jueves, 23 de junio de 2016

¿Cómo formar hijos emocionalmente sanos?

Les compartimos esta entrevista que hizo Psicología Infantil a Xóchitl González Muñoz, directora de Psicología para Niños, un centro de atención psicológica para niños y adolescentes en la Ciudad de México, y autora del reciente libro "¿Cómo formar hijos emocionalmente sanos?". 

¿Por qué es tan importante educar las emociones en casa? 
Porque la felicidad de una persona depende en gran medida de la capacidad que tenga para gestionar sus emociones. Si alguien no es capaz de manejar adecuadamente su ira, su tristeza, su frustración, incluso su alegría, por mencionar solo algunas de las emociones más comunes, le resultará más difícil llevar una vida satisfactoria. Y no solo eso: de acuerdo con estudios realizados por el Consortium for Research on Emotional Intelligence in Organizations, el éxito profesional se debe, solo en un 23%, a nuestras capacidades intelectuales (inteligencia cognitiva) y en un 77% a las aptitudes emocionales (inteligencia emocional). ¿Qué te dice eso?

¿Cómo surgió la idea de escribir “¿Cómo formar hijos emocionalmente sanos?”, y qué podemos encontrar en él? 
Surgió al darme cuenta de que la mayoría de los casos que trato en mi consultorio están relacionados con dificultades emocionales. Llama la atención cómo los papás suelen preocuparse por que sus hijos obtengan buenas calificaciones en la escuela, desarrollen habilidades deportivas, aprendan a hablar más de un idioma… pero pocas veces se preocupan por desarrollar su inteligencia emocional, aun con lo importante que es. Estoy convencida de que, si algo le hace falta al mundo hoy por hoy, es gente emocionalmente sana: maestros emocionalmente sanos, padres de familia emocionalmente sanos, políticos emocionalmente sanos, líderes de todo tipo emocionalmente sanos; y la mejor manera de empezar a trabajar en ello es hacerlo desde casa, con la mayor parte de la atención puesta en los hijos.

En el libro hablas de que expresar las emociones es algo fundamental para los niños, ¿cómo pueden los padres ayudar a que esto suceda? 
El primer paso es ayudarlos a que las identifiquen desde pequeños. Por ejemplo, ¿cómo un niño va a poder controlar su enojo o su tristeza, si ni siquiera es capaz de reconocer lo que está sintiendo? El segundo paso es no reprimir esas emociones en ellos, sino hacerles ver que es normal sentir tristeza, enojo o desesperación ante distintas situaciones. A todos nos ha pasado y nos seguirá pasando, porque es algo natural en el ser humano. Negar esas emociones puede traer consecuencias graves, tanto a nivel físico como sentimental. De lo que se trata es de reconocerlas y saber qué hacer con ellas.

¿De qué manera influye en la escuela que los niños sean emocionalmente sanos? 
De muchísimas maneras. Para empezar, estará mejor preparado para relacionarse con sus compañeros y con sus maestros de una manera cordial y respetuosa. Por otro lado, se sentirá más seguro y confiado ante los retos, no solo académicos, sino de toda índole, como podría ser un evento deportivo o social. También contará con mejores recursos para sobreponerse a adversidades como la derrota de su equipo de futbol o una mala nota en Matemáticas… los ejemplos son innumerables.

Hablando de fortalezas, ¿qué es lo que pueden hacer los padres para que sus hijos tengan una perspectiva positiva de sí mismos? 
Algo muy importante para que una persona desarrolle una autoestima sana es reconocer sus fortalezas (para potenciarlas) y sus debilidades (para aprender a vivir con ellas y contrarrestarlas en lo posible). En el caso de un niño, los papás juegan un rol fundamental para que lo anterior ocurra. Un error muy común en los padres es procurar su formación tomando más en cuenta sus propios intereses, gustos, miedos y aspiraciones que los de sus hijos. Por ejemplo, si a un niño no le gusta el karate, ni es muy apto para ello, ¿por qué forzarlo a que lo practique, si él se sentiría más seguro y más contento en clases de canto?

¿Qué problemas pueden surgir en casa si no se dan importancia a las emociones? 
Muchísimos y de muy diferente índole: de comunicación, de autoestima (en cualquier integrante de la familia), de conducta, de conciencia… una persona (sea niño o adulto) que no tenga oportunidad de sanear sus emociones será más propenso a vivir en conflicto consigo mismo, con los demás y con su entorno.

