miércoles, 7 de diciembre de 2016

Juego Brusco: ¿Un comportamiento agresivo o constructivo?

Una serie de investigaciones sugiere que sesiones regulares de juego brusco hacen a los niños más felices y exitosos.

El castillo de playmobil se encuentra sobre la mesa, sin tocar, la espada del caballero cayendo desamparadamente. Se suponía que sería la principal atracción durante la tarde de juegos de mi hijo de cinco años con su amigo Neil, pero mi niño, propietario de al menos otros cuatro juegos de playmobil, 127 cartas de Pokémon, un rey goblin del Señor de los Anillos y un teclado electrónico que puede convertir las notas musicales en disparos de metralleta, ha dejado de lado su montaña de juguetes y está atrapado en algo mucho más tentador: la axila de su amigo Neil. Su cabeza está acuñada debajo de ella, su cadera apalancada contra Neil, y él está empujando a su sonriente amigo contra el piso, como siempre sucede cuando los dos se reúnen.
En poco tiempo, están rodando a través de la sala de estar, como cachorros de oso, y yo estoy luchando contra mi impulso de decirles que se detengan. Para mí, como madre de un hijo único, todos esos empujones, tironeos, jadeos y sarandeos me resultan un poco inquietantes. Pero mi marido dice que está bien, así es como juegan los niños. Lo que puede ser cierto, pero mi amado esposo es también el que está en el campo de fútbol gritando, "Vamos, puedes hacerlo mejor que eso!", mientras que el resto de los padres murmuran un flujo constante y solidario de "Buen trabajo, Buen trabajo". Así que me preocupa, quizás excesivamente, que nuestra familia esté encaramada en una pendiente de agresión. ¿No es el juego de lucha el tipo de cosas que comienza con un cabezazo y termina con la visita de un oficial de libertad condicional? Las generaciones anteriores no se habrían preocupado tanto como yo (en ese entonces, una explicación de "los chicos siempre serán chicos" explicaba cualquier comportamiento inducido por golpes). Pero soy reacia a los estereotipos de género, y vigilo la violencia, como muchos otros padres que conozco.

Liz Kingstone, una maestra de jardín de infantes de Toronto y madre de tres niños, lucha con la tendencia de sus hijos a enfrentarse. Nunca termina bien, dice. "Encuentro que los juegos de luchas son un poco violentos. Los niños necesitan ser físicos, pero hay muchas maneras de hacer eso sin estar en el suelo luchando".


Sin embargo, un creciente número de investigaciones recientes sugieren que no debemos ponernos tan nerviosos por el juego físico en los niños. En una era de burbuja parental, el juego brusco puede parecer agresivo, pero los científicos sociales dicen que los beneficios superan los riesgos.
El juego físico intenso ofrece una variedad de ventajas sorprendentes, desde el desarrollo de la inteligencia de los niños hasta hacerlos más éticos, e incluso más agradables. En "Top Dog", un libro sobre la ciencia de ganar y perder publicado en 2013, los autores argumentan que el juego brusco puede ayudar a los niños a aprender a prosperar en un mundo cada vez más competitivo.

Los más prominentes defensores del juego físico intenso son el médico Anthony DeBenedet y el psicólogo Lawrence Cohen, autores de "The Art of Roughhousing: Good Old-Fashioned Horseplay and Why Every Kid Needs It" (El arte del juego brusco: una buena vieja costumbre, y por qué todo niño lo necesita). El libro, publicado en Canadá en 2011, contiene ejemplos prácticos de una variedad de movimientos para probar en el hogar, así como evidencia científica.
DeBenedet dice que el juego brusco es bueno para el cerebro: estimula el crecimiento de neuronas dentro de la corteza, la amígdala y en regiones del cerebelo, áreas responsables de la memoria emocional, el lenguaje y la lógica. El qué tan bien jueguen bruscamente los niños, está relacionado con lo bien que lo hacen en sus primeros años de escuela, hasta el tercer grado.
El juego físico intenso ayuda a desarrollar no sólo inteligencia cognitiva, sino inteligencia emocional. Mientras aprisionan a un amigo que se retuerce en el suelo, aprenden a leer el lenguaje corporal, expresiones faciales y otras señales sociales, como cuando su amigo ha tenido suficiente. "Puede ser contraintuitivo", dice DeBenedet, "pero realmente ayuda a los niños a desarrollarse".

Sin embargo, uno de los componentes más sorprendentes del éxito de esta práctica, es la participación de los padres. Los conflictos entre hermanos rara vez terminan bien. Hermanos y hermanas chocan alrededor de 3.5 veces por hora (o un total combinado de 10 minutos por hora en promedio) y sólo uno de cada ocho incidentes se resuelven mediante el compromiso o la reconciliación, de acuerdo con Hildy Ross, profesor de psicología del desarrollo en la Universidad de Waterloo en Ontario.
Algunos investigadores creen que la agresión entre hermanos ayuda a los niños a entender la idea de la competencia. Pero son las madres y los padres quienes ayudan a los niños a sacar el máximo provecho del juego físico brusco.

Daniel Paquette, profesor de psicoeducación en La Universidad de Montreal, argumenta que por muy controversial que esto pueda sonar para la crianza con apego, cuando el único enfoque de los padres es construir un vínculo estrecho y seguro con su hijo, otro aspecto crítico del desarrollo puede ser descuidado. Los padres también tienen que fomentar la asunción de riesgos y otros comportamientos exploratorios, dice. El juego físico brusco entre padres e hijos permite a los niños (niños y niñas) explorar la agresión dentro del contexto de un vínculo emocional. Aprenden a retroceder o a empujar los límites, dependiendo de la respuesta que consiguen. Y al practicar la agresión en un ambiente seguro cuando son niños, aprenden a sentirse más cómodos con ella y a correr más riesgos cuando son adultos, ya sea enfrentándose a un colega o compañero intimidante (que hace bullying), o pidiendo un aumento.

La investigación en la que Paquette y sus colegas están trabajando sugiere que los padres, en particular, pueden desempeñar un papel crítico en ayudar a los niños a desarrollar estas habilidades. Un estudio longitudinal demostró que los papás que habían sido "débiles-dominantes" durante las sesiones de juego brusco (dejando que los niños ganaran la mayor parte del tiempo o no estableciendo reglas claras) tuvieron hijos que no pudieron regular sus emociones de manera efectiva. Aquellos que habían sido "fuertes dominantes", encabezando el juego y estableciendo límites, tenían hijos que podían manejar con éxito su propia agresión. (Paquette subraya que destaca el papel de los padres porque tienden a involucrarse más y más intensamente en el juego físico, no porque las madres no puedan desempeñar un papel similar).

"Cuando jugamos a luchar con nuestros hijos, les damos un modelo de cómo alguien más grande y más fuerte se controla", escriben DeBenedet y Cohen. "Les enseñamos autocontrol, imparcialidad y empatía. Los dejamos ganar, lo que les da confianza y demuestra que ganar no lo es todo. Les mostramos cuánto puede lograrse mediante la cooperación y cómo canalizar de manera constructiva la energía competitiva para que no tome el control".

James DeGreef, un papá en Victoria (BC), entiende intuitivamente la importancia del juego regular con sus dos niñas, de 6 y 10 años. "Cuando yo era joven, mi padre me fastidiaba mucho y me encantaba, y mis niñas también lo aman". La familia acaba de conseguir un nuevo cachorro, y la forma en que el perro responde al juego físico con otros perros le recuerda sus sesiones de lucha con sus hijas. "El reino animal ya lo ha descubierto. Los perritos ruedan alrededor en el parque, y con el tiempo, se les puede ver calculando sus límites." Las hijas de DeGreef disfrutaron de un juego brusco desde el principio, pero DeBenedet reconoce que algunos niños no están necesariamente listos para ser recogidos y lanzados como una catapulta griega o un cannonball humano (dos de los movimientos sugeridos en el libro). Los padres deben facilitar este tipo de juego, asegurándose de que los niños están en un estado de ánimo adecuado para hacerlo, y estableciedo palabras graciosas como código para señalar cuando ya han tenido suficiente. Pero lo que puede ser un juego aceptable en una familia, no necesariamente funciona para otras.

