empiezan a crecer a mayor velocidad, de modo que alcanzan una altura final completamente normal, y son adultos de estatura media. Es una característica hereditaria, y resulta muy tranquilizador que las abuelas expliquen que uno o ambos padres, o algún tío, "también era muy canijo de chico, y el médico del pueblo siempre le andaba dando vitaminas", pero que al final creció. Veamos lo que parece un caso típico:
"Tengo una niña de dieciocho meses a la que afortunadamente le sigo dando el pecho a pesar de los comentarios en contra del 99 por ciento de la gente. El problema es que desde los cuatro meses, cuando volví a trabajar, no ha comido bien hasta ahora. Empezó a bajar de peso y ahora mismo mide 73,2 cm y pesa 8,690 kg. Le hicieron análisis y le salió todo normal."
A los dieciocho meses, el percentil 5 (según las gráficas americanas antiguas) es de 8,92 kg y de 76 cm. Pero, para una niña de 73 cm, el peso está por encima del percentil 25. A esta niña la ha visitado un endocrino, y la hormona de crecimiento es una de las pruebas que tiene normales. Así que sólo queda esperar unos años.
Lógicamente, un niño que crece tan despacio come aún menos que los demás.

"Desde que tuvo aquel virus no ha vuelto a comer..."
En general, el apetito va disminuyendo de forma paulatina; pero no pocas veces un hecho externo (una enfermedad, el comienzo de la guardería, el nacimiento de un hermanito...) desencadena el proceso.
Lo mismo que los adultos, los niños pierden el apetito cuando están enfermos. ¿Quién no ha tenido una gripe tal que pierde el gusto por los alimentos, tanto dolor de cabeza que prefiere irse a la cama sin cenar, un dolor de barriga tan fuerte que todo le cae mal...? Esta inapetencia es pasajera; dura sólo unos días, mientras dura el virus, y luego desaparece. Si el niño ha perdido peso, puede que salga de la enfermedad con "hambre atrasada" y durante unos días coma más de lo habitual, hasta recuperar lo perdido.
Por supuesto, si la enfermedad es más grave, puede que la inapetencia dure semanas y que el niño no recupere el apetito hasta que reciba un tratamiento adecuado.
Cuando se intenta obligar a comer a un niño enfermo, lo más probable es que vomite. Y que se despierte en él un miedo a la comida y a la cuchara, que mantendrá incluso cuando esté curado. Por supuesto, si el niño tiene de verdad mucha hambre, ni siquiera obligándole se conseguirá quitarle el apetito. Pero si estaba cerca del año, la edad en la que (casi) todos los niños pierden el apetito, es probable que la enfermedad y el consiguiente forzamiento desencadenen la inevitable catástrofe. El niño hubiera "dejado de comer" de todos modos, pero el conflicto se adelanta unas semanas. Y, lo que es peor, la madre atribuye la inapetencia a la enfermedad; mientras el niño no coma, mantendrá la creencia, a veces casi subconsciente, de que aquel virus, diarrea, otitis o anginas "nunca se le ha curado del todo". Con frecuencia, ello lleva a la madre a insistir más todavía en la comida, pues tiene la idea de que su hijo "necesita comer para curarse".

De grandes cenas están las sepulturas llenas
¿Qué le ocurriría a un niño que, de verdad, no comiese? Adelgazaría. Un recién nacido, como todas las madres saben, puede perder fácilmente 200 g en los dos o tres primeros días, y recuperarlos después. Supongamos una pérdida mucho más moderada, un niño que pierde cada día 10 g. Por 365 días del año, salen 3,650 kg; redondeando, tres kilos y medio. ¿Qué queda de un recién nacido si le quitamos tres kilos y medio? Poco más que un pañal vacío. Un niño mayorcito, digamos de 10 kg, desaparecería ante nuestros ojos en menos de tres años.
¿Qué ocurriría si el niño se tragase todo lo que le quieren dar? Imaginemos que el niño ya ha comido todo lo que necesita y que, tras arduos esfuerzos, consiguen que coma algo más; digamos, lo suficiente para engordar 10 g (además de lo que ya habría engordado normalmente). En un año, 3,500 kg. Si su hijo engordase cada día 10 g de más, engordaría tres kilos y medio extras al año. A los dos años, en vez de 12 kg, pesaría 19. A los diez años, en vez de 30 kg, 65. A los veinte años, en vez de 60 kg, Pesaría 135. ¿No le parece que su hijo estaría monstruosamente obeso? Pero eso es con sólo 10 g al día. ¿Cuánto hay que comer de más para engordar 10 g? Se calcula que, para acumular un gramo de grasa corporal, hay que ingerir unas 10,8 calorías. Eso hace 108 kcal para engordar 10 g; casi exactamente las que lleva un yogur de sabor a fresa, o medio donut de chocolate, o un "potito" de comida para bebé de los pequeños, o 250 ml de un zumo de frutas comercial.
¿Se conformaría usted con que su hijo comiera un yogur más cada día? Probablemente no. Muchas madres preparan un plato entero de papilla, y su hijo sólo toma un par de cucharadas. ¿Cuánto engordaría de más si se acabase todo el plato? ¿Veinte o treinta gramos al día? ¿Se imagina a su hijo de diez años pesando 100 o 135 kg?
El metabolismo humano permite notables adaptaciones, y, en la práctica, el comer un par de cucharadas más o menos puede que no afecte a nuestro peso. Pero todo tiene un límite. Muchas madres esperan que su hijo coma más del doble de lo que come habitualmente. Nadie puede comer cada día el doble de lo que necesita y seguir sano.