¿Por qué es tan importante que primero los padres aprendan a gestionar sus propias emociones? 
Porque, como dicen: “La palabra convence pero el ejemplo arrastra”. ¿Cómo un niño va a aprender a conducirse de manera respetuosa si constantemente ve cómo se agreden entre sí sus papás, por ejemplo? O, ¿cómo va a poder desarrollar tolerancia a la frustración, si sus papás le resuelven todo por temor a verlo sufrir por no lograr lo que se propone? Algo muy interesante es que el libro ¿Cómo formar hijos emocionalmente sanos?, aunque originalmente fue pensado como una guía para que los papás pusieran en práctica con sus hijos, terminó siendo un documento con potencial para generar beneficios en el desarrollo de cualquier ser humano.

El libro se puede adquirir en www.psicologiaparaninoslibros.com

miércoles, 8 de junio de 2016

BLW y el miedo al atragantamiento


Hemos hablado varias veces sobre los beneficios del baby led weaning (BLW, o alimentación complementaria autorregulada).

¿Pero qué pasa con esos padres que quisieran hacerlo pero tienen miedo a que su hijo se atore con un trozo?


No todos los padres están preparados para usar este método de alimentación con sus bebés. Hay que informarse para saber por ejemplo qué alimentos, formas o texturas se deben evitar, o la importancia de que sea el niño quien se lleve las cosas a la boca. También sería ideal ver videos de bebés comiendo así, para acostumbrarse a ver las arcadas como una parte normal del proceso (las hacen como reflejo para sacar trozos grandes que se acercan a la garganta). 
Pero más importante que la manera en que le comenzaremos a dar la comida a nuestros hijos (trozos, machacado, papilla), será la seguridad y tranquilidad que les transmitamos a la hora de hacerlo. Por eso, si eres uno de esos padres que a pesar de haberse informado de los beneficios de no dar papillas, siguen con cierto miedo a los trozos, esta respuesta podría ser para ti. 

"El miedo al atragantamiento es uno de los miedos más frecuentes cuando comienzan a introducirse los alimentos complementarios en la dieta del bebé (incluso, para algunas personas, este miedo permanece a lo largo del tiempo).
La alimentación humana tiene un componente social y emocional asociado muy intenso. Alimentarse no sólo es importante a nivel nutricional, si no también lo es a nivel afectivo. Así, la alimentación del bebé debe ser una situación agradable de interacción para el bebé, pero también para la persona que lo acompaña mientras come. Si tú estás angustiad@ mientras tu bebé come, la hora de comer te genera malestar emocional o tienes miedo, el componente socio-afectivo de la alimentación de tu bebé estará perdiendo mucha calidad, volviéndose negativo. Esto no es beneficioso para el bebé, pues se le está transmitiendo que alimentarse es un acontecimiento estresante, angustioso y potencialmente peligroso, lo cual sienta la base para una relación conflictiva con la propia alimentación en el futuro.
Por ello, es esencial que reflexiones de qué manera te vas a sentir segur@ y cómod@ con la alimentación de tu hij@, puesto que tu propio bienestar emocional frente a la comida es esencial para que él/ella se enfrente a la misma con emociones positivas. Esto es fundamental para el establecimiento de hábitos de alimentación equilibrados y saludables.
Con esto quiero transmitir que es muy importante que alimentes a tu hij@ de la manera con la que tú te sientas confiad@, sin miedo. Probablemente, esto no lo vas a conseguir súbitamente, necesitarás tu propio proceso. En este caso, tan importante es respetar el ritmo del niño como tu propio ritmo y, cuando consigan ajustar ambos ritmos, te sentirás con la confianza que necesitas para alimentar a tu hij@ de la manera que deseas.