DeBenedet dice que el juego brusco puede beneficiar a ambos géneros, a menudo de maneras diferentes. "Para los niños, es una forma de aprender la interacción física que no es violenta o sexual. Para las niñas, es encontrar una manera de asegurarse de que su voz es escuchada."

En los estudios de Paquette sobre el comportamiento de los niños para la Universidad de Montreal, el inicio del juego brusco entre niños comienza a los ~3-4 años, pero continúa hasta los 10 años.

Me gustaría decir que me he sumado a la diversión y me he convertido en parte del 73% de mamás que declaran participar en algún tipo de juego físico al menos dos veces por semana (en comparación con el 86% de los papás). Soy todavía una jugadora reacia.
Sin embargo, lo estoy intentando. No quiero que mi hijo desarrolle respuestas inapropiadas a la agresión, ya que de acuerdo con la investigación de Paquette, los animales privados de juego brusco imaginan amenazas donde no las hay. Y tampoco quiero dejar a mi hijo en desventaja. Los estudios multiculturales de Paquette indican que en las sociedades más competitivas, los padres y los niños participan en un juego físico más intenso.
Si no levanto a mi hijo en el aire y luego aplico una llave o una técnica de desmayo de vez en cuando, ¿Crecerá hasta convertirse en un blandengue sensible y desmotivado? Todavía no lo sé, pero lo dejé que me derribara el otro día. Supongo que eso es progreso.

Artículo original de de todaysparent.com, traducido para Crianza con Apego Seguro, Crianza Respetuosa

viernes, 11 de noviembre de 2016

Cómo manejar la rabia contra nuestros hijos

Todos los padres se enojan con sus hijos a veces.
No nos ayuda el que siempre haya interminables presiones de la vida: citas para las que estamos atrasados, cosas que hemos olvidado hasta el último momento, preocupaciones de salud, financieras - la lista es interminable. En medio de ese estrés entra nuestro hijo, que ha perdido su zapatilla, o de repente recordó que necesitaba un nuevo cuaderno para hoy en la escuela, o se burla de su hermano pequeño... y explotamos.
Sabemos que podemos manejar cualquier desafío de crianza mucho mejor cuando estamos tranquilos. Pero en la tormenta del enojo, nos sentimos con el justo derecho a dejar salir nuestra furia. ¿Cómo puede este niño ser tan irresponsable, desconsiderado, desagradecido o incluso malo?
No importa lo  grave que encontremos el comportamiento de nuestro hijo, la verdad es que ese comportamiento no causó nuestra furia. Vemos la conducta de nuestro hijo ("Él la golpeó de nuevo!"), y llegamos a una conclusión ("¡Va a ser un psicópata!"), que desencadena otras conclusiones ("¡He fallado como madre!"). Esa cascada de pensamientos activa un chorro de emociones - en este caso el miedo, la consternación, la culpa. No podemos soportar esos sentimientos, y la mejor defensa es una buena ofensiva, así que atacamos a nuestro hijo con rabia. Todo el proceso toma todos sólo dos segundos.
Nuestro hijo nos ha estado provocando, pero él no es la causa de nuestra respuesta. Cualquier problema que nos haga sentir como azotados, tiene raíces en nuestros propios primeros años. Lo sabemos porque perdemos nuestra capacidad de pensar con claridad en esos momentos, y empezamos a actuar como niños nosotros mismos, lanzando nuestros propios berrinches.
No te preocupes. Eso es normal. Todos comenzamos la crianza de nuestros hijos heridos de alguna manera por nuestra infancia, y nuestros hijos hacen aflorar todas esas heridas. Es esperable que a veces sus acciones nos lancen hacia el acantilado. Por eso, nuestra responsabilidad como adulto es mantenernos lejos de ese acantilado.

¿Por qué nos enojamos tanto con nuestros hijos?
Padres e hijos tienen la capacidad de activarse unos a otros como nadie más puede. Incluso como adultos, a menudo actuamos irracionalmente con nuestros propios padres. (¿Quién tiene mayor poder para molestarte y hacerte actuar infantilmente que tu propia madre o padre?)
Del mismo modo, nuestros hijos presionan nuestros botones precisamente porque son nuestros hijos. Los psicólogos llaman a este fenómeno “fantasmas en la guardería”, refiriéndose a que nuestros hijos estimulan sentimientos intensos de nuestra propia infancia, y a menudo respondemos inconscientemente, recreando el pasado que está grabado como jeroglíficos olvidados profundamente en nuestra mente. Los temores y la rabia de la infancia son poderosos y pueden abrumarnos incluso como adultos. Puede ser tremendamente difícil mandar a dormir a estos fantasmas.
El saber todo esto ayuda cuando estamos luchando para hacer frente a la rabia. Pero también es importante saber que la rabia de los padres puede ser perjudicial para los niños pequeños, lo cual nos da un incentivo para controlarnos a nosotros mismos.

¿Qué le pasa a tu hijo cuando le gritas o lo golpeas?
Imagina que tu esposo o esposa pierde el control y te grita. Ahora imagina que es tres veces más grande que tú, imponente. Imagínate que dependes completamente de esa persona para tu alimento, refugio, seguridad, protección. Imagínate que es tu fuente primaria de amor y confianza en tí mismo y de información sobre el mundo, que no tienes ningún otro lugar a donde ir. Ahora multiplica por 1000 lo que hayas sentido. Algo como eso es lo que siente tu hijo cuando te enojas con él.
Por supuesto, todos nos enojamos con nuestros hijos, incluso, a veces, estamos enfurecidos. El desafío es invocar nuestra madurez para controlar la expresión de esa furia y por lo tanto minimizar su impacto negativo.
La rabia ya es lo suficientemente aterradora. Ponerles etiquetas ofensivas (“llorón”, “flojo”, “malo”) u otro abuso verbal, en el cual un padre habla irrespetuosamente a su hijo, tiene un costo personal más alto, ya que el niño depende de los padre para formarse su propia imágen de sí mismo. Se ha demostrado también que los niños que sufren violencia física, incluyendo los palmazos o nalgadas, exhiben efectos negativos duraderos que llegan a cada rincón de su vida adulta, desde un coeficiente intelectual reducido, a relaciones más tempestuosas y una mayor probabilidad de abuso de sustancias.
Si tu hijo pequeño no parece tener miedo a tu rabia, es una indicación de que él o ella te ha visto así demasiadas veces y ha desarrollado un sistema de defensa, contra tu rabia y también contra ti. El resultado, lamentablemente, es un niño que estará menos dispuesto a comportarse para complacerte, y estará más abierto a las influencias de su grupo de pares. Eso significa que tienes un trabajo de reparación que hacer. Ya sea que lo demuestren o no, nuestra rabia es aterradora para nuestros hijos, y cuanto más nos enfademos, más defensas dessarrollarán y, por lo tanto, menos probable será que lo demuestren.

