Seguimos revisando el libro de Rosa
Jové "La crianza feliz", y esta vez les copio un extracto
que habla sobre los métodos que dejan llorar al bebé para que “aprenda” a
dormir, como el conocido "duermete niño" (también llamado método Estivill o de Ferber en inglés).
“Siempre que el niño tiene miedo, los sistemas de alarma se activan, y aunque
nosotros pensemos que son tonterías, ellos no lo saben. Cuando dejamos al bebé
llorando solo en su habitación, pasa miedo. Los estudios realizados midiendo el
cortisol en estos niños así lo demuestran.
A partir de ese momento se ponen
en marcha los sistemas más antiguos de respuesta a la alarma: el sistema HHA
(hipotálamo-hipofisario-adrenal), el sistema adrenérgico y las catecolaminas.
Esto se denomina «estar activado».
Todo este flujo químico y
hormonal inunda violentamente el cerebro, apuntando directamente a la amígdala,
que queda colapsada. Los niños que lloran y no son atendidos prontamente pueden
llorar desesperadamente hasta que la amígdala se colapsa. Como la naturaleza es
sabia y sabe que el cuerpo no resistiría mucho tiempo en una situación como
ésta, suele compensarlo con la secreción de opiáceos, endorfinas y serotonina,
que provocan una bajada de todo este sistema de alarma en el sujeto. Los
psicólogos que nos dedicamos a las catástrofes sabemos por experiencia que,
cuando un sujeto presenta una activación importante tras un impacto, es
cuestión de tiempo que descienda esta activación primera.
Por lo tanto, si tenemos en
cuenta que para su hijo ya era la hora de dormir, que encima se ha pasado un
tiempo llorando (con el consiguiente cansancio) y que acaba de recibir una
inyección brutal de opiáceos, endorfinas, serotonina, etcétera, lo normal es
que caiga rendido y se duerma. Eso es la esencia de los métodos para dormir.
Pero no se engañe, no ha aprendido a dormir; tan sólo está «autodrogado».
Por ello, estos sistemas
funcionan mejor con niños pequeños: a menor edad más se asusta. ¿Usted cree que
si le aplica a un adolescente este método le va a funcionar? Pues no, porque es
difícil que se asuste tanto como para provocar este shock. Seguramente, se
quedará tan tranquilo leyendo. Por eso, no se cansarán de repetirle que si no
lo soluciona antes de los 5 años, luego va a ser imposible.
Con sucesivas «experiencias» como
ésta el niño va a aprender, por un lado, que nadie va a hacerle caso, que sus
necesidades no son merecedoras de atención (ello provoca una baja autoestima),
y por eso muchos de ellos dejan de protestar. Por otra parte, se cree que el
hecho de repetir oleadas de estas sustancias químicas en el cerebro es la causa
de la reducción de la producción normal de serotonina y de la insensibilización
de la amígdala. Sepan que las alteraciones de los niveles de serotonina se
relacionan con las depresiones y que la amígdala es el centro del cerebro
emocional por excelencia, que de esta forma puede quedar alterado, perdiendo
oportunidades de desarrollar la confianza, la autoestima y la empatía. Además,
un bajo nivel de serotonina es el indicador más importante de violencia en
animales y humanos, y se ha relacionado con tasas altas de homicidios,
suicidios, piromanías, desórdenes antisociales, automutilaciones y otros
comportamientos agresivos.
Todo ello «favorecerá» que a la
larga el niño se acueste sin decir nada y se duerma. Pero ni por un momento
piense que ha aprendido a dormir, sino tan sólo a doblegarse y autodrogarse.
En 1996, el profesor Rauch, de la
Universidad de Harvard, sacó imágenes de las zonas del cerebro que se activan
en sujetos traumatizados cuando revivían las escenas traumáticas al escuchar el
relato de los peores momentos de su vivencia. Aparte de demostrar que la zona
que se colapsa es el sistema límbico en general y la amígdala en particular,
también apreció una «anestesia» del área del lenguaje, sobre todo lo expresivo.
Por lo tanto, si usted tiene a un bebé colapsado por las hormonas (muy
acelerado en una primera fase o muy atontado después), con afección de la
amígdala (que altera nuestra memoria inmediata), llorando con varios decibelios
de volumen y con parte del área del lenguaje alterada… ¿piensan que ese niño va
a entender: «Tranquilo, cariño, papá y mamá te están enseñando a domir»? Pues
no.
De este modo cualquier método
milagroso que proponga un cambio sustancial en los patrones de sueño, puede
resultar muy peligroso para el correcto desarrollo del sueño. Puede que, debido
a estos métodos, algunos niños duerman más horas o se despierten menos. Pero…
¿es natural que lo hagan? ¿Qué problemas le puede acarrear de mayores un patrón
de sueño artificial?
En principio, se empiezan a
diagnosticar en las consultas los primeros casos de Síndrome de Estrés
Postraumático en niños a los cuales les han aplicado métodos de adiestramiento.
J. E. Le Doux (profesor de neurociencia y psicología en la Universidad de Nueva
York) ha demostrado que el miedo (¿creen que un bebé, al que se le aplica un método
de éstos, no pasa miedo como mínimo?), mejor dicho, la huella del miedo en
nuestro cerebro emocional, no desaparece jamás. Podemos llegar a comportarnos
como si no tuviéramos miedo, pero esas cicatrices emocionales del sistema límbico estarán siempre dispuestas a aparecer en nuestras vidas cuando flaquee
nuestro cerebro cognitivo y su capacidad de control.
También se relaciona, entre
otros, con un incremento de la ansiedad infantil, la depresión y con la
indefensión aprendida. Shelley E. Taylor (profesora de psicología de la
Universidad de California) demuestra en su libro “Lazos vitales” alteraciones
parecidas. En la página 83 afirmalos niños que crecen en familias duras
pueden sufrir alteraciones en las pautas de actividad de serotonina, lo que puede
provocar depresión irritable y otros problemas de carácter."
Para finalizar, como Eduardo
Punset dice en su libro “El viaje al amor”: ¿Es mejor dejar llorar a un niño
por la noche un buen rato […] o, por el contrario, lo correcto es precipitarse
para acunarlo con vistas a interrumpir el estrés del miedo de la separación? […]
La mayoría de las respuestas a esas preguntas pueden rastrearse en dos descubrimientos
básicos de la neurociencia moderna. En primer lugar, el cerebro de un niño no está
dotado todavía para afrontar por sí solo la consecución del equilibrio y el
bienestar. En segundo lugar, las resonancias magnéticas de cerebros infantiles
sometidos a periodos prolongados de estrés revelan una disminución del volumen
del hipocampo, que aumenta su vulnerabilidad a la depresión, la ansiedad y el
consumo de droga o alcohol en su etapa adulta.
Recuerden: los métodos milagrosos
no funcionan en todos los niños, pero seguro que, de una manera u otra, a
todos les afectan.
Muchas veces me han pedido que
demuestre con argumentos científicos por qué no se debe dejar llorar a un niño,
y así lo he hecho hasta ahora (al igual que la mayor parte de la comunidad
científica). Pero creo que el mejor argumento es el ético: ¿se puede dejar llorar
a un niño?, ¿se puede dejar sufrir a un niño sólo para que aprenda algo que por
sí solo aprenderá? La repulsa a estas formas de trato infantil no viene únicamente
determinada por las consecuencias que provocan en los niños, sino por cuanto
atentan a la dignidad del menor como persona que es. El fin no justifica los medios.”
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