jueves, 9 de abril de 2015

¿Cómo termina normalmente la lactancia?

 En una encuesta (en España), la mayoría de las madres entrevistadas dijeron que les gustaría haber dado el pecho más tiempo. Se que­daron sin leche a su pesar. ¿Cómo es posible?

 Una madre está dando el pecho tan tranquila. De pronto, por el motivo que sea, se le mete (le meten) en la cabeza que su hijo se queda con ham­bre. Porque no aguanta tres horas. Porque llora. Porque se despierta. Porque se chupa los puñitos. Porque no hace caca. Porque mama mucho. Por­que mama poco. El motivo es indiferente, el caso es que llega el día fatídi­co en que le dan al niño el primer biberón. Muchos, sobre todo si tienen más de dos o tres meses, no se lo querrán tomar, porque no tienen hambre. Pero los más pequeños, pobrecitos, a veces se dejan engañar. Y a veces, la madre insiste una y otra vez, o incluso le recomiendan no dar el pecho para que así el niño tenga hambre y se tome el biberón.

 Si el niño se toma el biberón, que en realidad no necesitaba para nada, habrá quedado lleno de leche. Cada día tomaba 500 mili­litros de leche, y hoy se ha tomado 50 o 100 más. No estamos hablando de tomar un poquito más de lo habitual, sino de un 10 o 20% más. ¿Le que­dan a usted muchas ganas de moverse, después de la comida de Navidad? Si el niño se despertaba, no se volverá a despertar en varias horas; si llora­ba, no llorará; si se chupaba los puñitos, no se los chupará. "¿Ves cómo tenía hambre? Ha sido darle un biberón, y por fin ha podido descansar, pobrecito." ¡Sí, descansar! Lo que está el pobre niño es empachado.

 Las Navidades en España son un desafío para nuestra digestión. Hay como mínimo dos grandes atracones familiares seguidos (en algunas zonas, Noche­buena y Navidad; en otras, Navidad y San Esteban). ¿Qué hace al día siguien­te? Comer fruta. Nadie puede hacer tres comidas de Navidad seguidas. Lo mismo le pasa a nuestro bebé: si un día se ha dejado engañar y se ha empa­chado, no lo volverá a repetir. Al día siguiente piensa: "Si me van a dar 100 mililitros de biberón, más vale que sólo tome 400 de pecho, o voy a reven­tar". Puede que la madre lo note, o puede que no; pero, aunque haya mama­do el mismo número de veces y durante el mismo rato, habrá tomado menos leche, porque tiene que dejar sitio para el biberón. Así que el biberón, que el primer día fue mano de santo, al tercer día ya no hace efecto: si lloraba, vuelve a llorar; si se despertaba, se vuelve a despertar; si se chupaba el puñito, se lo vuelve a chupar. La madre piensa: "Se me está yendo la leche, le tendré que dar otro biberón"; y en parte acierta, porque la leche se le está yendo, pero lo que ella no sabe es que la causa es precisamente el biberón, y que la solución no es añadir otro, sino suprimir el primero. Así que ahí va el segundo biberón, y luego el tercero, y luego el cuarto... Lo hemos visto cientos de veces: cuando se empieza con biberones, el pecho suele irse a hacer puñetas en un par de semanas. El biberón, decía no sé qué médico famoso hace cosa de un siglo, es la tumba del pecho.

 Así que el niño que mamaba 500, luego mama 400, 300, 200... Si la madre siguiera fabricando 500, ¿dónde iría a parar la leche sobrante? En dos sema­nas, la madre acudiría desesperada a urgencias, con pechos inflamados de varios kilos de peso, maldiciendo su destino: "Empecé hace quince días a darle biberones, y claro, como no me vacía, mire cómo me he puesto". Pero eso no ocurre jamás; todo lo contrario: "Empecé a darle biberones, y ahora ya no quiere el pecho y me he quedado sin leche".

 Cuando un niño mama cada vez menos, sale cada vez menos leche. El FIL (siglas en inglés para "inhibidor retroactivo de la lactancia") no falla. No vemos jamás mujeres con los pechos a punto de explotar, cargados con uno, tres o cinco litros de leche sobrante. Pues bien, el FIL es como un ascensor: o funciona, o no funciona. Si puede bajar, es que tam­bién funciona para subir. Si le da a su hijo cada vez menos biberón, mama­rá cada vez más y usted tendrá cada vez más leche. En unos pocos días podrá tirar todos los biberones a la basura.

Extracto del libro de Carlos González "Un Regalo para toda la Vida"

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