Es necesario recordar que no es lo mismo un atragantamiento (el trozo de comida obstruye la garganta) que un ahogamiento (el trozo de comida obstruye el pulmón). 
Cuando se produce un atragantamiento, el niño suele encontrar la manera de gestionarlo y resolver la situación (con o sin ayuda). Mientras más pequeño sea el niño al comenzar con los trozos (por sobre los 6 meses y siempre y cuando al sentarlo mantenga la espalda recta), más probable será que lo resuelva por si sólo, y que no le de mucha importancia (hacen una arcada, sacan el trozo grande afuera, y siguen comiendo como si nada). Con un ahogamiento en cambio, la gravedad es tal, que se necesita asistencia profesional.
Generalmente, los niños, cuando comienzan a probar los alimentos complementarios, se atragantan. Aprender a gestionar un atragantamiento es muy importante cuando se está aprendiendo a comer.
El ahogamiento en cambio, puede producirse cuando se le ofrecen al bebé alimentos inadecuados para su edad (texturas duras o formas redondeadas como los frutos secos; verduras duras cortadas en rodajas, como la zanahoria cruda, o alimentos redondeados resbaladizos, como una rodaja de salchicha). Si se evitan este tipo de alimentos, el riesgo de que se produzca un ahogamiento es muy reducido. Así, si evitas ofrecer estos tipos de alimentos, puede que tu bebé se atragante, pero lo resolverá.

Sin embargo, entiendo que un atragantamiento asusta a muchos padres. y lo que yo recomiendo en ese caso es comenzar de una manera gradual para ir venciendo el miedo. Puedes comenzar a ofrecerle a tu hij@ alimentos machacados con el tenedor (plátano, patata/zanahoria hervida, judías verdes, carne muy picada, arroz blanco muy cocido...). Cuando vayas adquiriendo seguridad con este modo, puedes probar a darle un trozo de alimento blandito sin machacar y, cuando esto esté superado, continuar con alimentos menos blandos.

Es importante tener en cuenta que tu bebé gestionará mejor trozos grandes de alimento, que puede agarrar, chupar, succionar, morder... Si le ofreces trocitos pequeños que se mete enteros en la boca, puede encontrar más dificultad para controlarlos.
Este proceso gradual puede demorarse meses, no es necesario tratar de acelerarlo. Debe respetarse un ritmo en el que tanto el niñ@ como tú se sientan cómodos.

Además, es importante tener presente que el alimento básico en la dieta del bebé durante el primer año de vida es la leche. Por lo tanto, los meses que transcurren desde el inicio de la introducción de los alimentos complementarios hasta el año (aproximadamente) tienen una función más de aproximación, experimentación y habituación a los nuevos alimentos (sabores, texturas, olores...). Realmente, a partir de los seis meses (aproximadamente), las necesidades nutricionales de los bebés estarían cubiertas con la leche y un aporte adicional de hierro que se obtiene con la ingesta de carne de ternera o pollo (y si el niño se niega a comer, se le puede dar el hierro en gotas y problema resuelto). Sin embargo, se comienzan a introducir el resto de alimentos para habituar al niño a los mismos. En estos meses encontramos una gran oportunidad para sentar las bases de unos hábitos de alimentación adecuados y de una relación emocionalmente sana con la propia alimentación. Al entender esto nos damos cuenta de que la cantidad de alimento que ingiera el bebé no es lo importante, pues se trata de fomentar la calidad de la relación con la comida más que la cantidad de alimento ingerido (nunca debemos obligar a un bebé a comer). 

Por otra parte, la alimentación complementaria autorregulada no se basa únicamente en evitar triturados. Sobre todo se basa en permitir al bebé la exploración de los alimentos, tomar la decisión por sí mismo de llevárselos a la boca, establecer el ritmo y la cantidad de ingesta. Estos aspectos los puedes llevar a cabo a lo largo de todo el proceso paulatino hasta que te sientas segur@ para ofrecerle los alimentos enteros.

Por último, quisiera recordar de nuevo la importancia de que el momento de la comida del bebé lleve asociado un estado emocional positivo por tu parte, pues tu bebé experimentará tus estados emocionales y los asociará a su propia alimentación."

El texto en comillas ha sido adaptado de una respuesta que ha dado Mónica Serrano, Psicóloga Infantil, experta en Maternidad, Lactancia y Crianza (http://www.psicologiaycrianza.com/) a una madre que quería dar comida en trozos de un comienzo a su hija pero se asustaba mucho de verla atragantarse.

viernes, 27 de mayo de 2016

Malentendidos sobre la crianza respetuosa

Ocurre, a veces, que confundimos respeto con descuido, libertad con abandono, espacio propio con falta de atención, atención con sobreprotección...
La crianza respetuosa es una crianza con consciencia. La crianza con apego, es una crianza desde el corazón, bien conectado, bien ajustado; hacia el corazón de nuestros pequeños.