¿Cómo puedes manejar tu propia rabia?
Por el simple hecho de ser humano, a veces te encontrarás en modo "pelear o huir", y tu hijo parecerá el enemigo. Cuando estamos arrasados por la rabia, estamos físicamente preparados para pelear. Las hormonas y los neurotransmisores están inundando nuestro cuerpo. Ellos hacen que tus músculos se tensen, que tu pulso aumente, que tu respiración se acelere. Es imposible mantener la calma en esos momentos, pero todos sabemos que golpear a nuestros niños - aunque podría aliviarnos por un instante - no es realmente lo que queremos hacer.
Lo más importante que tenemos que recordar sobre la rabia es NO actuar mientras estás enojado. Sentirás una necesidad urgente de actuar, de enseñarle una lección a tu hijo. Pero esa es tu rabia hablando. Ella piensa que es una emergencia. Sin embargo, casi nunca lo es. Puedes enseñarle a tu hijo después, y esa será una lección que si quieres enseñarle. Tu hijo no se va a ninguna parte. Tu sabes donde vive.
Así que comprométete ahora a No golpear. No maldecir. No poner a tu hijo feas etiquetas (“tonto”, “flojo”, “llorón”...). No imponer ningún castigo mientras estás enojado. ¿Qué hay de gritar? Nunca a tus hijos, eso sería una rabieta tuya. Si realmente necesitas gritar, entra en tu coche con las ventanas cerradas y grita donde nadie te puede oír. Y no uses palabras, porque te harán enojar más. Sólo grita.
Tus hijos también se enojan, así que será un regalo doble para ellos si logras encontrar maneras constructivas de lidiar con tu rabia: no sólo no los lastimarás, sino que además les darás un ejemplo de comportamiento. Tus hijos de seguro te verán enojado de vez en cuando, y el ver cómo manejas esa situación les enseñará muchísimo.
¿Le enseñarás a tus hijos la ley del más fuerte? ¿Que los padres también tienen rabietas? ¿Que gritando es como los adultos resuelven los conflictos? Si lo haces, ellos adoptarán esos comportamientos como un modelo del comportamiento de los adultos.

¿O le enseñarás a tus hijos que el enojo es parte de ser humano, y que aprender a manejar el enojo de forma responsable es parte de madurar? Acá te explicamos cómo.  

1. Pon los límites ANTES de enojarte.
Muchas veces, cuando nos enojamos con nuestros hijos, es porque no hemos puesto un límite a tiempo y algo nos está molestando. El minuto en que comienzas a enojarte es una señal de que tienes que hacer algo. No, no gritar. Intervenir de forma positiva para prevenir que ese comportamiento que te irrita continúe.
Si la irritación proviente de ti mismo -- digamos que acabas de tener un mal día o te duele la cabeza, y te estás alterando por algo que normalmente no te molestaría -- puede ayudarte el explicarle esto a tu hijo y pedirle que sea considerado y deje de hacer eso que te molesta, al menos por ahora.
Si los niños están haciendo algo que es cada vez más molesto -- como jugar un juego en el que alguien podría lastimarse, o pelear mientras estás hablando por teléfono - puede que tengas que interrumpir lo que está haciendo y redirigirlos, para mantener la situación, y tu rabia, bajo control.

2. Cálmate ANTES de actuar.
Cuando sientes rabia, necesitas una forma de calmarte. Ser consciente de esto siempre te ayudará a practicar tu autocontrol y cambiar tu fisiología: Para, deja tu agenda (sólo por un minuto), y respira. Esa respiración profunda es tu botón de pausa. Te da una opción. ¿Realmente quieres ser secuestrado por esas emociones?
Ahora recuérdate a ti mismo que no es una emergencia. Sacude la tensión fuera de tus manos. Haz 10 respiraciones profundas más.
Puedes tratar de encontrar una manera de reir, lo que descarga la tensión y cambia el estado de ánimo. Incluso forzándote a ti mismo a sonreir, le mandas un mensaje a tu sistema nervioso de que no es una emergencia, y comienzas a calmarte. Si necesitas puedes hacer algún ruido (ommmm). Poner música y bailar puede ayudarte a descargar la rabia físicamente.
Si puedes encontrar 15 minutos al día para practicar mindfulness mientras los niños están en la escuela o durmiendo, podrás construir la capacidad neurológica que hará que sea más fácil calmarte en esos momentos de enojo. Pero también, la vida diaria con niños debería darte muchas oportunidades para practicar. Cada vez que te resistas a actuar durante la rabia, estarás reconectando tu cerebro para tener cada vez más autocontrol.
Algunas personas todavía siguen el antiguo consejo de golpear una almohada. Si vas a hacer esto es mejor hacerlo en privado, porque verte golpeando una almohada puede asustar a tus hijos (y si son muy pequeños podrán imitarte, sin distinguir todavía entre golpear la almohada o a otra persona). Tu hijo sabe perfectamente bien que la almohada es un soporte para su cabeza y la imágen de una mamá loca golpeándola quedará grabada en su memoria. De todos modos, esta estrategia es cuestionable, porque la investigación sugiere que golpear algo - cualquier cosa - le confirma a tu cuerpo que estás en una emergencia y te mantiene en el modo "pelear o huir". Por lo que puede servir para descargar energía, pero no logra calmar la rabia, y en realidad puede hacer que te enojes más.
En cambio, si logras respirar profundamente y tolerar los sentimientos de enojo, probablemente notarás que justo bajo esa rabia hay miedo, tristeza, desilución. Permítete sentir esas emociones notando la sensación que producen en tu cuerpo. No los refuerces pensando en por qué te enojaste; sólo respira concentrándote en la tensión de tu cuerpo y mira como cambia y desaparece. La rabia se desvanecerá.

3. Tómate unos minutos
Reconoce que la rabia es un pésimo estado para comenzar a intervenir en cualquier situación. Tómate un tiempo fuera y vuelve cuando estés calmado.
Aléjate físicamente de tu hijo para que no sientas la tentación de golpearlo o tironearlo. Sólo di, con la mayor calma posible: “Estoy demasiado enojado ahora para hablar de esto. Voy a tomarme un tiempo a solas para calmarme.”
Al salir, tu hijo no va a sentir que ganó, sino que le da una idea de cuán serio fue lo que pasó, y un modelo para el autocontrol.
Usa ese tiempo para calmarte, no para pensar en cuántos motivos tienes para estar enojado.
Si tu hijo tiene edad suficiente para quedarse solo un momento, puedes ir al baño, mojarte la cara y hacer algunos ejercicios de respiración. Pero si tu hijo es muy pequeño, y se siente abandonado cuando te vas, te seguirá gritando. Si no puedes dejar a tu hijo solo sin que su molestia aumente, camina hacia el fregadero del baño o la cocina y pon tus manos bajo el agua. Luego, siéntate en el sillón cerca de tu hijo por algunos minutos, respirando profundamente y diciendo un pequeño mantra que devuelva tu calma, como estos:
“Esto no es una emergencia.”
“Los niños necesitan más amor cuando menos parecen merecerlo.”
“Está actuando así porque necesita mi ayuda con sus intensos sentimientos.”
“Sólo amor hoy.”
Está bien decir tu mantra en voz alta. Es un buen ejemplo para tus hijos de cómo se manejan las emociones de forma responsable. No te sorprendas si en un tiempo tu hijo copia tu mantra y comienza a usarlo cuando está enojado.

4. Escucha tu rabia, en lugar de actuar con ella.
La rabia, al igual que otras emociones, son como nuestros brazos o piernas. De lo que somos responsables es de lo que elegimos hacer con ella. La rabia generalmente tiene una valiosa lección para nosotros, pero actuar mientras estamos enojados no es constructivo (excepto en raras situaciones en que es necesario defendernos) ya que podemos tomar decisiones que nunca tomaríamos en un estado racional. La manera constructiva de manejar la rabia es limitar nuestra expresión de ella, y cuando estemos en calma, usarla como diagnóstico: ¿qué está tan mal en nuestra vida que nos sentimos tan furiosos, y qué necesitamos para cambiar esta situación?
Algunas veces la respuesta está claramente relacionada con nuestra paternidad: necesitamos poner reglas antes de que las cosas se nos vayan de las manos, comenzar a acostar a los niños media hora antes, o hacer algún trabajo de reparación en la relación con nuestros hijos para que dejen de tratarnos de manera irrespetuosa. Algunas veces nos sorprenderemos al darnos cuenta de que nuestra rabia es en verdad con nuestra pareja, que no está actuando como un verdadero compañero en la crianza, o incluso con nuestro jefe. Y otras veces la respuesta es que estamos acarreando una rabia que no entendemos y que se derrama sobre nuestros hijos, y tenemos que buscar ayuda a través de asesoramiento o un grupo de apoyo para padres.