Las tres defensas del niño
Por tanto, los niños tienen que defenderse. Si se comieran todo lo que les intentan hacer comer, enfermarían gravemente. Por fortuna, disponen de todo un plan estratégico de defensa contra el exceso de comida, que se pone en marcha automáticamente.
- La primera línea de defensa consiste en cerrar la boca y girar la cabeza. Una madre prudente no intentaría darle ni media cucharada más.
- Si se sigue insistiendo, el niño se retira a la segunda línea de defensa: abre la boca y deja que le metan lo que sea, pero no se lo traga. Los líquidos y purés gotean espectacularmente por las comisuras de su boca. La carne se convierte en un amasijo duro y fibroso, mil veces masticado, que acaba por escupir cuando ya no le cabe. Se dice entonces que el niño "hace la bola".
- Si se insiste más todavía, el niño puede llegar a tragar algo. Se ve reducido entonces a su última trinchera: vomitar.


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Autor: Carlos González
Extracto del libro "Mi niño no me come"

miércoles, 1 de julio de 2015

Nos quedamos en la edad en la que nos hizo falta amor

Cada etapa tiene sus necesidades, es decir, la forma en que requerimos del cuidado y amor de los padres cambia año tras año.

En la etapa temprana de la niñez se forma la confianza, por eso en este punto de la vida el amor se expresa con los cuidados de la madre y su atención a las necesidades del niño. Si durante esta fase el cariño de la madre es poco constante o ella rechaza a su hijo, eso puede causar en él desconfianza y temor excesivo por su bienestar.
En la vida adulta es difícil establecer contacto con este tipo de personas; cuando entablan una relación de pareja es común que sientan la necesidad de probar a la otra persona, sometiéndola a situaciones que la hagan demostrar su fidelidad. Cuando se trata de relaciones interpersonales especialmente cercanas, pueden sentirse vulnerables e indefensos.

Un par de años mas tarde, a los 2 o 3 años de edad, el niño aprende a ser autónomo y desarolla el autocontrol. Si los padres dificultan el desarrollo de estas áreas, por ejemplo haciendo ellos lo que el niño puede hacer por si mismo sin dificultad, o por el contrario esperan que haga cosas que le serían imposibles, entonces se crea la sensación de vergüenza. Por otro lado, si los padres corrigen en exceso a su hijo sin tener en cuenta las necesidades reales y naturales de su edad, es de esperar que el niño tenga problemas para controlar el mundo que lo rodea, y controlarse a sí mismo. 
Ya siendo adultos, en vez de ser seguros de sí mismos, este tipo de personas sienten que los demás los analizan detalladamente y los tratan con desconfianza y/o desaprobación. También es posible que presenten síntomas de trastornos obsesivo-compulsivos y delirio de persecusión.

A la edad de 3 a 6 años el amor se demuestra incentivando la independencia, apoyando la iniciativa, la curiosidad y la creatividad. Si los padres no permiten que el niño actúe de manera autónoma en esta fase, y responden con castigos desmesurados al comportamiento del pequeño, se desarrollará en él el sentimiento de culpa.
La vida adulta de una persona con este tipo de carencias se caracteriza por la falta de enfoque y resolución para trazarse metas reales y alcanzarlas. Además, el constante sentimiento de culpa puede ser la causa de pasividad, impotencia o frigidez, y también de comportamiento psicopático.

En la edad escolar se desarrollan la diligencia y el amor al trabajo. Si en este periodo se duda de las capacidades del niño o de su estatus con relación a otros de la misma edad, eso puede quebrantar el deseo de seguir estudiando, y tambien puede dar paso al sentimiento de inferioridad que en el futuro acabará con su propia seguridad en su capacidad de ser un miembro activo y productivo de la sociedad.
Si los niños perciben los logros escolares y el trabajo como el unico criterio que determina su éxito, entonces en la vida adulta ellos seguramente se convertirar en la así llamada “masa trabajadora“ en la jerarquía de roles de la sociedad establecida.




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Autor: Irina Parfénova — Psicóloga
Fuente: http://genial.guru/psicologia/nos-quedamos-en-la-edad-en-la-que-nos-hizo-falta-amor-271