Una Crianza Respetuosa:
- No es dejarles hacer todo lo que quieren. Es entender qué necesitan. Saber si aquello que necesitan está dentro de nuestras posibilidades, de las posibilidades de la situación; y si es así, respetar esa necesidad, y darles la libertad necesaria para satisfacerla.
- No es darles todo lo que te pidan. Es entender qué te están pidiendo, y por qué. Es estar atentos a si se trata de una necesidad genuina, o no. Es confiar en su autorregulación, y también en nuestra capacidad de percepción, de cuidado. Y darles lo que sintamos que a todos nos viene bien.
- No es educar sin límites. Es establecer unos límites justos, adecuados a las situaciones, y a las necesidades: Tanto las de ellos, como las de nosotros.
- No es anteponer sus necesidades, todo el tiempo, a las nuestras. Es encontrar el equilibrio, para que en la medida de lo posible, todos seamos felices: Tanto mayores, como pequeños.
- No es dejarles solos. Es dejarles el espacio preciso, atentos a si realmente necesitan nuestra intervención. Es permanecer a una distancia adecuada, y estar disponibles para, si la necesitan, ofrecérsela.
- No es darles todo el poder de decisión. Es hacerles partícipes del proceso, dejándoles la posibilidad de elección en los asuntos que entendemos que pueden hacerlo. Es estar atentos a qué responsabilidades están preparados para asumir, y darles la oportunidad de asumirlas. Y los adultos, tomar las nuestras.
- No es no intervenir. Es estar atentos, muy atentos, a qué realmente necesitan de nosotros, en cada momento. Y dárselo. Es dejarles la oportunidad de equivocarse, de cometer errores, de volverlo a intentar; como parte del aprendizaje. Sin descuidar, sin estorbar.
- No es no poner consecuencias a su comportamiento. Es entender qué les hace comportarse así, y hacerles entender también a ellos, en la medida de sus posibilidades, de cada momento. Es proponer consecuencias consecuentes a los motivos de su conducta, y no (o no sólo) al resultado final.
- No es evitar los conflictos. Es abordar estos conflictos de manera calmada, consecuente, amorosa; y resolverlos constructivamente, para aprender de ellos todos juntos.
- No es tratarlos como si fueran más importantes que nosotros, personas adultas. Es tratarlos, y tratarnos a nosotros mismos, como los seres maravillosos que somos. Es verlos y comprenderlos en toda su belleza, en toda su grandeza, todo su potencial. Y también en toda su fragilidad, toda su necesidad de amor, todo su proceso de aprendizaje. Exactamente igual que nosotros.

Como en tantos otros aspectos de la vida, difícilmente vamos a estar siempre conectados, sabios, calmados, equilibrados... para cumplir todos los “requisitos”.
No, no somos perfectas ni perfectos. Es, como tantas otras cuestiones, un proceso, de aprendizaje, de autoconocimiento, de crecimiento. Tendremos días y días, momentos y momentos; y lo realmente importante es que pongamos nuestra consciencia en mantener la dirección.

Una crianza respetuosa exige un alto nivel de implicación. Para estar presentes, atentos, conectados con nosotros y con ellos.
Una crianza respetuosa implica un alto nivel de consciencia. Hacia nosotros mismos, y hacia nuestros hijos. De conocimiento de nuestras capacidades, nuestras necesidades, nuestras emociones... y de las suyas.
Una crianza respetuosa implica un alto respeto... hacia nuestros hijos, y hacia nosotros mismos.

Y también, es así cómo la crianza puede ser la mayor oportunidad de crecer en el amor, que nos otorga la vida.

Pintura: Katie m. Berggren
Texto adaptado de: http://amapsicologia.org/blog/crianza-respetuosa-diez-malentendidos/

martes, 24 de mayo de 2016

Castigados por ser humanos

"Muy a menudo, los niños son castigados por ser humanos. No se les permite tener mal humor, un mal día, un tono irrespetuoso, o una mala actitud. Sin embargo, nosotros los adultos los tenemos todo el tiempo. Ninguno de nosotros es perfecto. Debemos dejar de pensar que nuestros hijos tienen que alcanzar un nivel de perfección mayor al que nosotros mismos podemos alcanzar."