5. Recuerda que "expresar" tu rabia a otra persona puede reforzarla y aumentarla.
A pesar de la idea popular de que necesitamos "expresar" nuestra rabia para que no nos coma, no hay nada constructivo en expresar la rabia "en" otra persona. Las investigaciones muestra que expresar la rabia mientras estamos enojados en realidad nos hace enojar más. Esto, a su vez, hace que la otra persona se sienta herida y asustada, por lo que se enoja más o se pone a la defensiva. No es de extrañar que en lugar de resolver las cosas, esto profundice la brecha en la relación con nuestros hijos.
Es más, expresar la rabia no es ser verdaderamente honesto. La rabia es un ataque hacia la otra persona, porque tú te sientes muy molesto. Ser verdaderamente honesto sería expresar el dolor o el miedo que está generando esa rabia - lo cual harías con tu pareja. Pero con los niños, nuestro trabajo es manejar nuestras propias emociones, no ponerlas sobre nuestros hiijos, así que necesitamos controlarnos más.
La respuesta siempre es calmarte tú primero. Luego considera cuál es el mensaje profundo que la rabia te está revelando, antes de tomar decisiones sobre lo que dirás o harás.

6. ESPERA antes de disciplinar
Para establecer tu punto NUNCA hay que actuar mientras estás enojado. No es necesario dictar sentencia sobre la marcha. Simplemente di algo como:
"No puedo creer que le pegaste a tu hermano después de que conversamos que pegar duele. Tengo que pensar en esto, y hablaremos de ello esta tarde. Hasta entonces, espero que te comportes mejor. "
Tómate un tiempo, diez minutos para calmarte. No repases la situación en tu mente - eso siempre te hará aumentar tu enojo. En su lugar, utiliza las técnicas anteriores para calmarte. Pero si ya has tomado un tiempo de espera de diez minutos y aún no te sientes lo suficientemente tranquilo como para relacionarte constructivamente, no dudes en dejar la discusión para después:
"Quiero pensar en lo que acaba de pasar y hablaremos de ello más tarde. Mientras tanto, necesito hacer la cena y tú necesitas terminar tu tarea, por favor.” (mientras más calmado lo digas, más probable es que obtengas una respuesta comprensiva).
Después de la cena, siéntate con tu hijo y, si es necesario, establece límites firmes. Estarás más dispuesto a escuchar su explicación y a responder a su comportamiento con límites razonables, aplicables y respetuosos.

7. Evita usar la fuerza física, no importa qué pase.
85% de los adolescentes en dicen que han sido abofeteados o golpeados por sus padres (Revista de Psicopatología, 2007). Y sin embargo, estudio tras estudio se ha demostrado que los palmazos y cualquier otro castigo físico tiene un impacto negativo en el desarrollo de los niños, que dura toda la vida. La Academia Americana de Pediatría recomienda firmemente que no se usen.
Personalmente me pregunto si la epidemia de ansiedad y depresión entre los adultos en nuestra cultura es causada, en parte, por las consecuencias de haber crecido con adultos que nos lastimaron. Muchos padres minimizan la violencia física que sufrieron de niños, porque el dolor emocional es demasiado grande como para reconocerlo. Pero reprimir el dolor sufrido en la infancia sólo nos hace más propensos a golpear a nuestros propios hijos.
Darle a tu hijo una nalgada puede hacer que te sientas mejor temporalmente, porque descarga tu rabia, pero es malo para tu hijo y, en última instancia, sabotea todo lo positivo que haces como padre. Las palmadas, e incluso las bofetadas, suelen ir en escalada. Hay evidencia de que las nalgadas son adictivas para los padres, ya que les dan una manera de descargar ese malestar y sentirse mejor. Pero hay mejores maneras para que tu te sientas mejor, que a la vez no lastiman a tus hijos.
Haz lo que necesites hacer para controlarte, incluyendo salir de la habitación. Si no puedes controlarte y acabas recurriendo a la fuerza física, pide disculpas a tu hijo, dile que golpear nunca está bien, y busca ayuda.

8. Evita las amenazas
Las amenazas hechas mientras estás enojado siempre serán excesivas o poco razonables. Dado que las amenazas sólo son eficaces si estás dispuesto a cumplirlas, amenazar mientras estás enojado disminuye tu autoridad y hace menos probable que tus hijos sigan las reglas la próxima vez. En vez de amenazar, dile a tu hijo que necesitas pensar en una respuesta apropiada a esta infracción de las reglas. El suspenso será peor que escuchar una serie de amenazas que sabe que no vas a cumplir.

9. Cuida tu tono y tu elección de palabras.
Las investigaciones muestran que cuanto más calmadamente hablamos, más calmados nos sentimos y más tranquilamente nos responden otros. Del mismo modo, el maldecir o usar palabras muy cargadas hace que nosotros y nuestro oyente nos molestemos más, y la situación se agrava. Tenemos el poder de calmar o molestar, tanto a nosotros mismos como a la persona con la que estamos hablando, con nuestro propio tono de voz y elección de palabras. (Recuerda, tú eres el modelo a seguir).

10. ¿Todavía enojado?
No te quedes pegado a tu rabia. Una vez que la hayas escuchado y hecho los cambios apropiados, déjala ir. Si eso no funciona, recuerda que la rabia siempre es una defensa. Nos protege de sentirnos vulnerables.
Para deshacerte de la rabia, mira el dolor o el miedo que se esconden bajo esa rabia. Tal vez las rabietas de tu hijo te asustan, o tu hija está tan obsesionada con sus amigos que es despectiva con la familia, lo cual te duele. Una vez que aceptes esas emociones subyacentes y te permites sentirlas, tu rabia se disipará. Y serás más capaz de intervenir de manera constructiva con tus hijos para resolver lo que parecía un problema insuperable.

11. Crea y pega una lista de maneras aceptables de manejar la rabia.
En algún momento, cuando las cosas en tu casa estén tranquilas, habla con tus hijos sobre maneras aceptables de lidiar con la rabia. ¿Está bien golpear a alguien? ¿Está bien tirar cosas? ¿Está bien gritar? Recuerda que ya que tú eres el modelo a seguir, las reglas que se aplican a tus hijos también se aplican a ti.
A continuación, haz una lista de maneras aceptables de manejar la rabia, y ponla en el refrigerador o donde todos en la familia puedan leerla regularmente. Deja que tus hijos vean que tu mismo la lees cuando empiezas a enojarte.
- "Dile a la otra persona lo que quieres sin atacarlos."
- "Pon música y baila tus enojos.”
- "Cuando quieras golpear, aplaude con tus manos alrededor de tu propio cuerpo y contrólate."

12. Elije tus batallas.
Cada interacción negativa con nuestros hijos va gastando nuestra relación. Concéntrate en lo que importa, como la manera en que tu hijo trata a otros seres humanos. En una mirada global. Su chaqueta en el suelo puede volverte loco, pero no vale la pena arriesgar la relación por eso. Recuerda que cuanto más positiva y conectada sea la relación con tu hijo, más probable es que siga tus direcciones.

13. Considera que tú eres parte del problema.
Si estás abierto a crecer emocionalmente, tus hijos siempre te mostrarán qué es lo que tienes que trabajar de ti mismo. Si no lo estás, es difícil ser un padre pacífico, porque cualquier cosa gatillará que aflore lo peor de ti. En cada interacción con nuestros hijos, tenemos el poder para calmar o empeorar la situación. Tu hijo puede estar actuando de maneras que la empeoren, pero tú no eres una víctima indefensa. Hazte responsable de manejar tus propias emociones primero. Es posible que tu hijo no se convierta en un angelito de la noche a la mañana, pero te sorprenderá ver cuánto menos enfadado actúa tu hijo una vez que tú aprendes a mantener la calma frente a su rabia.

