Por Carlos Gonzalez
La
leche materna es pobre en hierro, pero ese hierro se absorbe muy bien,
mejor que el de cualquier otro alimento. La de vaca también es pobre en
hierro, que además se absorbe muy mal. Y la leche de todos los mamíferos
que se han analizado es pobre en hierro. Cuando a una madre se le dan
suplementos de hierro, la cantidad de hierro en su leche no aumenta. Lo
cual resulta muy llamativo, porque si a esa misma madre le damos una
aspirina, la cantidad de aspirina en su leche sí que aumenta. Existe, al
parecer, un mecanismo biológico que impide, activamente, que en la
leche haya demasiado hierro. ¿Será que el exceso de hierro no es bueno
para las crías? Se dice (pero no hay pruebas, que yo sepa) que el exceso
de hierro en el tubo digestivo del bebé podría facilitar la diarrea,
porque varios de los microbios malos que producen diarrea necesitan
mucho hierro para vivir, mientras que los microbios buenos, los
lactobacilos que forman la flora digestiva de los niños de pecho, pueden
vivir con muy poco hierro. En un par de estudios, los niños sanos, sin
anemia, a los que se daban suplementos preventivos de hierro, al cumplir
el año pesaban y medían un poco menos que los del grupo control, sin
suplementos de hierro. Parece que darle mucho hierro a un bebé que no lo
necesita no es del todo inocuo, y tal vez convendría evitarlo (estoy
hablando de los que no lo necesitan. Si su hijo tiene anemia y le han
mandado hierro, por supuesto que se lo tiene que dar).
Y
si la leche tiene poco hierro, ¿por qué no tienen anemia todos los
bebés, desde que nacen? ¿De dónde sacan el hierro? No lo sacan de ningún
sitio; los niños ya nacen con depósitos de hierro.
El
hierro forma parte de la hemoglobina, la molécula que transporta el
oxígeno por la sangre. El feto toma el oxígeno de la sangre de la madre,
a través de la placenta. Imagine la placenta como una red, a uno y otro
lado dos equipos juegan a pasarse la pelota. El que se queda la pelota
gana. Pero la naturaleza no puede permitir que la madre gane ese
partido; si la madre se queda con el oxígeno, su hijo muere. Así que
hace trampas. El equipo del feto tiene más jugadores, y son todos
profesionales. El feto tiene un tipo de hemoglobina especial, la
hemoglobina fetal, que se engancha más fuerte al oxígeno que la
hemoglobina normal. Y además tiene muchísimos glóbulos rojos, más (por
mililitro) que su madre e incluso más que su padre (los varones adultos
tienen más glóbulos rojos que las mujeres; pero el feto tiene todavía
más).
El resultado es que, cuando nace, el feto
tiene un montón de glóbulos rojos sobrantes. Rápidamente se destruyen
no solo los que sobran, sino todos, porque ya no necesita hemoglobina
fetal. Y al mismo tiempo se van fabricando los nuevos glóbulos rojos,
con hemoglobina normal. La hemoglobina que se destruye se convierte en
bilirrubina; por eso a los recién nacidos les sube un poco y se ponen
ictéricos (amarillos). Entre el mes y los dos meses se alcanza el punto
más bajo, cuando quedan pocos glóbulos rojos fetales pero aún no se han
fabricado suficientes glóbulos normales, y el bebé tiene una anemia
transitoria, la anemia fisiológica del lactante (fisiológico quiere
decir que es normal, que no es ninguna enfermedad).
El
hierro de aquellos glóbulos rojos sobrantes se almacena, y se va
empleando poco a poco para fabricar nuevos glóbulos. Así que el gran
problema es: ¿cuánto durarán los depósitos? Cuando el hierro almacenado
se acabe, el poco hierro de la leche materna resultará insuficiente, y
el bebé necesitará comer otros alimentos ricos en hierro.
Hace
ya varias décadas se hicieron cuidadosos cálculos, y se llegó a la
conclusión de que esos depósitos se pueden agotar entre los seis y los
doce meses. Y eso coincide bastante bien con la realidad: a los seis
meses se empiezan a ver algunos bebés con anemia, a los ocho meses
algunos más, a los diez meses, más todavía... Basándose en aquellos
datos se suele decir que «a partir de los seis meses, el hierro en la
leche materna es insuficiente, y por lo tanto hay que introducir la
alimentación complementaria». Pero, claro, eso es solo una
simplificación muy exagerada. Sería más correcto decir: «A partir de los
seis meses, algunos bebés pueden necesitar alimentación complementaria,
mientras que otros tienen suficiente hierro solo con el pecho hasta los
doce meses» (o puede que más). El problema es saber quién necesita
hierro y quién no.
Esos cálculos se hicieron en
una época en que era costumbre pinzar y cortar el cordón umbilical nada
más nacer. Hoy sabemos que es mejor cortarlo unos minutos después, y que así disminuyen los casos de anemia al año de edad.
El
posible déficit de hierro a partir de los seis meses es uno de los
principales argumentos para iniciar la alimentación complementaria a esa
edad.
Muchos niños de pecho se niegan en
redondo a comer otras cosas hasta los ocho o diez meses, o más; y cuando
digo en redondo quiero decir que ni una cucharada. Y otros muchos
apenas comen tres o cuatro cucharadas, y aquí viene otro desacuerdo
sobre la nomenclatura, porque cuando un niño come tres cucharadas, las
madres suelen decir: «No come nada»; pero yo digo: «Sí que come».
Personalmente,
creo que los niños que se niegan a comer papillas es porque ya tienen
hierro suficiente, y que en el momento en que necesiten hierro (o
cualquier otra cosa) ya espabilarán para comer. Así que los padres lo
único que tienen que hacer es ofrecerles alimentos ricos en hierro, y
pueden quedarse tranquilos, tanto si el niño se los toma como si no.
Pero es solo una creencia, no conozco ningún estudio científico que lo
demuestre.
Otros creen todo lo contrario: que
el déficit de hierro les hace perder el apetito, y por eso no quieren
papillas y les falta aún más hierro y entran en un círcu lo vicioso. Y
en esa situación, los padres no deberían estar nada tranquilos. Pero es
solo otra creencia; tampoco conozco ninguna prueba científica.
En
cualquier caso, cuando un niño se niega a comer no se le puede obligar.
No solo es contrario a la ética (no se puede obligar a comer a un ser
humano), sino que es inútil. Decenas de miles de madres pasan horas
intentando que sus hijos coman, y no consiguen nada. El consejo (tantas
veces escuchado) de «no darle teta, y así cuando tenga hambre ya comerá
otra cosa» es absurdo y aberrante: la leche materna es el mejor alimento
que existe, y contiene cientos de ingredientes; no tiene ninguna lógica
privar a su hijo de todos ellos solo para que tome un poco más de
hierro.
Hay una opción mucho más sencilla. Si
el niño rechaza todas las papillas y solo quiere pecho, y los padres o
el pediatra están preocupados por la posibilidad de que le falte hierro,
solo tienen que hacerle un análisis. Si está bien, todos tranquilos,
puede seguir sin papillas. Y si de verdad le falta hierro, pues se le
dan unas gotitas de hierro, y santas pascuas. Con pecho y hierro puede
seguir sin papillas todo el tiempo que quiera.
----------------------------------------------------------------------------------------------------
Fuente: "Comer, amar, mamar" de Carlos Gonzalez