Muchos padres comprenden el significado de esta cita, es decir, que los niños no son perfectos y que muchas veces esperamos de ellos un mejor comportamiento y más auto control del que incluso nosotros, como adultos, podemos demostrar. Estos padres han expresado estar de acuerdo, de corazón, y han reconocido que ellos también han sido culpables de exigir a sus hijos un estándar más alto del que ellos mismos pueden sostener.
Sin embargo, hay muchos otros que han entendido mal, interpretando esta frase como que no hay que responsabilizar a los niños por sus propias conductas y que deberíamos ignorar toda falta de respeto o malas actitudes, lo cual obviamente no es lo que se sugiere, en absoluto.

Para darle contexto a esta cita, esto es lo que dice Rebecca Eanes (fundadora de positive-parents.org) en su libro justo después: “Por supuesto, no estoy diciendo que siempre los dejen salirse con la suya sólo porque son humanos. Enséñenles mejor! Enséñenles que no es bueno proyectar su mal humor sobre quienes te rodean. Enséñenles a manejar la frustración, rabia, miedo, tristeza o desilución. Enséñenles que no es aceptable ser grosero con la gente. Encamínenlos hacia un estándar mayor! Pero por favor, encamínense ustedes a eso, también.
No proyecten su mal humor. Aprendan a manejar su frustración, rabia, miedo, tristeza o desilución. No sean irrespetuosos con ellos. Todos necesitamos altos estándares, y ¿saben qué más necesitamos todos? Un poco de comprensión. Ustedes lo saben, a veces tienen un mal día y dicen algo que no es agradable, o dan un portazo, o gritan a sus hijos. No somos robots. A veces la vida es simplemente difícil, y necesitamos un descanso, no un sermón. Necesitamos un abrazo, no una mirada desdeñosa. Sabemos que actuamos mal, pero estamos teniendo un momento difícil. Sólo necesitamos comprensión. Lo mismo ocurre con nuestros hijos.”

Aquí hay un buen ejercicio:
Escúchate a ti mismo y a otros adultos en casa hoy y fíjate si algo de lo que dicen o hacen haría que los regañen si fueran un niño.
¿Ignoraste a tu hijo mientras te hablaba?
¿Le gritaste a alguien?
¿Hablaste con tono irrespetuoso?
¿Lo hizo tu pareja?
¿Diste algún portazo?
¿Pusiste los ojos en blanco?
¿Resoplaste ante la solicitud de alguien?
Es un ejercicio para abrir los ojos, porque nos damos cuenta de que la mayoría de nosotros hacemos al menos una cosa por la que regañaríamos a un niño si la hiciera. Tenemos nuestros motivos, por supuesto. Estamos estresados por el trabajo, faltos de sueño por el bebé, enfermos, adoloridos, hormonales... Somos buenas personas que intentamos dar lo mejor, pero a veces nos equivocamos. Tendemos a mirar las razones detrás de nuestro propio comportamiento y nos damos a nosotros mismos un poco de comprensión por los errores que cometemos. Pero cuando un niño lo hace, no miramos las razones detrás. Lo vemos como un malcriado o desobediente, y nos saltamos directamente a la corrección. Está bien para nosotros ser humanos, pero esperamos algo mejor de nuestros hijos, y eso no es justo.

Si yo no puedo mantener mi temperamento bajo control en todo momento, no espero que mis hijos tengan un control emocional perfecto. Si no puedo controlar mi tono y hablar con voz amable siempre, ¿cómo puedo esperar que mis pequeños manejen esto?
Esperamos que pequeños niños, con sus cerebros todavía en desarrollo y su limitada experiencia de vida, se comporten mejor que hombres y mujeres adultos. Y si no me creen, escuchen el próximo debate presidencial o pasen algún tiempo mirando las noticias en los medios sociales.

Estoy totalmente a favor de altos estándares. Creo que debemos esperar que nuestros hijos sean amables, atentos y que tengan buenos modales. Pero creo que nosotros también debemos estar a la altura de nuestras expectativas.