14. Sigue buscando formas efectivas de disciplina que fomenten un mejor comportamiento.
Hay formas mucho más eficaces de disciplinar que con rabia, y, de hecho, las investigaciones muestran que la disciplina con rabia establece un ciclo que fomenta la mala conducta.
Algunos padres se sorprenden al saber que hay familias donde los niños nunca son castigados, ni siquiera con consecuencias o tiempos fuera, y los gritos de los padres son infrecuentes. Los límites se establecen, por supuesto, y hay expectativas para el comportamiento, pero éstos se hacen cumplir a través de la conexión padre-niño y ayudando a los niños con sus necesidades y con las molestias que conducen a su “mal” comportamiento. Las investigaciones son claras al mostrar que de estas familias resultan niños con una mayor inteligencia emocional y por lo tanto más capaces de manejar su comportamiento.

15. Si frecuentemente luchas contra tu rabia, busca ayuda
No hay que sentir vergüenza por pedir ayuda. Vergüenza es renegar de tu responsabilidad como padre al dañar a tu hijo, física o psicológicamente.


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Artículo original de ahaparenting: 

jueves, 23 de junio de 2016

¿Cómo formar hijos emocionalmente sanos?

Les compartimos esta entrevista que hizo Psicología Infantil a Xóchitl González Muñoz, directora de Psicología para Niños, un centro de atención psicológica para niños y adolescentes en la Ciudad de México, y autora del reciente libro "¿Cómo formar hijos emocionalmente sanos?". 

¿Por qué es tan importante educar las emociones en casa? 
Porque la felicidad de una persona depende en gran medida de la capacidad que tenga para gestionar sus emociones. Si alguien no es capaz de manejar adecuadamente su ira, su tristeza, su frustración, incluso su alegría, por mencionar solo algunas de las emociones más comunes, le resultará más difícil llevar una vida satisfactoria. Y no solo eso: de acuerdo con estudios realizados por el Consortium for Research on Emotional Intelligence in Organizations, el éxito profesional se debe, solo en un 23%, a nuestras capacidades intelectuales (inteligencia cognitiva) y en un 77% a las aptitudes emocionales (inteligencia emocional). ¿Qué te dice eso?

¿Cómo surgió la idea de escribir “¿Cómo formar hijos emocionalmente sanos?”, y qué podemos encontrar en él? 
Surgió al darme cuenta de que la mayoría de los casos que trato en mi consultorio están relacionados con dificultades emocionales. Llama la atención cómo los papás suelen preocuparse por que sus hijos obtengan buenas calificaciones en la escuela, desarrollen habilidades deportivas, aprendan a hablar más de un idioma… pero pocas veces se preocupan por desarrollar su inteligencia emocional, aun con lo importante que es. Estoy convencida de que, si algo le hace falta al mundo hoy por hoy, es gente emocionalmente sana: maestros emocionalmente sanos, padres de familia emocionalmente sanos, políticos emocionalmente sanos, líderes de todo tipo emocionalmente sanos; y la mejor manera de empezar a trabajar en ello es hacerlo desde casa, con la mayor parte de la atención puesta en los hijos.

En el libro hablas de que expresar las emociones es algo fundamental para los niños, ¿cómo pueden los padres ayudar a que esto suceda? 
El primer paso es ayudarlos a que las identifiquen desde pequeños. Por ejemplo, ¿cómo un niño va a poder controlar su enojo o su tristeza, si ni siquiera es capaz de reconocer lo que está sintiendo? El segundo paso es no reprimir esas emociones en ellos, sino hacerles ver que es normal sentir tristeza, enojo o desesperación ante distintas situaciones. A todos nos ha pasado y nos seguirá pasando, porque es algo natural en el ser humano. Negar esas emociones puede traer consecuencias graves, tanto a nivel físico como sentimental. De lo que se trata es de reconocerlas y saber qué hacer con ellas.

¿De qué manera influye en la escuela que los niños sean emocionalmente sanos? 
De muchísimas maneras. Para empezar, estará mejor preparado para relacionarse con sus compañeros y con sus maestros de una manera cordial y respetuosa. Por otro lado, se sentirá más seguro y confiado ante los retos, no solo académicos, sino de toda índole, como podría ser un evento deportivo o social. También contará con mejores recursos para sobreponerse a adversidades como la derrota de su equipo de futbol o una mala nota en Matemáticas… los ejemplos son innumerables.

Hablando de fortalezas, ¿qué es lo que pueden hacer los padres para que sus hijos tengan una perspectiva positiva de sí mismos? 
Algo muy importante para que una persona desarrolle una autoestima sana es reconocer sus fortalezas (para potenciarlas) y sus debilidades (para aprender a vivir con ellas y contrarrestarlas en lo posible). En el caso de un niño, los papás juegan un rol fundamental para que lo anterior ocurra. Un error muy común en los padres es procurar su formación tomando más en cuenta sus propios intereses, gustos, miedos y aspiraciones que los de sus hijos. Por ejemplo, si a un niño no le gusta el karate, ni es muy apto para ello, ¿por qué forzarlo a que lo practique, si él se sentiría más seguro y más contento en clases de canto?

¿Qué problemas pueden surgir en casa si no se dan importancia a las emociones? 
Muchísimos y de muy diferente índole: de comunicación, de autoestima (en cualquier integrante de la familia), de conducta, de conciencia… una persona (sea niño o adulto) que no tenga oportunidad de sanear sus emociones será más propenso a vivir en conflicto consigo mismo, con los demás y con su entorno.

¿Por qué es tan importante que primero los padres aprendan a gestionar sus propias emociones? 
Porque, como dicen: “La palabra convence pero el ejemplo arrastra”. ¿Cómo un niño va a aprender a conducirse de manera respetuosa si constantemente ve cómo se agreden entre sí sus papás, por ejemplo? O, ¿cómo va a poder desarrollar tolerancia a la frustración, si sus papás le resuelven todo por temor a verlo sufrir por no lograr lo que se propone? Algo muy interesante es que el libro ¿Cómo formar hijos emocionalmente sanos?, aunque originalmente fue pensado como una guía para que los papás pusieran en práctica con sus hijos, terminó siendo un documento con potencial para generar beneficios en el desarrollo de cualquier ser humano.

El libro se puede adquirir en www.psicologiaparaninoslibros.com

miércoles, 8 de junio de 2016

BLW y el miedo al atragantamiento


Hemos hablado varias veces sobre los beneficios del baby led weaning (BLW, o alimentación complementaria autorregulada).

¿Pero qué pasa con esos padres que quisieran hacerlo pero tienen miedo a que su hijo se atore con un trozo?


No todos los padres están preparados para usar este método de alimentación con sus bebés. Hay que informarse para saber por ejemplo qué alimentos, formas o texturas se deben evitar, o la importancia de que sea el niño quien se lleve las cosas a la boca. También sería ideal ver videos de bebés comiendo así, para acostumbrarse a ver las arcadas como una parte normal del proceso (las hacen como reflejo para sacar trozos grandes que se acercan a la garganta). 
Pero más importante que la manera en que le comenzaremos a dar la comida a nuestros hijos (trozos, machacado, papilla), será la seguridad y tranquilidad que les transmitamos a la hora de hacerlo. Por eso, si eres uno de esos padres que a pesar de haberse informado de los beneficios de no dar papillas, siguen con cierto miedo a los trozos, esta respuesta podría ser para ti. 

"El miedo al atragantamiento es uno de los miedos más frecuentes cuando comienzan a introducirse los alimentos complementarios en la dieta del bebé (incluso, para algunas personas, este miedo permanece a lo largo del tiempo).
La alimentación humana tiene un componente social y emocional asociado muy intenso. Alimentarse no sólo es importante a nivel nutricional, si no también lo es a nivel afectivo. Así, la alimentación del bebé debe ser una situación agradable de interacción para el bebé, pero también para la persona que lo acompaña mientras come. Si tú estás angustiad@ mientras tu bebé come, la hora de comer te genera malestar emocional o tienes miedo, el componente socio-afectivo de la alimentación de tu bebé estará perdiendo mucha calidad, volviéndose negativo. Esto no es beneficioso para el bebé, pues se le está transmitiendo que alimentarse es un acontecimiento estresante, angustioso y potencialmente peligroso, lo cual sienta la base para una relación conflictiva con la propia alimentación en el futuro.
Por ello, es esencial que reflexiones de qué manera te vas a sentir segur@ y cómod@ con la alimentación de tu hij@, puesto que tu propio bienestar emocional frente a la comida es esencial para que él/ella se enfrente a la misma con emociones positivas. Esto es fundamental para el establecimiento de hábitos de alimentación equilibrados y saludables.
Con esto quiero transmitir que es muy importante que alimentes a tu hij@ de la manera con la que tú te sientas confiad@, sin miedo. Probablemente, esto no lo vas a conseguir súbitamente, necesitarás tu propio proceso. En este caso, tan importante es respetar el ritmo del niño como tu propio ritmo y, cuando consigan ajustar ambos ritmos, te sentirás con la confianza que necesitas para alimentar a tu hij@ de la manera que deseas.

Es necesario recordar que no es lo mismo un atragantamiento (el trozo de comida obstruye la garganta) que un ahogamiento (el trozo de comida obstruye el pulmón). 
Cuando se produce un atragantamiento, el niño suele encontrar la manera de gestionarlo y resolver la situación (con o sin ayuda). Mientras más pequeño sea el niño al comenzar con los trozos (por sobre los 6 meses y siempre y cuando al sentarlo mantenga la espalda recta), más probable será que lo resuelva por si sólo, y que no le de mucha importancia (hacen una arcada, sacan el trozo grande afuera, y siguen comiendo como si nada). Con un ahogamiento en cambio, la gravedad es tal, que se necesita asistencia profesional.
Generalmente, los niños, cuando comienzan a probar los alimentos complementarios, se atragantan. Aprender a gestionar un atragantamiento es muy importante cuando se está aprendiendo a comer.
El ahogamiento en cambio, puede producirse cuando se le ofrecen al bebé alimentos inadecuados para su edad (texturas duras o formas redondeadas como los frutos secos; verduras duras cortadas en rodajas, como la zanahoria cruda, o alimentos redondeados resbaladizos, como una rodaja de salchicha). Si se evitan este tipo de alimentos, el riesgo de que se produzca un ahogamiento es muy reducido. Así, si evitas ofrecer estos tipos de alimentos, puede que tu bebé se atragante, pero lo resolverá.

Sin embargo, entiendo que un atragantamiento asusta a muchos padres. y lo que yo recomiendo en ese caso es comenzar de una manera gradual para ir venciendo el miedo. Puedes comenzar a ofrecerle a tu hij@ alimentos machacados con el tenedor (plátano, patata/zanahoria hervida, judías verdes, carne muy picada, arroz blanco muy cocido...). Cuando vayas adquiriendo seguridad con este modo, puedes probar a darle un trozo de alimento blandito sin machacar y, cuando esto esté superado, continuar con alimentos menos blandos.

Es importante tener en cuenta que tu bebé gestionará mejor trozos grandes de alimento, que puede agarrar, chupar, succionar, morder... Si le ofreces trocitos pequeños que se mete enteros en la boca, puede encontrar más dificultad para controlarlos.
Este proceso gradual puede demorarse meses, no es necesario tratar de acelerarlo. Debe respetarse un ritmo en el que tanto el niñ@ como tú se sientan cómodos.

Además, es importante tener presente que el alimento básico en la dieta del bebé durante el primer año de vida es la leche. Por lo tanto, los meses que transcurren desde el inicio de la introducción de los alimentos complementarios hasta el año (aproximadamente) tienen una función más de aproximación, experimentación y habituación a los nuevos alimentos (sabores, texturas, olores...). Realmente, a partir de los seis meses (aproximadamente), las necesidades nutricionales de los bebés estarían cubiertas con la leche y un aporte adicional de hierro que se obtiene con la ingesta de carne de ternera o pollo (y si el niño se niega a comer, se le puede dar el hierro en gotas y problema resuelto). Sin embargo, se comienzan a introducir el resto de alimentos para habituar al niño a los mismos. En estos meses encontramos una gran oportunidad para sentar las bases de unos hábitos de alimentación adecuados y de una relación emocionalmente sana con la propia alimentación. Al entender esto nos damos cuenta de que la cantidad de alimento que ingiera el bebé no es lo importante, pues se trata de fomentar la calidad de la relación con la comida más que la cantidad de alimento ingerido (nunca debemos obligar a un bebé a comer). 

Por otra parte, la alimentación complementaria autorregulada no se basa únicamente en evitar triturados. Sobre todo se basa en permitir al bebé la exploración de los alimentos, tomar la decisión por sí mismo de llevárselos a la boca, establecer el ritmo y la cantidad de ingesta. Estos aspectos los puedes llevar a cabo a lo largo de todo el proceso paulatino hasta que te sientas segur@ para ofrecerle los alimentos enteros.

Por último, quisiera recordar de nuevo la importancia de que el momento de la comida del bebé lleve asociado un estado emocional positivo por tu parte, pues tu bebé experimentará tus estados emocionales y los asociará a su propia alimentación."

El texto en comillas ha sido adaptado de una respuesta que ha dado Mónica Serrano, Psicóloga Infantil, experta en Maternidad, Lactancia y Crianza (http://www.psicologiaycrianza.com/) a una madre que quería dar comida en trozos de un comienzo a su hija pero se asustaba mucho de verla atragantarse.

viernes, 27 de mayo de 2016

Malentendidos sobre la crianza respetuosa

Ocurre, a veces, que confundimos respeto con descuido, libertad con abandono, espacio propio con falta de atención, atención con sobreprotección...
La crianza respetuosa es una crianza con consciencia. La crianza con apego, es una crianza desde el corazón, bien conectado, bien ajustado; hacia el corazón de nuestros pequeños.

Una Crianza Respetuosa:
- No es dejarles hacer todo lo que quieren. Es entender qué necesitan. Saber si aquello que necesitan está dentro de nuestras posibilidades, de las posibilidades de la situación; y si es así, respetar esa necesidad, y darles la libertad necesaria para satisfacerla.
- No es darles todo lo que te pidan. Es entender qué te están pidiendo, y por qué. Es estar atentos a si se trata de una necesidad genuina, o no. Es confiar en su autorregulación, y también en nuestra capacidad de percepción, de cuidado. Y darles lo que sintamos que a todos nos viene bien.
- No es educar sin límites. Es establecer unos límites justos, adecuados a las situaciones, y a las necesidades: Tanto las de ellos, como las de nosotros.
- No es anteponer sus necesidades, todo el tiempo, a las nuestras. Es encontrar el equilibrio, para que en la medida de lo posible, todos seamos felices: Tanto mayores, como pequeños.
- No es dejarles solos. Es dejarles el espacio preciso, atentos a si realmente necesitan nuestra intervención. Es permanecer a una distancia adecuada, y estar disponibles para, si la necesitan, ofrecérsela.
- No es darles todo el poder de decisión. Es hacerles partícipes del proceso, dejándoles la posibilidad de elección en los asuntos que entendemos que pueden hacerlo. Es estar atentos a qué responsabilidades están preparados para asumir, y darles la oportunidad de asumirlas. Y los adultos, tomar las nuestras.
- No es no intervenir. Es estar atentos, muy atentos, a qué realmente necesitan de nosotros, en cada momento. Y dárselo. Es dejarles la oportunidad de equivocarse, de cometer errores, de volverlo a intentar; como parte del aprendizaje. Sin descuidar, sin estorbar.
- No es no poner consecuencias a su comportamiento. Es entender qué les hace comportarse así, y hacerles entender también a ellos, en la medida de sus posibilidades, de cada momento. Es proponer consecuencias consecuentes a los motivos de su conducta, y no (o no sólo) al resultado final.
- No es evitar los conflictos. Es abordar estos conflictos de manera calmada, consecuente, amorosa; y resolverlos constructivamente, para aprender de ellos todos juntos.
- No es tratarlos como si fueran más importantes que nosotros, personas adultas. Es tratarlos, y tratarnos a nosotros mismos, como los seres maravillosos que somos. Es verlos y comprenderlos en toda su belleza, en toda su grandeza, todo su potencial. Y también en toda su fragilidad, toda su necesidad de amor, todo su proceso de aprendizaje. Exactamente igual que nosotros.