Es, por supuesto, extremadamente importante enseñar a nuestros hijos que nunca es bueno ser grosero o irrespetuoso. Los niños, y todos los seres humanos, deben ser responsables de sus acciones. No corregir a nuestros hijos cuando necesitan corrección es permisividad, y eso no es crianza positiva. No es crianza en absoluto. Ellos deben aprender a hacerlo mejor, y nosoros tenemos que hacerlo mejor, colectivamente, también. Nosotros, los adultos, debemos ser el ejemplo para un estándar alto y abrir el camino. También hay que recordar, sin embargo, que a veces la compasión es el mejor maestro. A veces, la comprensión es la solución.

Soy una buena persona, pero también sé que yo soy imperfecto. Soy un ser humano imperfecto que a veces se equivoca a pesar de los mejores esfuerzos, y sé que mis pequeños seres humanos imperfectos van a meter la pata, también. Eso no hace que sus malas decisiones estén "bien", pero las hace comprensibles y nos da a todos la oportunidad de crecer y mejorar. A veces, la corrección es absolutamente necesaria para estar seguros. Y a veces, sólo necesitamos un poco de comprensión.


Traducido de http://www.creativechild.com/articles/view/punishing-children-for-being-human

viernes, 13 de mayo de 2016

Las rabietas NO son un "mal comportamiento"

Una madre llevó a su hijo a un grupo local de canto en un centro infantil. Él termino teniendo una rabieta masiva, ella lo sacó de la clase y se fueron. Más tarde recibió una llamada de un miembro del personal del centro, que le recomendaba hablar con otra mujer que trabajaba allí, para conversar sobre los "problemas de conducta" de su hijo.

Esto está mal, en muchos niveles. Las rabietas son completamente naturales, una parte normal del desarrollo de un niño sano. Las rabietas NO son un "mal comportamiento", sino una forma de expresar una emoción. Cuando suceden en público puede ser muy vergonzoso, y todos hacemos lo posible para lidiar con ellas mientras nos preocupamos por lo que la gente va a pensar de nosotros!

Esta mamá hizo lo absolutamente correcto: tomó a su hijo y lo llevó fuera de la clase de canto, y se quedó con él hasta que estuvo de mejor ánimo.

A veces los niños pueden hacer una rabieta durante largo rato, y lo único que podemos hacer es capear el temporal hasta que pase. Esto es en realidad lo mejor que podemos hacer. Permitir que nuestros niños vivan su momento de enojo, y salgan de el. Luego estarán de un mejor ánimo, ya que les hemos dado el espacio para tener sus sentimientos.

Por desgracia, no hay mucha comprensión acerca de la importancia de permitir que los niños expresen sus sentimientos. Por desgracia hay gente por ahí que va a mirar a un niño haciendo una rabieta y pensará que el padre está haciendo algo "mal". Lamentablemente una gran cantidad de consejos para padres se centra en detener las rabietas, y sin querer, enseña a los niños que está mal expresar las emociones. Yo me alejaría de cualquier consejo para padres que hable de las rabietas como un "problema de conducta."

La próxima vez que veas a un padre lidiando con un niño con rabieta, sólo recuerda esto, que es un buen padre, haciendo todo lo posible. En lugar de lanzar miradas críticas o apurarte a dar 'consejos', dedícale una sonrisa comprensiva, algo de calidez y apoyo. Todos tenemos días difíciles, y no necesitamos hacernos la paternidad más difícil entre nosotros!

Traducido de https://kateorson.com/2016/05/11/why-tantrums-are-not-a-behavioural-issue/

viernes, 29 de abril de 2016

Enseñando sin violencia

Hace poco salieron los resultados de uno de los estudios más grandes que se han hecho sobre la violencia en la crianza. 50 años de estudio y más de 160 mil niños, para concluir que los palmazos NO educan y NO se asocian con una mayor obediencia inmediata o a largo plazo (ver la noticia ACA). Por el contrario, mientras más golpes recibe un niño, mayor es la probabilidad de que desarrolle un comportamiento antisocial, agresividad, problemas de salud mental y dificultades cognitivas (de por vida). Como los mismos autores revelan, este estudio se refería al efecto de los palmazos comunes y no a violencia severa, de esa que deja secuelas físicas evidentes. Palmazos, nalgadas, de esas que muchos dicen dar “por su bien” o usando frases repetidas como “me duele más a ti que a mí”. Esas palmadas que, según revelan las cifras de la UNICEF (2014), hasta un 80% de los padres todavía les da a sus hijos “por su bien”. Y leer los comentarios de la gente ante los resultados de este estudio en sitios como bebesymas me ha dejado mal. Me confirma que ese 80% puede incluso ser más alto (¿cuántos padres confiesan golpear? ¿Cuántos niños callan por vergüenza o miedo?). Hemos normalizado a tal grado la violencia, que la mayoría de la gente la justifica con frases del tipo “a veces se lo merecen” o le baja el perfil diciendo “hablamos de una nalgada no de golpes” (¿en qué minuto un golpe de cualquier tipo deja de ser golpe?). La frase más recurrente suele ser “a mí me pegaban y salí bien” (o peor “gracias a eso” salí bien). No puede haber salido tan bien alguien que considera que un niño merece un golpe. Y leyendo los comentarios me doy cuenta de que el gran problema es la falta de recursos, que nos lleva a los extremismos. 

Quienes golpean piensan que no existe otra forma de educar, y que quienes no le pegamos a nuestros hijos somos unos permisivos que no les enseñamos nada. La permisividad es el otro extremo, es dañina y además de no enseñar nada produce una tremenda inseguridad en el niño, que necesita sentir que sus padres lo guían y tienen el control. Pero existen muchas formas entre los extremos. Se puede enseñar a través del ejemplo, de la empatía, de la explicación firme pero amorosa. ¿Cuántas cosas hemos aprendido en la vida sin necesidad de que nos peguen? Cuando dejamos de hacer algo por miedo a un golpe o un castigo, sólo hemos aprendido a evitar el castigo, no la razón real para no hacer algo. En cuanto perdamos el miedo volveremos a hacerlo, porque no hemos entendido nada. O aprenderemos a hacerlo a escondidas, porque “si mis padres se enteran me llega”. El miedo paraliza y por lo tanto hace el aprendizaje más lento. 

Hoy les quiero contar uno de esos ejemplos, de cómo si se pueden enseñar sin necesidad de recurrir a castigos, amenazas o golpes, y cómo esas enseñanzas perduran en el tiempo.
Mi hijo va al jardín desde pequeñito. Sin familia cerca ni nadie de confianza que lo cuidara, tuve la suerte de encontrar un lugar que me dio confianza, y donde estuvo por más de dos años al cuidado de la mejor tía que le pudo tocar. Su tía Sandra pasó a ser su segunda mamá, e incluso preguntaba por ella los fines de semana, o durante las vacaciones. Ella tenía una particularidad que no me ha tocado ver en otra educadora. Se preocupaba de la consistencia. De que el niño en el jardín recibiera un trato similar (dentro de lo posible) al que le damos en casa, especialmente en los momentos de conflicto. No sé si lo había leído o estudiado, pero lo cierto es que la consistencia es uno de los pilares para que un niño asimile las reglas o normas de conducta más rápido, y por eso agradecí mucho que se preocupara de eso. Ella tenía reuniones con los padres, donde nos preguntaba cómo corregíamos las actitudes negativas. En esas reuniones yo le expliqué que a nuestro hijo nunca lo habíamos castigado, menos golpeado, ni tampoco usábamos premios. Que alguna vez se me ha salido un grito (que tampoco soy una santa y a veces me agarra un día agotada o estresada por algo del trabajo), pero que en esos casos le pedía disculpas y le explicaba que la mamá también tenía días malos, aprovechando así de sacar algo positivo de mi descontrol. Le expliqué que cuando hacía algo que nos parecía mal nos agachábamos a su altura para ayudar a conectar, tratábamos de empatizar para asegurarnos de que nos escuchara, y luego le explicábamos con tono amable, pero serio, por qué eso no se hacía. Y que cuando era posible, buscábamos alguna forma de remediar lo que había hecho. No sé si la tía Sandra me tomó por loca o hippie en su momento, o si le pareció bien lo que hacíamos, porque tenía esa capacidad que tienen algunos de mantener “cara de poker” para que no supieras lo que estaba pensando. Pero muchas veces me di cuenta de que ella resolvía los conflictos con mi hijo de esa misma forma (se agachaba, le explicaba…). Un día al ir a buscarlo, poco antes de cumplir los 3 años, la tía me contó que mi hijo había roto un par de libros. Mi primera reacción fue de preocupación, porque le hemos inculcado el amor y respeto por los libros desde que tenía meses, y le gustan tanto que se duerme leyendo cada noche y no hay viaje al que podamos ir sin ellos. Cuando compramos uno nuevo no hay nada más importante para él en el mundo que leerlo ya mismo. Si había roto un par de libros es que seguramente estaba sintiéndose mal por algo. En vez de castigarlo, la tía nos mandó los libros en la mochila para que los reparáramos. Llegando a casa le pregunté qué había pasado ese día, y efectivamente estaba enojado por algo que ya ni me acuerdo (parece que lo malo se olvida fácil). Entonces le expliqué que había otras formas de expresar el enojo, pero que romper los libros de la sala le hacía daño a él y también a sus compañeros, porque a todos les gustaba mirarlos o que las tías se los leyeran. Los reparamos como pudimos, pero le mostré que igual habían quedado feos, y decidimos juntos que él llevaría uno de sus libros de regalo para compensar el daño. Le costó elegir uno, porque a esa edad les cuesta mucho desprenderse de sus cosas, pero lo hizo sin necesidad de que lo obligara. Al día siguiente llegó feliz del jardín. Me contó que su tía lo había llevado adelante y les había mostrado a todos cómo habíamos reparado los libros, y cómo había compensado el daño regalando uno de los suyos. Eso lo hizo sentirse orgulloso y feliz, y no volvió a hacerlo. Esa experiencia, positiva, le había enseñado mucho más que un castigo.