Como en tantos otros aspectos de la vida, difícilmente vamos a estar siempre conectados, sabios, calmados, equilibrados... para cumplir todos los “requisitos”.
No, no somos perfectas ni perfectos. Es, como tantas otras cuestiones, un proceso, de aprendizaje, de autoconocimiento, de crecimiento. Tendremos días y días, momentos y momentos; y lo realmente importante es que pongamos nuestra consciencia en mantener la dirección.

Una crianza respetuosa exige un alto nivel de implicación. Para estar presentes, atentos, conectados con nosotros y con ellos.
Una crianza respetuosa implica un alto nivel de consciencia. Hacia nosotros mismos, y hacia nuestros hijos. De conocimiento de nuestras capacidades, nuestras necesidades, nuestras emociones... y de las suyas.
Una crianza respetuosa implica un alto respeto... hacia nuestros hijos, y hacia nosotros mismos.

Y también, es así cómo la crianza puede ser la mayor oportunidad de crecer en el amor, que nos otorga la vida.

Pintura: Katie m. Berggren
Texto adaptado de: http://amapsicologia.org/blog/crianza-respetuosa-diez-malentendidos/

martes, 24 de mayo de 2016

Castigados por ser humanos

"Muy a menudo, los niños son castigados por ser humanos. No se les permite tener mal humor, un mal día, un tono irrespetuoso, o una mala actitud. Sin embargo, nosotros los adultos los tenemos todo el tiempo. Ninguno de nosotros es perfecto. Debemos dejar de pensar que nuestros hijos tienen que alcanzar un nivel de perfección mayor al que nosotros mismos podemos alcanzar."

Muchos padres comprenden el significado de esta cita, es decir, que los niños no son perfectos y que muchas veces esperamos de ellos un mejor comportamiento y más auto control del que incluso nosotros, como adultos, podemos demostrar. Estos padres han expresado estar de acuerdo, de corazón, y han reconocido que ellos también han sido culpables de exigir a sus hijos un estándar más alto del que ellos mismos pueden sostener.
Sin embargo, hay muchos otros que han entendido mal, interpretando esta frase como que no hay que responsabilizar a los niños por sus propias conductas y que deberíamos ignorar toda falta de respeto o malas actitudes, lo cual obviamente no es lo que se sugiere, en absoluto.

Para darle contexto a esta cita, esto es lo que dice Rebecca Eanes (fundadora de positive-parents.org) en su libro justo después: “Por supuesto, no estoy diciendo que siempre los dejen salirse con la suya sólo porque son humanos. Enséñenles mejor! Enséñenles que no es bueno proyectar su mal humor sobre quienes te rodean. Enséñenles a manejar la frustración, rabia, miedo, tristeza o desilución. Enséñenles que no es aceptable ser grosero con la gente. Encamínenlos hacia un estándar mayor! Pero por favor, encamínense ustedes a eso, también.
No proyecten su mal humor. Aprendan a manejar su frustración, rabia, miedo, tristeza o desilución. No sean irrespetuosos con ellos. Todos necesitamos altos estándares, y ¿saben qué más necesitamos todos? Un poco de comprensión. Ustedes lo saben, a veces tienen un mal día y dicen algo que no es agradable, o dan un portazo, o gritan a sus hijos. No somos robots. A veces la vida es simplemente difícil, y necesitamos un descanso, no un sermón. Necesitamos un abrazo, no una mirada desdeñosa. Sabemos que actuamos mal, pero estamos teniendo un momento difícil. Sólo necesitamos comprensión. Lo mismo ocurre con nuestros hijos.”

Aquí hay un buen ejercicio:
Escúchate a ti mismo y a otros adultos en casa hoy y fíjate si algo de lo que dicen o hacen haría que los regañen si fueran un niño.
¿Ignoraste a tu hijo mientras te hablaba?
¿Le gritaste a alguien?
¿Hablaste con tono irrespetuoso?
¿Lo hizo tu pareja?
¿Diste algún portazo?
¿Pusiste los ojos en blanco?
¿Resoplaste ante la solicitud de alguien?
Es un ejercicio para abrir los ojos, porque nos damos cuenta de que la mayoría de nosotros hacemos al menos una cosa por la que regañaríamos a un niño si la hiciera. Tenemos nuestros motivos, por supuesto. Estamos estresados por el trabajo, faltos de sueño por el bebé, enfermos, adoloridos, hormonales... Somos buenas personas que intentamos dar lo mejor, pero a veces nos equivocamos. Tendemos a mirar las razones detrás de nuestro propio comportamiento y nos damos a nosotros mismos un poco de comprensión por los errores que cometemos. Pero cuando un niño lo hace, no miramos las razones detrás. Lo vemos como un malcriado o desobediente, y nos saltamos directamente a la corrección. Está bien para nosotros ser humanos, pero esperamos algo mejor de nuestros hijos, y eso no es justo.

Si yo no puedo mantener mi temperamento bajo control en todo momento, no espero que mis hijos tengan un control emocional perfecto. Si no puedo controlar mi tono y hablar con voz amable siempre, ¿cómo puedo esperar que mis pequeños manejen esto?
Esperamos que pequeños niños, con sus cerebros todavía en desarrollo y su limitada experiencia de vida, se comporten mejor que hombres y mujeres adultos. Y si no me creen, escuchen el próximo debate presidencial o pasen algún tiempo mirando las noticias en los medios sociales.

Estoy totalmente a favor de altos estándares. Creo que debemos esperar que nuestros hijos sean amables, atentos y que tengan buenos modales. Pero creo que nosotros también debemos estar a la altura de nuestras expectativas.

Es, por supuesto, extremadamente importante enseñar a nuestros hijos que nunca es bueno ser grosero o irrespetuoso. Los niños, y todos los seres humanos, deben ser responsables de sus acciones. No corregir a nuestros hijos cuando necesitan corrección es permisividad, y eso no es crianza positiva. No es crianza en absoluto. Ellos deben aprender a hacerlo mejor, y nosoros tenemos que hacerlo mejor, colectivamente, también. Nosotros, los adultos, debemos ser el ejemplo para un estándar alto y abrir el camino. También hay que recordar, sin embargo, que a veces la compasión es el mejor maestro. A veces, la comprensión es la solución.

Soy una buena persona, pero también sé que yo soy imperfecto. Soy un ser humano imperfecto que a veces se equivoca a pesar de los mejores esfuerzos, y sé que mis pequeños seres humanos imperfectos van a meter la pata, también. Eso no hace que sus malas decisiones estén "bien", pero las hace comprensibles y nos da a todos la oportunidad de crecer y mejorar. A veces, la corrección es absolutamente necesaria para estar seguros. Y a veces, sólo necesitamos un poco de comprensión.


Traducido de http://www.creativechild.com/articles/view/punishing-children-for-being-human

viernes, 13 de mayo de 2016

Las rabietas NO son un "mal comportamiento"

Una madre llevó a su hijo a un grupo local de canto en un centro infantil. Él termino teniendo una rabieta masiva, ella lo sacó de la clase y se fueron. Más tarde recibió una llamada de un miembro del personal del centro, que le recomendaba hablar con otra mujer que trabajaba allí, para conversar sobre los "problemas de conducta" de su hijo.

Esto está mal, en muchos niveles. Las rabietas son completamente naturales, una parte normal del desarrollo de un niño sano. Las rabietas NO son un "mal comportamiento", sino una forma de expresar una emoción. Cuando suceden en público puede ser muy vergonzoso, y todos hacemos lo posible para lidiar con ellas mientras nos preocupamos por lo que la gente va a pensar de nosotros!

Esta mamá hizo lo absolutamente correcto: tomó a su hijo y lo llevó fuera de la clase de canto, y se quedó con él hasta que estuvo de mejor ánimo.

A veces los niños pueden hacer una rabieta durante largo rato, y lo único que podemos hacer es capear el temporal hasta que pase. Esto es en realidad lo mejor que podemos hacer. Permitir que nuestros niños vivan su momento de enojo, y salgan de el. Luego estarán de un mejor ánimo, ya que les hemos dado el espacio para tener sus sentimientos.

Por desgracia, no hay mucha comprensión acerca de la importancia de permitir que los niños expresen sus sentimientos. Por desgracia hay gente por ahí que va a mirar a un niño haciendo una rabieta y pensará que el padre está haciendo algo "mal". Lamentablemente una gran cantidad de consejos para padres se centra en detener las rabietas, y sin querer, enseña a los niños que está mal expresar las emociones. Yo me alejaría de cualquier consejo para padres que hable de las rabietas como un "problema de conducta."

La próxima vez que veas a un padre lidiando con un niño con rabieta, sólo recuerda esto, que es un buen padre, haciendo todo lo posible. En lugar de lanzar miradas críticas o apurarte a dar 'consejos', dedícale una sonrisa comprensiva, algo de calidez y apoyo. Todos tenemos días difíciles, y no necesitamos hacernos la paternidad más difícil entre nosotros!

Traducido de https://kateorson.com/2016/05/11/why-tantrums-are-not-a-behavioural-issue/

viernes, 29 de abril de 2016

Enseñando sin violencia

Hace poco salieron los resultados de uno de los estudios más grandes que se han hecho sobre la violencia en la crianza. 50 años de estudio y más de 160 mil niños, para concluir que los palmazos NO educan y NO se asocian con una mayor obediencia inmediata o a largo plazo (ver la noticia ACA). Por el contrario, mientras más golpes recibe un niño, mayor es la probabilidad de que desarrolle un comportamiento antisocial, agresividad, problemas de salud mental y dificultades cognitivas (de por vida). Como los mismos autores revelan, este estudio se refería al efecto de los palmazos comunes y no a violencia severa, de esa que deja secuelas físicas evidentes. Palmazos, nalgadas, de esas que muchos dicen dar “por su bien” o usando frases repetidas como “me duele más a ti que a mí”. Esas palmadas que, según revelan las cifras de la UNICEF (2014), hasta un 80% de los padres todavía les da a sus hijos “por su bien”. Y leer los comentarios de la gente ante los resultados de este estudio en sitios como bebesymas me ha dejado mal. Me confirma que ese 80% puede incluso ser más alto (¿cuántos padres confiesan golpear? ¿Cuántos niños callan por vergüenza o miedo?). Hemos normalizado a tal grado la violencia, que la mayoría de la gente la justifica con frases del tipo “a veces se lo merecen” o le baja el perfil diciendo “hablamos de una nalgada no de golpes” (¿en qué minuto un golpe de cualquier tipo deja de ser golpe?). La frase más recurrente suele ser “a mí me pegaban y salí bien” (o peor “gracias a eso” salí bien). No puede haber salido tan bien alguien que considera que un niño merece un golpe. Y leyendo los comentarios me doy cuenta de que el gran problema es la falta de recursos, que nos lleva a los extremismos. 

Quienes golpean piensan que no existe otra forma de educar, y que quienes no le pegamos a nuestros hijos somos unos permisivos que no les enseñamos nada. La permisividad es el otro extremo, es dañina y además de no enseñar nada produce una tremenda inseguridad en el niño, que necesita sentir que sus padres lo guían y tienen el control. Pero existen muchas formas entre los extremos. Se puede enseñar a través del ejemplo, de la empatía, de la explicación firme pero amorosa. ¿Cuántas cosas hemos aprendido en la vida sin necesidad de que nos peguen? Cuando dejamos de hacer algo por miedo a un golpe o un castigo, sólo hemos aprendido a evitar el castigo, no la razón real para no hacer algo. En cuanto perdamos el miedo volveremos a hacerlo, porque no hemos entendido nada. O aprenderemos a hacerlo a escondidas, porque “si mis padres se enteran me llega”. El miedo paraliza y por lo tanto hace el aprendizaje más lento. 

Hoy les quiero contar uno de esos ejemplos, de cómo si se pueden enseñar sin necesidad de recurrir a castigos, amenazas o golpes, y cómo esas enseñanzas perduran en el tiempo.
Mi hijo va al jardín desde pequeñito. Sin familia cerca ni nadie de confianza que lo cuidara, tuve la suerte de encontrar un lugar que me dio confianza, y donde estuvo por más de dos años al cuidado de la mejor tía que le pudo tocar. Su tía Sandra pasó a ser su segunda mamá, e incluso preguntaba por ella los fines de semana, o durante las vacaciones. Ella tenía una particularidad que no me ha tocado ver en otra educadora. Se preocupaba de la consistencia. De que el niño en el jardín recibiera un trato similar (dentro de lo posible) al que le damos en casa, especialmente en los momentos de conflicto. No sé si lo había leído o estudiado, pero lo cierto es que la consistencia es uno de los pilares para que un niño asimile las reglas o normas de conducta más rápido, y por eso agradecí mucho que se preocupara de eso. Ella tenía reuniones con los padres, donde nos preguntaba cómo corregíamos las actitudes negativas. En esas reuniones yo le expliqué que a nuestro hijo nunca lo habíamos castigado, menos golpeado, ni tampoco usábamos premios. Que alguna vez se me ha salido un grito (que tampoco soy una santa y a veces me agarra un día agotada o estresada por algo del trabajo), pero que en esos casos le pedía disculpas y le explicaba que la mamá también tenía días malos, aprovechando así de sacar algo positivo de mi descontrol. Le expliqué que cuando hacía algo que nos parecía mal nos agachábamos a su altura para ayudar a conectar, tratábamos de empatizar para asegurarnos de que nos escuchara, y luego le explicábamos con tono amable, pero serio, por qué eso no se hacía. Y que cuando era posible, buscábamos alguna forma de remediar lo que había hecho. No sé si la tía Sandra me tomó por loca o hippie en su momento, o si le pareció bien lo que hacíamos, porque tenía esa capacidad que tienen algunos de mantener “cara de poker” para que no supieras lo que estaba pensando. Pero muchas veces me di cuenta de que ella resolvía los conflictos con mi hijo de esa misma forma (se agachaba, le explicaba…). Un día al ir a buscarlo, poco antes de cumplir los 3 años, la tía me contó que mi hijo había roto un par de libros. Mi primera reacción fue de preocupación, porque le hemos inculcado el amor y respeto por los libros desde que tenía meses, y le gustan tanto que se duerme leyendo cada noche y no hay viaje al que podamos ir sin ellos. Cuando compramos uno nuevo no hay nada más importante para él en el mundo que leerlo ya mismo. Si había roto un par de libros es que seguramente estaba sintiéndose mal por algo. En vez de castigarlo, la tía nos mandó los libros en la mochila para que los reparáramos. Llegando a casa le pregunté qué había pasado ese día, y efectivamente estaba enojado por algo que ya ni me acuerdo (parece que lo malo se olvida fácil). Entonces le expliqué que había otras formas de expresar el enojo, pero que romper los libros de la sala le hacía daño a él y también a sus compañeros, porque a todos les gustaba mirarlos o que las tías se los leyeran. Los reparamos como pudimos, pero le mostré que igual habían quedado feos, y decidimos juntos que él llevaría uno de sus libros de regalo para compensar el daño. Le costó elegir uno, porque a esa edad les cuesta mucho desprenderse de sus cosas, pero lo hizo sin necesidad de que lo obligara. Al día siguiente llegó feliz del jardín. Me contó que su tía lo había llevado adelante y les había mostrado a todos cómo habíamos reparado los libros, y cómo había compensado el daño regalando uno de los suyos. Eso lo hizo sentirse orgulloso y feliz, y no volvió a hacerlo. Esa experiencia, positiva, le había enseñado mucho más que un castigo.


Enseñémosle a los niños las consecuencias de sus actos y las formas de solucionar los problemas. Que no dejen de hacer las cosas por miedo. Recordemos que para ser adultos respetuosos, primero debemos haber sido niños respetados