Enseñémosle a los niños las consecuencias de sus actos y las formas de solucionar los problemas. Que no dejen de hacer las cosas por miedo. Recordemos que para ser adultos respetuosos, primero debemos haber sido niños respetados

jueves, 28 de abril de 2016

Los palmazos NO educan

Según un nuevo estudio, los palmazos pueden causar problemas mentales de por vida en los niños

Para algunos, el palmazo o nalgada ha sido durante mucho tiempo la forma de castigar a niños desobedientes. De acuerdo con un informe del 2014 de la UNICEF, hasta el 80 por ciento de todos los padres de todo el mundo da palmazos a sus hijos. Sin embargo, un nuevo estudio confirmó que los palmazos son contraproducentes, y cuánto más palmadas reciba un niño, más probabilidades hay de que desafíe a sus padres.
 
El estudio de la Universidad de Texas en Austin (UTA) y la Universidad de Michigan fue publicado en la edición de abril del "Journal of Family Psychology" (diario de psicología familiar), y analizó 50 años de datos de más de 160.000 niños. Elizabeth Gershoff, co-autora del estudio y profesora asociada de desarrollo humano y ciencias de la familia en la UTA, explicó que el estudio se limitó a los efectos de palmazos en general, y no a comportamientos potencialmente abusivos*. En este estudio, el palmazo se define como "un golpe con la mano abierta en el trasero o las extremidades".

Se concluyó que los palmazos también puede causar problemas sociales y de desarrollo para toda la vida. El estudio encontró que a medida que la cantidad de golpes aumenta, también lo hace la probabilidad de un mayor comportamiento antisocial, agresividad, problemas de salud mental y dificultades cognitivas. Gershoff explica: "Encontramos que los azotes se asocian con resultados perjudiciales, no deseados, y no se asocian con una mayor obediencia inmediata o a largo plazo (algo que buscan los padres cuando "disciplinan" a sus hijos así)". Básicamente, las nalgadas no funcionan, afirma el estudio.

"Nosotros, como sociedad, pensamos que el palmazo y el abuso físico son conductas diferentes." dijo Gershoff. "Sin embargo, nuestra investigación muestra que los palmazos se vinculan con los mismos resultados negativos que el abuso, sólo que a un grado ligeramente menor. Esperamos que nuestro estudio pueda ayudar a educar a los padres sobre los daños potenciales de los palmazos y los impulse a probar formas positivas y no punitivas de disciplina." Gershoff fue co-autora del estudio junto a Andrew Grogan-Kaylor, profesor asociado de trabajo social en la Universidad de Michigan.

*Aclaración: En esta página consideramos que una nalgada o palmazo si ES abuso.